(La Historia del Aire, de Sergio López Ramos)
La mala calidad del aire en la Ciudad de México no es cosa nueva. Ya desde el inicio del siglo XIX el aire limpio era un bien preciado al que aspiraban y sólo alcanzaban, viajando a Tacubaya y Mixcoac, las clases pudientes que huían de los malos olores que causaban enfermedad y muerte. En el libro Historia del Aire y Otros Olores en la Ciudad de México, 1840-1900 (Miguel Ángel Porrúa/CEAPAC), Sergio López Ramos pone en evidencia que el aire que respiramos en el Distrito Federal ha sido, durante más de un siglo, de mala calidad. Por ejemplo, Manuel Payno en su novela Los Bandidos de Río Frío escribió: "Después de las 12 de la mañana todo ese rumbo (el Centro Histórico) quedaba desierto; ni perros, ni traperos, ni arrieros, nada; el sol, reverberando, calentaba las montañas, que parecían querer arder, y se comenzaban a desprender gases mortíferos y deletéreos que el viento se encargaba de introducir hasta los más ricos comedores de los desgraciados habitantes de la capital".
Pero en esos años, dice Sergio López Ramos en entrevista que nos concedió, los desechos tóxicos estaban tirados en la calle: animales muertos, orines, excremento, agua sucia, desechos. Ahora, además, flotan: hay 40 mil toneladas de sustancias y desechos tóxicos en el ambiente, y una buena parte de ellos es generada por los vehículos y las industrias. "Se hizo más fino el nivel de olor y contaminación. Eso es peor porque así se afecta a la garganta, a los pulmones, al hígado, a los riñones y a la oxigenación del cuerpo. La ciudad ha crecido demasiado y los malos olores se han instalado en muchas zonas. Al ser la capital del país un valle, no tiene afluencias de aire y se instala una densa nata en toda esta región. Los malos olores se convierten, entonces, en las marcas de identidad de ciertos espacios".
P:_¿Por qué analiza la situación del aire en la Ciudad de México en el periodo que va de 1840 a 1900 y no lo que ahora ocurre?
R:_El principio de la llamada modernidad, en la Ciudad de México, se llevó a cabo bajo el planteamiento de instalar fábricas, empresas, rastros, muladares, tocinerías... La idea era hacer eficiente la capital para cambiar los estilos de vida de aquellos años. Pero resulta que todo eso se quedó de una vez y para siempre como forma y estilo de vida. Aún es así en el presente. Así que no encuentro desarticulación de lo que sucede ahora y lo que comenzó en 1840. No ha cambiado. Esto me lleva a pensar en la forma de actuar de los políticos que han gobernado al país y su capital. Es evidente que desde 1840, o incluso desde antes, se impuso la política de la simulación, lo que ha permitido llegar a los desastres ecológicos que vive la ciudad. Ya hasta se dice que un día en el Distrito Federal es un desastre ecológico mundial.
En las fuentes periodísticas consultadas por Sergio López Ramos para escribir este libro, se pone de manifiesto que en el siglo XIX el tema del aire es tratado en su relación con la higiene _de las personas, de las calles, de las casas_ y con los olores. Para los diarios de la época, dice López Ramos, lo que tiene que ver con el aire es una prioridad fundamental. "Los principales periódicos ofrecen a diario un reporte sobre la salubridad en la Ciudad de México. Hay también una discusión sobre cuál sería la mejor solución para los problemas de esta índole. Las sugerencias van desde poner eucaliptos en las orillas de la ciudad (que no es lo ideal porque este árbol es un depredador), hasta colocar tubos ventiladores en las casas o hacer letrinas y poner mecheros para que los gases emanados se consuman. Son discusiones que están al día porque la contaminación del aire había generado muchas muertes".
Uno de los grandes problemas de aquellos años, explica, es que las ventanas no podían dar a la calle porque se debía pagar un impuesto. Había que tener, entonces, casas cerradas. "La gente se refugiaba en vecindades, donde a veces, en un cuarto muy reducido, habitaban ocho o nueve personas. Al no tener ventilación se concentraban los olores y se extendían las enfermedades; las epidemias prosperaban más rápido. Era un problema de tal magnitud que los intelectuales daban incluso conferencias para difundir las maneras de evitar daños en la salud pública".
La forma de tratar la problemática ambiental en los periódicos capitalinos de la época que aborda Sergio López Ramos en su libro dista mucho de lo que se hace ahora en los espacios informativos. "Actualmente _dice_ pareciera que la contaminación es un souvenir. Los periódicos y los noticiarios únicamente informan dónde está la zona más contaminada para que la gente no vaya ahí".
P:_¿A partir de cuándo, y debido a qué, dejó de verse a la contaminación ambiental de la Ciudad de México como un problema social de salud pública para convertirse en algo que simplemente sucede y que, por lo visto, es inevitable?
R:_Creo que fue en el año de 1890 cuando se convierte, como lo señalaba un periódico, en el mal de nuestros días, en un problema apestológico que no va más allá. Es en ese momento que los ricos deciden irse a vivir a Mixcoac o a Tacubaya, entonces lejos de la ciudad y con mejor aire. También el poder tiene que resguardarse de las miasmas, de los malos olores de los pobres y de la mala imagen. Chapultepec como centro de poder con Porfirio Díaz es eso: un sitio alejado de la chusma, donde no hay malos olores, porquerías, perros y gatos muertos, como los que echaron al Zócalo. Estar alejado de los pobres significa delimitar el espacio. Porque, se piensa, los pobres son sinónimo de enfermedades y de muerte prematura.