En La Ciudad Ausente (Anagrama), el argentino Ricardo Piglia ha escrito un homenaje a sus predecesores: Jorge Luis Borges, Bioy Cásares, Roberto Arlt y sobre todo, el olvidado Macedonio Fernández. Buenos Aires se convierte en novela y hay una "máquina de narrar" que no para de contar historias. Todo lo que sucede parece salir de una conjura.
Es un efecto de la contaminación o de la altura de la ciudad de México. Vaya usted a saber. Ricardo Emilio Piglia Renzi nacido en Adrogué, Provincia de Buenos Aires, en 1940, y hoy que lo entrevistamos amaneció agripado. "Estoy muy congestionado. México es una ciudad muy fuerte, no es una ciudad ausente", comenta. La grabadora registra que pide un antibiótico mientras conversamos en el piso 12 de un hotel cinco estrellas de Paseo de la Reforma
Ciudad Ausente, novela publicada originalmente en 1992, ha sufrido varias transformaciones. Se convirtió en ópera (con música del pianista y compositor Gerardo Gandini), en historieta y pronto será película. Por primera vez circula realmente en España y toda América Latina. Es ciencia ficción aunque no de hombrecillos verdes. Un hombre que no soporta la posibilidad de la muerte de su mujer, hace un pacto fáustico para convertirla eternamente en máquina. Piglia parece anticipar el caos argentino de hoy. La Buenos Aires de su novela es una ciudad ocupada, hecha trizas.
P:_¿Quiso con esta novela hacer un homenaje a la literatura fantástica-político-policiaca argentina?
R:_Yo diría que eso fue el resultado. Cuando terminé el libro me di cuenta de que estaba muy ligado a La Invención de Morel, de Adolfo Bioy Cásares, a los relatos de Borges y a la figura de Macedonio Fernández (1874-1952), que me es entrañable. Por eso imaginé al personaje central de la novela llevando su nombre. Me interesaba capturar cierta imagen alrededor de la figura de Fernández. También porque hay algo que he ido descubriendo en mis libros: tomar a un personaje real y ponerlo en una situación de ficción. Macedonio nunca vivió la experiencia que narro. Es algo que hice igualmente en Plata Quemada, mi novela anterior. Mi Macedonio funciona en un mundo totalmente imaginario. El real era un personaje muy secreto. Toda su obra es póstuma. Se mantuvo siempre replegado. Es una imagen de escritor muy interesante.
P:_ Nunca daba la cara.
R:_ Tampoco publicaba. Para él la literatura circulaba en espacios secretos. Macedonio, Joyce, Thomas Pynchon, son para mí como contraseñas de un complot. Se trata de una secta conspirativa que hace circular cierto tipo de narraciones.
P:_ La obra de Borges también puede ser vista como una crítica política al peronismo. ¿Usted qué piensa?
R:_ Yo creo que era así, si se me permite decirlo. Borges veía al Estado peronista, autoritario y populista, como un sistema de dádivas y premios que después se le convirtió en la metáfora de la lotería en Babilonia. El propio Borges cuenta que mientras trabajaba en una biblioteca pequeña siempre al final del año le regalaban algo, yerba mate, qué sé yo. Pienso que ahí está el germen de su idea del peronismo. Es lo que me da pie para decir que la literatura habla de la política de un modo metafórico.
P:_ Resulta bastante increíble constatar la supervivencia de este sistema de dádivas en Argentina. El peronismo se supone muerto hace tiempo, pero con la crisis financiera del "corralito" y el "corralón" salió a la luz que en las provincias no se puede vivir sin el Estado.
R:_ Es una combinación muy enigmática de clientelismo político, relaciones mafiosas y redes de poder mínimo. A la vez, eso expresa, de un modo completamente arbitrario y contradictorio, ciertas ilusiones populares de respuesta a casos de deprivación extrema. Hoy ya ni siquiera es eso.
P:_ De Roberto Arlt, muy presente en su novela, se ha dicho que era un mal escritor y un plagiario.
R:_ También se dijo de Borges. En definitiva Arlt plagiaba a Dostoyevsky, del mismo modo que Onetti copiaba a Faulkner. El Dostoyevsky de Arlt era el leído en las malas traducciones argentinas. Pero eso es apenas un elemento. A mí se me figura a Philip K. Dick, un escritor vulgar, que se desenvuelve abajo del escalafón. literario, pero que al mismo tiempo tienen una percepción, casi extrasensorial, de muchos de los modos de funcionamiento de la sociedad. Son imaginarios muy extremos. Captaciones muy paranoicas del funcionamiento de la sociedad que les permiten a estos escritores angustiados construir novelas y relatos de una intensidad notable. Es la idea de que la sociedad es resultado de un complot. Como si el sujeto individual sólo pudiera comprender la complejidad de la sociedad imaginando ver un complot. Una conjura destinada a destruir al sujeto. La economía, todo este flujo de dinero, tiene que ser una conspiración. Borges cuenta este tipo de historias: personajes muy alucinados que están siempre percibiendo el sentido de algo que no pueden entender. Eso reproduce muy bien cierta experiencia que tenemos todos sobre lo que sucede en la sociedad hoy en día. Extrañas historias que no acabamos de comprender, aunque sabemos que por debajo hay intrigas que se nos escapan.
P:_ ¿Diría usted que Argentina es un país en decadencia?
R:_ Nació siendo un país en decadencia. Hay una frase maravillosa de André Malraux. Cuando estuvo en Buenos Aires en 1959 ó 1960 dijo admirado: "¡Pero qué ciudad! Esta ciudad parece la capital de un imperio que nunca existió". He ahí la mitología argentina. De algún modo fue cierto. Alguna vez hubo una gran prosperidad. Hoy vivimos una cosa muy grave, pero al mismo tiempo esta crisis ha puesto a Argentina en el escenario mundial como un ejemplo de lo que va a pasar. El "corralito" y los efectos de los desplazamientos del capital financiero ponen a Argentina, y al tipo de sociabilidad y de resistencia de esas prácticas, como una suerte de laboratorio. Ahí se corta la noción argentina de la particularidad que alimentó muchas ilusiones y muchas mitologías.