La semana pasada el desafortunado deceso del joven Sergio Álvarez Martín del Campo de 28 años de edad, debido a un altercado en la salida del antro Don Quintín en el bulevar Independencia sacudió a la sociedad lagunera. En un hecho violento, Álvarez murió a consecuencia de un traumatismo craneoencefálico producto en primera instancia a un puñetazo recibido por otro parroquiano que asistió al mismo lugar esa noche.
Es muy poco lo que se le puede añadir a la descripción de lo sucedido. Versiones van y vienen, pero en estos casos tan terribles, la verdad jurídica es la única donde los medios de comunicación deben tomar parte, merced a los comentarios y a la protesta hecha pública en un desplegado firmado por los amigos del presunto victimario de Sergio, donde denuncian el sensacionalismo con el que ha sido tratado el tema. Desgraciadamente en estos casos, algunos medios informativos desestiman el dolor y sufrimiento y sin más, distorsionan una historia trágica en nota taquillera.
Hoy, naturalmente la familia Álvarez está sumida en un profundo luto, el morbo se desató para dar rienda suelta a eso que comúnmente tenemos los humanos de entrometernos en las desdichas ajenas. Siempre la vida da oportunidades para aprender lecciones, a veces, con un costo desproporcionado, como el caso, pero vale la pena recrear un poco el ambiente que existe alrededor de la tragedia.
Lugar: Don Quintín, antro de moda en la juventud “bien lagunera” los jueves y sábados, porque los viernes hay que ir al otro, al Deep, frente a Galerías. El crecimiento de la ciudad y su reciente ‘boom’ modernizador, ha traído estos lugares de mayor tecnología y de inversión más cuantiosa, pero que en sí, con ellos llevamos más de tres generaciones con las mismas historias.
Mr. Peper, allá a mediados de los ochenta, Chicks y Girella, se encontraban a un lado de los hoy cerrados cines Géminis, el primer Faces, que después fue Pódium, Long Horn en el Paseo de la Rosita, Athos Porthos primero y Private después en la Saltillo 400, el Alebrije sobre Rodríguez Triana y el D’var en el Independencia hasta hace poco. Nunca hay que olvidar las discotecas La Rosa en el hotel Fiesta Inn en La Rosita y el Pikyu en el Triana y el efímero Oh No, donde tantas historias se vivieron.
Todos estos sitios, antecesores de lugares de hoy, tienen un denominador común: la borrachera, la ‘ligada’ y el demostrar hombría o no sé qué, para romperle la cara al prójimo. Para los adolescentes de 15 años (que entran a beber a cualquiera de estos sitios) hasta la juventud temprana que ronda los veinte años, es muy importante darse ‘un entre’ con el grupo rival, inventando cualquier pretexto y si el pleito es tumultuario, hay que ganarse el respeto con los compañeros porque ‘se pateó a alguien en el piso’.
Así es Torreón, pero el crecimiento no ha sido suficiente como para cambiar esos términos. La diferencia es que los antros de hoy alojan más personas. Lo increíble es que no hay evolución, al contrario, resultan peor. Hoy los juniors son más sofisticados, traen más dinero y hasta ‘guaruras’. Eso no ocurría antes, eran las luchas más frontales. Sin embargo, las autoridades de antes y las de hoy, siguen en ese rubro, el de la simulación. De esos lugares muchos salen borrachos y muchos son menores y nadie lo ve, ni siquiera las violaciones al horario de cierre para venta de bebidas alcohólicas.
Tal vez no sea imputable la muerte de Álvarez directamente a la simulación de las autoridades competentes de lo que cada fin de semana ocurre. El llamado debe también poner a pensar a los padres de familia, que están creando esa clase ‘bien’ que día a día más se distorsiona. El costo del llamado no tiene medida, que la memoria de Sergio sirva para tratar de evitar lo que desgraciadamente le ocurrió a él.
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