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Norte y Sur / 'Roa Bastos todavía está aquí'

Salvador Barros

El Premio Cervantes 1989 falleció en la ciudad de Asunción, capital del Paraguay cuatro días después de ser operado tras sufrir una caída y golpearse en la cabeza.

Parecía mejorar, pero "se presentó un episodio de bradicardia e inmediato paro cardíaco que no respondió en ningún momento a las maniobras de reanimación cardiopulmonar", reveló el doctor Alejandro Maciel, médico personal del literato.

Roa Bastos, dueño de una azarosa vida a lo largo de la cual ejerció variedad de oficios -desde enfermero en la Guerra del Chaco contra Bolivia, en la que participó siendo un adolescente, hasta de cartero en Buenos Aires-, con el paso de los años trabajó como guionista de cine, autor teatral, periodista y profesor de diversas universidades de América Latina

Fue una de las cumbres de lo que se ha dado en llamar "La novela de dictadores", a raíz de la publicación de Hijo de Hombre y, sobre todo, de Yo el Supremo, narraciones que retratan los abusos de poder, costumbres y padecimientos de un país que es Paraguay, pero cuyo contenido trasciende las fronteras.

Volviendo universal la imagen de José Gaspar Rodríguez Francia, dictador del Paraguay durante 26 años, mejor conocido como "El Supremo", quien como señor feudal tiene derecho sobre la vida o la muerte de sus vasallos.

Este personaje, hombre cultivado por cierto, gusta de la sangre, de los olores nauseabundos, del sexo con las niñas. Anastasio Somoza en Nicaragua; Augusto Pinochet en Chile; Ubico en Guatemala; Porfirio Díaz en México; Getulio Vargas en Brasil; Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y Leónidas Trujillo en la Dominicana, y todos son y no son el "Doctor Francia".

Pero si este retrato del dictador latinoamericano tan bien logrado, tan preciso en su connotación histórica y deslumbrante en su tratamiento literario, no bastará para consagrarlo, un hecho más lo coloca delante de una generación de escritores:

Roa Bastos luchó por conjugar el idioma español y el guaraní. A tal grado que cuando se traslada a Francia, en 1976, invitado por la Universidad de Toulouse, y es nombrado profesor de Literatura Hispanoamericana, crea el curso de Lengua y Cultura Guaraní.

Por eso Eduardo Galeano desde Montevideo, ensalza este intento de conciliar la cultura guaraní con la española. De ahí que la tristeza del uruguayo no nazca sólo de la ausencia de un gran amigo, sino de la pérdida de una mente precursora en muchos campos.

"Su voz -nos dijo Galeano- cantó como ninguna el desgarramiento del Paraguay, esa tierra que en sus libros buscó una síntesis, dolorosa, quizás imposible, entre la cultura guaraní y la española".

En 1953 publica El Trueno Entre las Hojas, su primer libro de relatos, y en 1960 Hijo de Hombre, título que iniciaba su trilogía sobre el monoteísmo del poder. A éste le seguiría Yo el Supremo, su obra maestra y una de las cumbres de la literatura castellana.

Roa Bastos recibió en vida premios y condecoraciones, destacan: el Concurso Internacional de Novelas Editorial Losada (1959) y el Premio de las Letras Memorial de América Latina (Brasil,1988) y el que se puede considerar el Nobel de la literatura hispana, el Premio Cervantes, en 1989.

Su obra consta de más de 20 títulos, entre novelas, cuentos, obras de teatro y poesía, la que ha sido traducida a 25 idiomas.

En fin, lo mismo que Roa Bastos hace decir a Solano Rojas en su novela El Trueno Entre las Hojas, se puede mencionar de él: que "tenía metido adentro, en su corazón indomable, un luchador, un rebelde que odiaba la injusticia. Eso era verdad. Pero también un hombre enamorado y triste. Solano Rojas sabía ahora que amor es tristeza y engendra sin remedio la soledad. Estaba acompañado y solo".

"Ordeno que mi cadáver sea decapitado".

(Fragmento de Yo el Supremo).

El déspota solitario que reina sobre Paraguay en la novela de Roa Bastos es un personaje histórico, el "doctor Francia", quien se consideraba un revolucionario, un jacobino, con manías muy especiales: cuentan que cuando el déspota caminaba por Asunción la gente debía quitarse el sombrero y darle la espalda para no verlo a la cara.

Roa Bastos arranca de esta manera su mejor novela:

"Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres".

