1. Las Vidas del Tiempo.
Existen vidas que están llamadas a ser representativas de grandes periodos de la historia. La situación personal e íntima de los protagonistas no puede, salvo riesgo de tener una percepción fragmentaria, desligarse de los procesos históricos que marcan y dividen la historia humana. En las minucias de la vida diaria se cruzan las decisiones cuya resonancia sigue cimbrando la realidad de nuestro tiempo. Las vidas de esos hombres y mujeres pueden leerse desde dos perspectivas complementarias: la primera incluye al individuo singular, cautivo en sus pasiones e inmerso en los avatares de la supervivencia inmediata; la segunda, forma parte de los hechos históricos y su incidencia en la constitución de las vivencias e historiales personales. El mérito de esas vidas, si es que tienen alguno distinto al de las demás, es estar donde deben en el momento en que suceden las inflexiones luminosas de la historia. Un mérito, ciertamente, que puede ser una fortuna o una condena
Chateaubriand fue uno de esos hombres. Sus Memorias de Ultratumba (1848-1850), una de las autobiografías más enriquecedoras, y soberbiamente escritas, son todo un ventanal para contemplar la historia francesa y mundial de su tiempo, con sus personajes, errores y despropósitos. Las Memorias tienen esa posibilidad de doble lectura: la de la vida propiamente dicha del escritor francés y la de ser auténtica historia francesa. El abanico de temas que toca es de tal magnitud que la obra se desborda y ofrece al lector un enorme conocimiento, no sólo al erudito sino también al historiador y a otros interesados en las lecturas múltiples de obras singulares
Otro más sería André Malraux, uno de los intelectuales más emblemáticos del siglo XX. Pensador y gran activista, su vida es una de las aventuras más admirables de la centuria pasada. Malraux estuvo, materialmente, donde debía estar. En el activismo, en la revolución, en los gobiernos de transición, en la política institucional, en la discusión intelectual, etc. El primer tomo de su autobiografía, las Antimemorias (1967), constituyen una de las obras que con más justicia pueden proclamarse como hijas legítimas del siglo. Representan todo el testimonio de una época. Son una obra que sólo pudo haberse dado en las turbulencias políticas del tiempo en que le tocó vivir. Fuera de ese periodo serían ficción rocambolesca.
Estos dos ejemplos son abiertamente aceptados por la comunidad intelectual. Se discuten, releen y se continúa polemizando sobre ellos y sus multitudinarios aportes a todas las ramas de las humanidades. Sin embargo existe un caso que no por ser ampliamente ignorado es menos importante, el del escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942), uno de los creadores más importantes e imaginativos y más injustamente menospreciados por la historia literaria universal. Su autobiografía, El Mundo de Ayer (1941), tiene la característica de las obras que están llamadas a perdurar y a ser representativas de un tiempo, aunque a diferencia de los casos de Chateaubriand y Malraux, la vida y circunstancias personales de Zweig se han tomado como un referente exclusivamente biográfico y temporal, quedando disminuidas sus lúcidas capacidades narrativas bajo la pilastra de trabajos visiblemente menores.
2. Vida y Opiniones del Caballero Zweig.
Stefan Zweig nació en uno de los periodos de mayor efervescencia cultural que haya vivido la Europa contemporánea: la Viena del 900. Ahí, uno de los mayores imperios del siglo XIX, el austro-húngaro, manifestaba una fuerte inclinación por fomentar las actividades artísticas y la ciudad, como no se veía desde el Renacimiento italiano, era un auténtico hervidero de talentos y creadores cuyas obras siguen alimentando nuestra sed de trabajos perdurables. Música, arquitectura, pensamiento, literatura: Viena parecía ser la condensación floreciente después de una larga noche de infecundidad intelectual a nivel mundial. Zweig nació, creció y se educó en ese periodo que se recuerda con gran interés y que algunos escritores y críticos, como Claudio Magris, han identificado como génesis y manantial del mito Habsbúrgico.
