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Norte y Sur / La sociedad ha perdido el aprecio por los objetos

Salvador Barros

Bajo el título Los Objetos y Esas Cosas, el libro aparece en un momento preciso, pues el consumismo se ha convertido en la nueva religión. Y es que, en este quinto tomo, su autor habla del desamor que ahora priva hacia los objetos.

"Los objetos y esas cosas es un libro que escribí muy rápido y que, se puede señalar, ya estaba escrito en mi cabeza", dice Pablo Fernández Christlieb en una entrevista que nos concedió: "De pronto me di cuenta de que a lo largo de mi vida había escrito mucho sobre objetos. Hablo de una especie de fascinación que siempre he sentido hacia ellos. Así, fui juntando, quitando y poniendo todos los textos que tenía; luego, agregué una nueva parte". Así fue como surgió el volumen.

Sin embargo, "habría que reconocer que me quedó una espinita -explica Fernández Christlieb-: hubiera querido tener dos años para escribirlo y no un mes; lo digo, sobre todo, porque algunas partes quedaron un poco académicas, eruditas. Un estilo que nunca me ha gustado, pues siempre he abogado por un lenguaje coloquial, cotidiano. De hecho, en mis textos de pronto parece que soy repetitivo en palabras; pero no es verdad: así es como habla la gente".

P:-¿Qué lo llevó a abordar este tema?

R:-En realidad hablo de las "cosas" y no tanto de los objetos; es decir, la palabra es tan bonita (pues sirve para nombrar tanto) que la reducimos al concepto "objetos". Pero son tres las razones por las que me gusta el asunto; la primera es una razón teórica (soy académico, hago psicología social) y es algo sencilla y de moda: el lenguaje. Seguramente tú lo viste en Comunicación, pues es algo que se está abordando mucho en psicología, filosofía y en todas partes: hay una primacía del lenguaje. En otras palabras, hoy todo se está estudiando a través de éste. Por lo tanto, todo lo que sea lenguaje es maravilloso y es verdad, y lo que no, se trata de algo pasado de moda. Sin embargo, el asunto está llegando a un callejón sin salida y lo tenía que aprovechar. Me interesaba rebasar teóricamente ese callejón sin salida del lenguaje y ponerme a hablar de todo lo que no es. A fin de cuentas mi definición de "objeto" es la de "aquella parte de la realidad que no tiene nombre". Así que hablar de lo que no tiene nombre era mi primer interés.

La segunda razón, que está descartada de lo académico (ya que éste es racionalista), es del orden de los sentimientos y los afectos, prosigue Pablo Fernández: "Y es que todo lo que sea afectivo o sentimental no entra en la ciencia social y humana actual, pues no sabe cómo hacerlo. Incluso, siempre termina reduciéndolo a algo racional o lógico, como por ejemplo el lenguaje. Entonces, ver cuál es la razón afectiva o la lógica afectiva era lo que me interesaba sobre manera. Y más todavía cuando partí de mi definición de objetos, pues me di cuenta de que era exactamente la misma definición que de sentimientos: "aquella parte de la realidad que no tiene nombre". Así que cuando uno quiere comprender un objeto y un sentimiento debe tomar el mismo camino, eso fue lo que me gustó. De hecho, las cosas se vuelven de pronto sentimientos: igualmente incomprensibles y difíciles de saber qué tratan de decir. Uno los puede describir o medir, pero nunca sabrá cuál es el significado".

La tercera razón, señala Pablo Fernández, es una queja fuerte contra la sociedad de consumo, "que paradójicamente basa su existencia a través de un desprecio y una falta de respeto por los objetos, por la producción de los objetos, y por el trabajo que cuesta fabricarlos". "Si uno piensa en la Edad Media, por ejemplo, hacer un libro o un vestido era algo que costaba mucho trabajo. Eso inducía, incluso, a que se legara la ropa. En esa época tenían mucho valor este tipo de cosas, sobre todo sentimental. Se respetaban. Actualmente la ropa, para empezar, es donde se ve muy claramente todo lo que sucede: pasa de temporada o de moda, y la gente tira la ropa o las cosas con una mano en la cintura. El objeto se ha vuelto desechable; por lo tanto, hay un desprecio hacia éste, hacia el pensamiento que lo imaginó y hacia quien lo creó. Y no sólo eso: ese desprecio también se ha dirigido hacia las relaciones personales... Las relaciones sociales se han vuelto desechables: así como uno tira la ropa por fin de temporada, uno desecha las relaciones o parejas por fin de temporada. Por ahí va el epígrafe que puse en el libro y que es de Alfonso Reyes: la pérdida de amor a los objetos es la pérdida de amor por el mundo. Así que el principio de la sociedad de consumo es la desechabilidad, el desdén por los objetos. Hoy, las cosas se compran para tirarlas. Parece que el verdadero objetivo de las cosas es hacerse viejas, convertirse en basura".

P:-Parece que todo gira alrededor de su uso...

R:-Podemos dividir el uso como utensilio y como desgaste; si las cosas se usan para tirarse pronto, para que se acaben pronto, ésa es una vertiente. Es el caso de los best sellers de Pérez Reverte, que son cosas que existen para que se desgasten rápido y así no tengan una duración o un segundo uso. Es el caso de la cultura en general, la cultura como consumo. ¡Es una cosa terrible! Ahora la cultura es el objeto más "chic" de consumo y el más desechable. Ahí están los escritores del Crack, que aparecen para ser desechados con sus rollos sociológicos, filosóficos, cuyo único fin es el consumo. En cambio, la otra vertiente, y creo que es el verdadero valor de las cosas, es su uso como utensilio al grado de que empiezan a formar parte de uno mismo. Por ejemplo, cuando a uno le regalan una pluma fuente: uno recuerda todo lo que ha escrito con ella, desde cuándo la tiene, quién se la regaló; entonces la pluma empieza a formar parte de uno. Es más: casi diría que no son extensiones de uno mismo, sino que uno mismo es extensión de esos objetos.

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