El 11-S, una tragedia cultural El ataque terrorista del 11 de septiembre es una tragedia en todos los órdenes de eso que se ha dado en llamar desde Malraux La Condición Humana, drama que se expresa en pérdidas irreparables sobre todo en ese campo que suele identificarse como cultura. El mundo, no los neoyorkinos, sufrieron la pérdida de obra de arte en una suma calculada por las aseguradoras en cien millones de dólares. El hecho repercutió de tal modo en la industria editorial que, solamente en España fueron publicados 40 libros con el tema del ataque terrorista. En el planeta debe andar circulando una centena de textos que se refieren directa o indirectamente al llamado 11-S. La industria cinematográfica del país del norte, siempre políticamente correcta, reaccionó con lentitud y hasta ahora produce una película sobre el 11-S. Lo más impresionante era el silencio. La poeta Jennifer Clement, testigo presencial de los hechos, quien se encontraba en Nueva York para presentar su libro La viuda Basquiat, refiere lo que vivió en aquellos momentos. "Ese día lo que me impresionaba mucho era el silencio, un silencio que era roto por el sonido producido por los aviones F-16. Entonces la percepción de las primeras horas se puede resumir en tres cosas: silencio, sirenas de los bomberos y el paso de los jets de combate", explica. "Vi mucha solidaridad, no se desató el crimen o los robos como en Nueva Orleans. Había como un silencio, como si la gente se hubiese recogido en sí misma para asimilar los hechos. Y como cayeron varios aviones se tenía la sensación de ¿y ahora qué más?, ¿ahora qué viene?,al paso de los años, no creo que pueda haber olvido", dice Clement. "Creo que hay como una pérdida de la inocencia: porque hay una parte del pueblo norteamericano que es ingenuo. Pensaban que no, pero ahora saben que el territorio de ellos es vulnerable." La poeta recuerda cómo en medio de la tragedia un restaurante de comida mexicana se creció en la desgracia y brindó su solidaridad a las víctimas: En la calle de San Marcos, a dos cuadras de lo que hoy se llama la Zona Cero, funciona un restaurante de comida mexicana de nombre La Palapa, cuyas propietarias son la hermana de Jennifer, de nombre Bárbara Sibley, y Margaritte Malfy. Este lugar tiene una tradición histórica ganada: fue el sitio donde Leon Trotsky tuvo su imprenta durante su exilio neoyorkino. "Todavía hay en los muros -dice Jennifer-, los huecos donde el revolucionario ruso, enemigo de Stalin, guardaba sus linotipos". Esta vez el sitio fungió como centro de apoyo a las unidades de bomberos y policías que luchaban por rescatar víctimas en las Torres. "Es un lugar con buenos fantasmas", expresa Clement, convencida. "Aquí se sirve una comida mexicana muy casera, de tan buena calidad que el sitio está en la lista de los mejores restaurantes de Nueva York; o mejor dicho, es el único lugar de comida mexicana que aparece en la relación". Después del 11-S cerraron Nueva York de la Calle 14 para abajo. "Entonces toda la ayuda resultó que no llegaba a las estaciones de bomberos porque no podían cruzar; había como una barrera". Como no llegaba la ayuda, "entonces por un mes, aproximadamante, La Palapa dio de comer a tres estaciones de bomberos y a una estación de policía. Por lo cual recibieron reconocimientos que están colgados en el muro del restaurante". La mayoría de los que ahí trabajan proviene de Puebla, son mexicanos. A los bomberos les daban de comer empanadas, porque se conservaban mejor. No les podían dar comida aguada o de mucha salsa. Ellos venían por cajas de empanadas o de quesadillas; se las llevaban hasta el sitio donde estaban las torres; comían en el camino y dejaban estos alimentos en el camión o en las patrullas. Eran quesadillas, empanadas, sopes, tacos dorados". El 11 de septiembre la mayoría de los negocios cerró, "pero mi hermana y su socia dejaron abierto el negocio para recibir a la gente. Hay que recordar a esa multitud que venía caminando, llena de polvo. Ella dejó abierto el lugar para que sirviera como un albergue donde la gente podía tomar agua, hablar por teléfono, o usar el baño". Cien millones de dólares perdidos en arte. La pérdida de obras de arte que albergaban las Torres Gemelas del World Trade Center suma una total de 100 millones de dólares, según la firma de seguros de arte AXA Nordstern Art Insurance. Los diferentes proyectos artísticos, archivos fotográficos y documentales, pinturas, esculturas y dibujos, entre otros, resultaron calcinados durante el ataque terrorista del 11 de septiembre en Estados Unidos. Símbolo de la grandeza económica del país del norte, las torres se erigían en la ciudad de Nueva York. En ella se encontraban piezas adquiridas por las diferentes firmas, galerías y talleres de artistas. Esculturas irrecuperables como la colección de 300 piezas, entre ella dibujos, de Auguste Rodin que poseía la firma Cantor Fitzgerald. En la Torre Norte se encontraba un mural orgánico abstracto de Louise Nevelson de 1978, las esculturas monumentales Red Stabile y Bent Propeller/three red wings de Alexander Calder, quien las creó para el acervo permanente de las torres. Cuadros de Pablo Picasso y David Hockney, grabaciones valoradas en 4 millones de dólares, textos históricos de la Fundación Hellen Selleer, objetos africanos, archivos de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey y la documenación de la construccón del World Trade Center, así como de los edificios emblemáticos de la ciudad. Sólo en España han