Zweig se inició en la creación artística a través de la poesía, escribiéndola y recitándola en cafés, plazas y casas de amistades. En contraste con ese mundo de fascinante creación y gozosa intelectualidad, Europa estaba por padecer eso que Zweig llamaría, años después y desde un doloroso exilio, la "barbarie" y la "bestialidad colectiva": el nazismo. Es increíble cómo se recuerda a Thomas Mann dando sus discursos radiofónicos contra Hitler o a Freud en Londres con su escritorio lleno de cartas para los amigos, mientras que a Zweig, triste y reprobablemente no se le recuerda, aunque fue uno de los fustigadores y críticos más acerbos del nacionalsocialismo.
Su obra tiene varias facetas: biógrafo, novelista, ensayista e incluso historiador de su tiempo. Pero se le recuerda más como biógrafo consumado. Sus libros minuciosos sobre Magallanes, Fouché, María Estuardo o Erasmo se siguen imprimiendo y pueden conseguirse en ediciones económicas en cualquier librería. Pero esas obras no representan lo mejor de su producción ni son lo más rescatable de sus proyectos narrativos. Esos trabajos han llenado huecos editoriales dada su lograda eficacia para dar cuenta en un tono narrativo ameno las vidas de los hombres y mujeres que eligió para biografiar, pero Zweig no se termina ahí.
La crítica literaria lo ha considerado generalmente como un biógrafo. Y le ha añadido, dado el intenso psicologismo de la mayor parte de sus novelas, el de ser un intelectual que ha logrado profundizar en la maraña incognoscible que siempre ha sido la mente de las mujeres para los hombres. Así, Modern, en su Historia de la Literatura Alemana (1961), lo despacha en tres líneas refiriéndose a él como un consumado biógrafo, "un maestro en la descripción de los más sutiles movimientos del alma femenina" y le recrimina, de manera poco prudente, su proclividad deliberada a empacharse de teorías freudianas. A regañadientes, Modern le reconoce un "fino instinto de artista", pero nada más. Lo más sencillo, parece ser, es llegar a la comodidad del lugar común. Éste es el estado general de la crítica sobre su obra. Casi todos los que han escrito sobre él andan por la misma vereda.
Harold Bloom, como siempre, nos sorprende. El crítico norteamericano no se digna mencionarlo en el anexo de El Canon Occidental e incluye en su lugar a Rilke, Musil, Kraus, Roth y otros más. Para quien conozca a Bloom la sorpresa no puede tener mayores repercusiones, pero confirma en parte la intuición sobre el desprecio generalizado que se ha cernido sobre él en el medio hispánico. Magris, por su parte, en El Mito Habsbúrgico en la Literatura Austriaca Moderna (1963) comienza la revalorización de su obra pero su tentativa no va más allá de reconocer a El Mundo de Ayer como una obra fundamental para abordar el periodo e identificar con total claridad los elementos constitutivos del mito. Triste destino para un escritor tan notable. Magris: "Humanista retrasado y fuera de tiempo [...] su obra queda como la noble, amable y vana voz de una protesta moral contra la cruel rueda de las cosas".
Pasar a la historia como pacifista y como biógrafo: dos formas de la simplificación y el desaseo intelectual.
3. El Maltrato de la Historia.
En un siglo que se perfilaba como uno de los más políticos de la historia mundial, Zweig elige la creación de novelas breves, intensas y muy en la moda de la época, densamente introspectivas. Amigo personal de Freud, a quien por cierto dedicó unas palabras en su funeral, el autor de Tres Maestros (1920) logró construir un mundo de obsesiones personales y las vistió con un estilo diáfano que evita la ilegibilidad del tiempo que pasa. Sus obras no pierden vigencia porque apuntan al dilema ético que implica el acto de existir. Un dilema que no admite excusas o pretextos y donde siempre es necesaria una postulación en tal o cual sentido. La elección es una faceta penosa de la vida en donde todos, de una manera u otra, terminaremos enlodados en su fango indeleble. Sus ensayos, por otro lado, son lúcidos y penetrantes. El misterio de la creación artística, una larga indagación sobre el enigma del nacimiento de una obra maestra, tiene postulados lógicos y argumentales que nadie, hasta el momento, ha podido igualar o responder de manera inapelable
Zweig fue un escritor plenamente consciente de su papel como creador y como intelectual y a pesar de que hubiera deseado permanecer en su torre de marfil y dedicarse a la escritura en cuerpo y alma, consideró imposible esa neutralidad frente a la destrucción de su entorno. El imperio se deshizo, la seguridad se desvaneció, hordas de bárbaros volvían a tomar el viejo continente, sólo que ahora no venían de fuera sino de sus mismas entrañas. Como parte de la comunidad judía acaudalada, Zweig vio aparecer lentamente las amenazas a su vida y a su familia. Al igual que muchos de los escritores europeos, comió el amargo pan del exilio pero a diferencia de muchos de ellos, no soportó el peso de la miseria espiritual y terminó por arrebatarse la vida en Brasil, última parada de su solitario camino.