Poeta, narrador, periodista, ensayista, guionista cinematográfico y dramaturgo vino al mundo en 1917. Roa Bastos vivió en el exilio (Argentina y Francia) durante más de cuarenta años (desde 1947). Miembro del grupo que inició la renovación poética en el Paraguay en la década del 40 ?con Josefina Plá y Hérib Campos Cervera, entre otros-residía en Toulouse (Francia) donde se dedica tiempo completo a la literatura: como profesor universitario y como creador de mundos ficticios. Muchas de sus obras han sido traducidas a varias lenguas, distinguidas con prestigiosos premios internacionales e incluso llevadas al cine. Sus libros de poemas incluyen, entre otros, El Ruiseñor de la Aurora y Otros Poemas (1942) y El Naranjal Ardiente (1960). Su copiosa producción narrativa ?que tiene su génesis en el exilio? gira, temáticamente, en torno a la realidad problemática de su país. Otras antologías cuentísticas son: El Baldío (1966), Madera Quemada (1967), Moriencia (1969), Cuerpo Presente (1971), Antología Personal (1980) y Contar un Cuento y Otros Relatos (1984), para dar sólo unos cuantos títulos representativos. Sus dos últimas novelas publicadas son Vigilia del Almirante (1992; Premio El Lector y El Fiscal (1993). Actualmente está en prensa Contravida, su quinta novela.

***

La última vez que hablé por teléfono con Augusto Roa Bastos, hace poco más de cuatro meses, en medio de un viaje que hice por Argentina, nos quedamos al menos medio minuto en silencio. Lo sentí fatigado, tristísimo. "¿Estás ahí todavía?", le pregunté. "Estoy -me dijo-, pero no sé por cuánto tiempo". Me pareció otra de las bromas que se gastaba a sí mismo: las centellas de sarcasmo que dejaba caer sobre la decadencia del cuerpo y la fugacidad de la fama.

He leído que ha muerto en Asunción -adonde regresó hace diez años para eso: para despedirse y morir- y me resisto a creerlo. Es una muerte que me agravia en primera persona. Augusto fue el primer amigo no argentino que tuve cuando conocí Buenos Aires, poco antes de cumplir veintisiete años, y el escritor con el que he compartido más intimidades a lo largo de la vida. Creo que fui uno de los primeros lectores de Hijo de Hombre, la novela que publicó en 1967.

Fui uno de los pocos, junto con nuestra amiga común Amelia Hannois -su compañera de entonces-, a quien leyó las páginas iniciales de Yo el Supremo, una madrugada en que lo llevamos al hospital porque sentía que se estaba muriendo de un ataque al corazón, cuando lo que estaba desquiciándolo, en verdad, era la angustia de esa novela monumental, omnipotente, que le crecía por dentro como una población de difuntos.

Lo perdí de vista después del éxito abismal de su Supremo, aunque cada vez que pasé por París lo llamé a Toulouse, donde vivía... Hace dos o tres años recuperamos la costumbre de hablarnos por teléfono. En verdad, era yo el que lo llamaba. Después del Supremo, me pareció que su camino de narrador navegaba con las velas caídas, y se lo dije. Para que me convenciera de lo contrario me envió en 2002 un relato extraordinario, Frente al Frente Argentino", parte de un libro escrito a ocho manos con Alejandro Maciel, Eric Nepomuceno y Omar Prego Gadea.

Es otra de sus obras maestras: un diálogo sobre la guerra y la creación artística entre el pintor Cándido López y el general y prócer argentino Bartolomé Mitre, desvelado el uno por la traducción de La Divina Comedia y atormentado el otro por la torpeza con que su mano única, la izquierda, vertía en el lienzo las imágenes de la batalla de Curupaytí. Le prometí que escribiría sobre ese relato. Lo hago ahora, demasiado tarde.

La vasta obra que deja -menos vasta, sin embargo, que su talento, que su entrañable ternura- es una reflexión única sobre los dobleces del poder y sobre el duelo que la escritura entabla con él. Tanto Yo el Supremo como Frente al Frente Argentino despliegan una voz única que va abriéndose en incontables afluentes. El poder devora a los personajes, los somete al imperio de su mayúscula identidad, para terminar al fin vencido por la historia, sobre la que no ejerce influencia alguna.

Desde El Trueno Entre las Hojas, Roa Bastos se reveló como una figura mayor de las letras latinoamericanas, un creador de voz tan única como la de Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti. Confirmó esa grandeza en Hijo de Hombre y en los cuentos de Moriencia (1969) y Cuerpo Presente (1971), que desaparecieron ante la sombra invencible de Yo el Supremo. Sin embargo, la gloria se le mostró áspera, esquiva, y sólo los laureles del Premio Cervantes, en 1989, le despejaron el camino.

"Todavía estoy aquí", me dijo la última vez que hablamos. Como si supiera que siempre estuvo aquí, en éste y en todos los mundos, paraguayo, argentino, mexicano a la vez, hasta la muerte. Como si supiera que nunca lo dejaríamos ir.

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