aparecido 40 libros sobre el 11-S Libros de los más dispares autores sobre este tema alcanzaron ventas millonarias en Alemania, Estados Unidos, Francia y en España, al tratar distintos aspectos de una tragedia suscitada por el terrorismo, y desmenuzar hasta el más mínimo detalle del atentado contra las Torres Gemelas del Word Trade Center de Nueva York y el Pentágono en Washington. Hasta en México se publicaron dos volúmenes que reflexionan sobre los atentados del 11-S. Es el caso de Ataque al imperio (Plaza y Janés, 2002) de Leticia Singer, quien presenta una larga crónica de los hechos acontecidos a partir del 11 de septiembre de 2001 y hasta la caída del régimen talibán, a raíz de la invasión militar estadunidense a Afganistán. Otro autor es Naief Yehya, quien en 2002 publica Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos, en el que habla sobre cómo el gobierno estadunidense y sus medios de comunicación justifican sus inexcusables incursiones bélicas. Un libro que causa polémica es sin duda el que escribió, el mismo año de los atentados, el pensador y politólogo Noam Chomsky: 11/09/2001 (Barcelona 2001), un recopilación de entrevistas posteriores a los ataques y a través de las cuales el intelectual se propone desvelar qué se esconde tras el humo de las Torres Gemelas: la política internacional de saqueo y destrucción de los Estados Unidos, y también, qué tienen de nuevo estos atentados. En un ámbito literario aparece una primera novela sobre el 11-S. Se trata de 11 de septiembre: desde dentro, del español Rúbram Fernández, quien se basa en cientos de artículos y testimonios de los supervivientes, y relata así, desde el punto de vista de aquellos que vivieron la tragedia, lo que sucedió tanto a bordo de los aviones secuestrados, como en las Torres Gemelas. En este mismo ámbito se publicaría después otra obra literaria con el mismo tema, aunque ahora escrita por un norteamericano: Tan fuerte, tan cerca (Lumen, 2003), una novela de Jonathan Safran Foer, quien hace una recreación literaria del 11-S, en la que un niño de nueve años es el narrador del ataque terrorista. Otros dos personajes del mundo intelectual en Estados Unidos se sumaron también a la reflexión sobre el 11-S, aunque no de manera explícita. Por ejemplo, la fallecida Susan Sontag, una de las escritoras más importantes a nivel internacional, escribió el libro Ante el dolor de los demás, en el que reflexiona sobre las imágenes de la violencia que, dice, son un lugar común en la sociedad actual, y hace un largo recorrido por fotografías de guerra que han impactado al mundo. Norman Mailer, por su parte, escribió ¿Por qué estamos en guerra?, gestado a partir de sus conversaciones con su amigo Dotson Arder, con quien reflexiona sobre la democracia y el patriotismo, el poder y la tecnología. "Parece un atentado terrorista". La escena es clara: Bush lee a estudiantes de una escuela de Sarasota, Florida, unos minutos después de que el primer avión se estrellara contra la torre sur del World Trade Center, un asistente le informaba de lo ocurrido. La mirada de Bush se pierde de pronto, mira hacia todos lados; no sabe qué hacer. Sólo atina a sentarse y continuar la lectura por varios minutos más. Esta imagen dio la vuelta al mundo y mostró la poca importancia que el presidente estadunidense dio a lo que después calificaría como "parece un atentado terrorista". Al George W. Bush con los ojos perdidos se le pudo ver gracias al trabajo del cineasta y crítico acérrimo del presidente republicano, Michael Moore en la única película, hasta ahora, sobre los acontecimientos ocurridos el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. A cuatro años de los atentados, Hollywood toma "el caso" en sus manos y decide que ya están preparados para relatar lo ocurrido en el cine y los productores confían en que el público también lo esté para verlas. Conmocionados aún y con el signo de terror reflejado en rostros y decisiones políticas, tres de los más grandes estudios fílmicos iniciarán en octubre, el rodaje del mismo número de cintas que cuenten historias cuyo fondo verdadero es la caída de las Torres Gemelas. La Columbia Pictures adquirió los derechos para realizar 102 minutos, libro publicado por los periodistas de The New York Times, Jim Dwyer y Kevin Flynn, que hicieron un análisis de la tragedia desde el punto de vista de los que quedaron atrapados en el World Trade Center. La mayor industria de entretenimiento del mundo, Hollywood, se comportó políticamente correcta -como siempre-, y sólo hasta hace muy poco aceptó que debían hacerse proyectos sobre el 11 de septiembre. Salvo lo que podía verse en los noticiarios, a veces bastante parcial, con acusaciones y hasta azuzar a la gente contra los musulmanes, generalizando, como si todos pertenecieran a Al Qaeda, no había nada respecto del hecho, hasta que el cineasta Michael Moore irrumpió en la sensibilidad de sus compatriotas con Fahrenheit 9/11 documental en el cual expone no sólo la ineficacia de George W. Bush como presidente, sino de todos los organismos de seguridad del país más poderosos del mundo. La caída de las Torres Gemelas no significó más que la vulnerabilidad de la seguridad estadunidense y además de perder su símbolo de poder, Estados Unidos había perdido también la guardia. Esto y más salió con el film de Moore con el que se ganó el repudio de los republicanos, pero en cambio obtuvo un premio en Cannes, el primero otorgado a un documental en toda la historia del encuentro cinematográfico