En un tiempo en que se escribían novelas de proporciones colosales, Zweig eligió la brevedad, la condensación y la intensidad. La Novela de Ajedrez, Amok, Los Ojos del Hermano Eterno, Veinticuatro Horas en la Vida de una Mujer, son obras que por su laconismo y geometría estructural, constituyen auténticamente piezas magistrales. El manejo de los protagonistas, la fidelidad de la descripción sin caer en los artificios del naturalismo, la caracterización natural del caos humano son méritos y hallazgos que, como partes integrantes de la novela contemporánea, tienen una visible deuda con la obra narrativa del autor vienés.
Resulta extremadamente curiosa la lectura de un libro como El Mundo de Ayer. A pesar de que cualquier ejercicio autobiográfico es vanidad en estado puro, uno le agradece a Zweig la escritura de ese largo recuento. Es posible vivir el entusiasmo de esos días de juventud, de sus hallazgos artísticos y de las interminables charlas con los intelectuales del momento. Zweig se cartea con Rilke, con Herzl y con Rudolf Steiner, el creador de la antroposofía. Seguir los pasos de su juventud es una delicia abierta a todos. Ciudades, libros, mujeres, música, jolgorios, intercambios. En los periodos de gran efervescencia cultural se dialoga, se conversa en exceso. Las horas se desvanecen, ceden el yugo de su dictadura y se abren a la congelación súbita de la fraternidad momentánea. Muchos fragmentos de El Mundo de Ayer están redactados en plural y es que Zweig, a ratos, habla por esa Viena que ya no existe, por toda una población en plenitud (quizá por primera y última vez) con un régimen político y presa de un estado de avidez espiritual por descubrir y gozar de los misterios de la creación artística.
4. El Legado.
Aunque es un acto de condenable simplismo crítico, es posible considerar la novela Ardiente Secreto como una de las más representativas de la obra de Zweig. Con no más de cien páginas, la obra es un desplegado que expresa de manera clara los puntos esenciales de su proyecto narrativo. La trama: una mujer casada acepta la seducción de un hombre atractivo y soltero. Todo parece ir bien salvo por la intervención del hijo de ella que, preso de celos y dominado por la malicia de una infancia agriamente imaginativa, termina por dar al traste con el posible romance de la pareja. La intervención del niño es la clave para comprender las ideas de Zweig sobre el arte de construir una novela: un hecho, en apariencia convencional, termina en un terrible fiasco por la incidencia de una situación anormal e inesperada. Esa introducción le sirve al autor vienés para arroparse con la mentalidad de un personaje extraño y fabular introspecciones fieles e inteligentes. Zweig, en efecto, era un devoto de las teorías de Freud, pero eso, a diferencia de muchos otros escritores que se hundieron en el fango de la libido y el Edipo, no fue un obstáculo para lograr cuadros narrativos de textura y valor propios.
A la distancia es posible a descubrir el valor de su pensamiento y de su acción política e individual. Sus novelas son plenamente legibles y sus ensayos pletóricos de ideas, reflexiones y cuando así lo quiso la historia, dolorosas profecías. En El Legado de Europa, un libro de ensayos recopilados por su editor y amigo Richard Friedenthal, Zweig rastrea las causas de la catástrofe europea a través de sus protagonistas, actores y víctimas. Intenso recuento de una época convulsa que él mismo padeció en carne propia y cuyas trágicas resonancias espirituales le costaron la vida.