No sé por qué como que siento que algunos lectores ya me cogieron de su punching back. Se despachan a gusto con el correo electrónico y me dicen “de cosas” que no es lo mismo que decirme cosas y mucho menos que decirme cositas.
Gajes del oficio ya lo sé, pero eso sí se los digo de una vez y para siempre: No soy de derechas ni de izquierdas y siento un odio bien amasado cada vez que pienso que habiendo tantos millones de niños a nivel de desnutrición en nuestro país, subsidiamos con entre 200 y cuatrocientos millones de pesos anuales a la familia González Martínez -propietaria del estéril Partido Verde- desde donde bien amachado, su pequeño “Moco Verde” acaba de amenazar: “Que si él muere, el partido quedará sin dirigente”.
-Y si él no se muere ¿qué? ¿Ahí va seguir? Parece que existe una vaga esperanza de que se vaya a bucear- ¡Dios lo quiera! porque tal vez -y conste que sólo digo tal vez- en el fondo no sea tan idiota.
Perdón por la digresión y sigo explicando que yo, como Alberto Cortés, no soy de aquí ni soy de allá, pero menos que nada, nunca, never; preferiría morir que pertenecer al partido de los rufianes que secuestraron al país durante 71 años y ahora ricos y famosos usan su poder y nuestro dinero para remontar el desprestigio y sobornar a Dios para que los vuelva a poner “donde hay”.
No, querido y pacientísimo lector, no soy de nadie. Soy una ciudadana más comprometida con mi país y me provoca terrible rabieta la fragorosa rebatiña que traen los Partidos que ya no saben ni qué más regalar y ofrecer a los millones de pobres para convertirlos en su capital político.
En el país del nunca jamás donde yo moro, las cosas se miran con cierta claridad y cuando me doy cuenta que mientras este año dilapidaremos mil 950 mil millones de pesos en contaminantes campañas electorales, el Sistema Integral de Consulta de Resultados para el Aprovechamiento Escolar nos informa que la el 33 por ciento de las escuelas públicas está en el nivel más bajo de aprovechamiento escolar en relación con el resto del mundo porque nuestros maestros -particular ejército de borregos de la líder inmoral que los exprime, los usa y los alquila a su conveniencia- viven y mueren sin recursos y sin estímulos.
Cuando me doy cuenta de ese horror, al menos me queda el derecho de manifestar libremente mi desacuerdo y mi enojo. Y a quienes me acusan de amargada, debo decirles que están del todo equivocados.
Figúrense que esta nota la escribo desde San Miguel de Allende, donde todo es luz y color. La oferta gastronómica -como dicen los jóvenes “no te la acabas” y las plazas, las palomas y las bugambilias me llenan de contento. Como pueden ver, de amargura nada, al menos de momento.
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