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Norte y Sur / ?La pasión de Susan Sontag?

Salvador Barros

(Segunda parte y última)

Lectura y escritura

La lectura se desdobla, se refleja y continúa en la escritura: es un impulso recíproco. ?Escribir es practicar, con singular intensidad y atención, el arte de la lectura?, afirma Sontag en ?Donde se halla el énfasis?. La pasión de la lectura ?es lo que te hace soñar en convertirte en escritor?. Y agrega, de la mano de Borges: ?mucho después de convertirte en escritor, leer los libros que otros escriben -y releer los queridos libros del pasado- constituye una distracción irresistible de la escritura. Distracción. Consuelo. Tormento. Y, claro, inspiración?.

El tema de la escritura y la lectura se proyecta, desde luego, a su trayecto vital y novelístico: si en 1978 había transfigurado su primera experiencia personal como paciente de cáncer -en su formidable ensayo La Enfermedad Como Metáfora-, casi veinte años después (en 1996) abunda sobre las dualidades:

?Hace dos años, cuando me convertí de nueva cuenta en una paciente de cáncer y tuve que suspender mi trabajo en la [novela] En América, casi terminada; un amable amigo de Los Ángeles, al conocer mi desesperanza y miedo de ya nunca terminarla, me ofreció venir a Nueva York y quedarse conmigo para que le dictara el resto de la novela. Cierto que los primeros ocho capítulos estaban listos (es decir, reescritos y releídos muchas veces) y yo había comenzado el penúltimo capítulo, con el arco de los dos capítulos finales visto con claridad. Y sin embargo tuve que rechazar su oferta, conmovedora y generosa. No era sólo que yo estuviera ya demasiado confundida por la drástica quimioterapia y morfina para recordar lo que planeaba escribir. Debía tener la posibilidad de ver lo que escribía, no sólo escucharlo. Debía tener la posibilidad de releer?.

Resumen

Con la agudeza de su mirada, la imaginación y novedad de sus designios, el abanico de sus referencias literarias y filosóficas abarca desde la antigüedad clásica hasta el surrealismo, el teatro de la crueldad y del absurdo, la fotografía, el happening, el camp; su gusto irradia hacia la plástica, el cine, la ópera, el teatro, la danza. Hay un énfasis crítico en favor de las reivindicaciones culturales y políticas de la hora, y en ocasiones un disentimiento rotundo frente a las aventuras, omisiones y tropelías imperiales de Estados Unidos (a propósito de la guerra de Vietnam, de la indiferencia generalizada ante el sitio feroz de Sarajevo, de la versión oficial del gobierno de Bush y compañía sobre los ataques de septiembre 11).

De estos principios también se nutre la hondura y la inteligencia de su talento crítico, junto a la certidumbre de que hay ?pautas nuevas de la belleza, el estilo y el gusto?. Al conjugar ese bagaje se perfila su afirmación de que ?en última instancia, el propósito del arte, siempre, es dar placer?, y su famosa frase que postula, ?en lugar de una hermenéutica, un erotismo del arte?. Su curiosidad se explaya hacia formas donde el ?contenido? es menos flagrante que en la literatura -y por lo tanto más resistente a los juicios morales-; aborda las expresiones novísimas de la música, el cine, la arquitectura y la pintura. Su consecuente revisión del siglo XX es lo más ajeno a un programa o un sistema, pero el repertorio de sus intereses articula un abanico significativo de la cultura y la vanguardia de su tiempo.

En literatura, por ejemplo, Susan Sontag se ocupa desde sus primeros libros de autores tan excepcionales (y a veces tan raros, heterodoxos o excéntricos) como Cesare Pavese, Simone Weil, Albert Camus, Michel Leiris, Georg Lukács, Nathaniel Sarraute, Cioran y -en Bajo el Signo de Saturno- Antonin Artaud, Walter Benjamin, Roland Barthes o Elias Canetti, entre otros. Por último, Donde se Halla el Énfasis devela algunas otras voces clave, como Machado de Assis, W. G. Sebald, Adam Zagajewski, Danilo Kis, Witold Gombrowicz, Juan Rulfo, Don Quijote y Borges.

Sin duda, la desaparición de Susan Sontag no extenderá su silencio a la voluntad crítica y cultural que perdura en su obra: la atmósfera y los frutos de una sensibilidad que -como ella misma lo señaló- ha dejado de existir. Manifestaciones diversas y dispersas que su pasión aglutinó como un balance espléndido de estímulos estéticos, obras y creadores fundamentales. Un mapa irrepetible, en donde algunas de sus presencias más intensas -como Cesare Pavese- se erigen, a su particular manera, en el fulgor de una marginalidad y un sufrimiento ?ejemplar?, compensados por el placer, la invención de sus tentativas y hallazgos. De ninguna forma se trata de un martirologio, sino -al contrario- de una liberación estética de los sentidos y la mente, confrontados a la adversidad de una existencia muchas veces hostil (Artaud, Benjamín, Cioran, Danilo Kis, Gombrowicz).

En ese recorrido se propicia la conformación de un gusto, un sentido hasta entonces inédito que tiende a equilibrar las formas cultas y las populares en la continuidad novedosa de una tradición. La elegancia intelectual de Susan Sontag confió a su obra las excepciones de un horizonte singular. El resultado es un gran cuadro de época, donde reconocemos los elementos de su formulación, la fuerza de su autenticidad, impulsados por una comprensión hedonista, con la novedad y el placer que son refractarios a la comercialización, la masificación, la globalización de pautas que promueven la venalidad de un gusto espurio. Al ubicar y detectar los signos de la postmodernidad en ciernes, Susan Sontag nos vuelve cómplices de sus hallazgos entre escombros y detritus.

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