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Norte y Sur / 'Van Gogh: Una lucidez exasperada'

Salvador Barros

(A 150 años de su desaparición)

Hay una cosa extraordinaria en la sensación de que es necesario entrar en el fuego. Van Gogh, Cartas a Théo.

En su breve y difícil vida, Vincent Willem Van Gogh (1853-1890) tuvo tiempo de ser estudiante de teología en su Holanda natal, vendedor de reproducciones de arte, pastor protestante y, sobre todo, uno de los pintores más personales y audaces de todos los tiempos.

Hijo de Anna Cornelia Carbentus y de Theodorus Van Gogh, pastor protestante, Vincent vivió sus 37 años con tal vehemencia que, en varios momentos, rozó la locura y dio pie a interpretaciones que parecen tratarlo como un caso antes que como lo que fue: un artista lúcido y revolucionario.

Vio la luz, hace 150 años, marcado por el fantasma de un hermano nacido exactamente un año antes que él (el 30 de marzo de 1852) y muerto al nacer, o a los pocos días.

Desde que vino al mundo, no dejó de buscar su origen y su razón, el modo en que esa luz, física y metafórica, toca las cosas y las confirma en su consistencia, las define en su oculto equilibrio de mesa, ciprés, labrador, prostituta o artista.

Fue reacio a la autoridad dogmática, y sensible a la opresión sufrida por campesinos y mineros. Llegó a dar sermones a los mineros de la región de Borinage, en Bélgica, pero las autoridades religiosas lo alejaron de su puesto, escandalizadas por la profunda identificación de Van Gogh con la vida miserable de esa sufrida feligresía. Sin remuneración alguna, Van Gogh siguió viviendo largo tiempo junto a los campesinos y mineros de la región, asistiéndolos desde su propia miseria.

Una sincera preocupación religiosa y un interés voraz por el mundo de los seres vivos y los objetos fueron motores de su paso, antes y durante su dedicación incondicional a la pintura.

Su espíritu indomesticable lo alejó de las academias de arte y de las universidades, convirtiéndolo en un autodidacto interesado igualmente por dramaturgos como Shakespeare, historiadores como Michelet, y narradores destacados como Dickens y Víctor Hugo. Con el mismo espíritu abierto, veía cuadros, reproducciones y revistas de arte, atento a los lenguajes de maestros de épocas, escuelas y culturas diversas. Y cuando descubrió que con la pintura era capaz de tomar el pulso al corazón del mundo, se entregó a ella con rigor y a conciencia.

Como bien dice Luis Felipe Noé, el gran artista plástico argentino, no pintó desde la locura, sino a partir de una lucidez exasperada, que parece no haberle dado tregua y haberlo arrojado a una búsqueda incesante de los secretos de las cosas. En esa aventura lo acompañó a distancia la conmovedora solidaridad de su hermano Theodorus, de cuya generosa comprensión dan cuenta las extraordinarias Cartas a Théo, que el artista le escribió a lo largo de más de 15 años y que lo revelan como un escritor notable.

Más allá de su importancia relativa en tanto literatura, esas cartas ponen de manifiesto la perfecta conciencia que Van Gogh tenía de su oficio, lo lejos que estaba de ser un artista loco y espontáneo, como tantas veces se lo quiso ver. Ciertas descripciones de Van Gogh de sus propias obras son casi como ver el cuadro y su intención. La pintura no se puede contar, es verdad, pero Van Gogh está tan impregnado de su propia obra que logra transmitirla en sus palabras con una vivacidad arrolladora. Veamos: "En mi cuadro Café por la noche intenté expresar que el café es un sitio donde uno puede arruinarse, o volverse loco, o cometer crímenes. En resumen, busqué mediante contrastes de rosa tenue y rojo sangre y heces de vino, de verde suave Luis XV y veronés, en contraste con verdes amarillentos y verdes blanquecinos duros, todo junto en una atmósfera de horno infernal de azufre pálido, expresar algo así como la potencia tenebrosa de una taberna".

Por otro lado, él siempre supo que quería ser pintor. Lo sabía incluso cuando parecía ignorarlo. Incluso cuando creía que iba a ser pastor protestante; el primer sermón que dio, en 1876, hablaba de "emerger a la luz". Desde luego, se refería a un concepto que está en los Evangelios: por las tinieblas, hacia la luz. Pero, para Van Gogh, la oposición entre luz y tinieblas fue constante, siempre habla en sus cartas de un movimiento desde las tinieblas hacia la luz. Tal vez habría que pensar que, cuando llega a la luz total en sus cuadros, la tremenda carga que tiene su pintura es el remanente de las tinieblas, de una oscuridad que lo persiguió toda la vida.

La correspondencia con su hermano prueba que Van Gogh fue un verdadero artista que, aunque haya producido la parte decisiva de su obra en los últimos siete, ocho o diez años de su vida, de alguna manera venía pintando en su cabeza desde mucho antes, quizá desde siempre. En sus reflexiones, todo lo ve como si fuesen cuadros. Y esto es así desde mucho antes de comenzar a pintar. Sus tíos vendían grabados y obras menores de pintura. Théo trabajaba en eso y el mismo Vincent trabajó durante siete años. De modo que en sus cartas y en sus reflexiones en general siempre está hablando de pintores y de pintura. En una larga carta de julio de 1880 en la que intenta reconciliarse con Théo tras un distanciamiento de varios meses, tras reflexionar sobre su vida y sobre muchas otras cuestiones, hay un pasaje en el que hace una curiosa integración de varias cosas: "Alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt, pero seriamente sabrá que hay un Dios y creerá en Él; alguien ahondará en la historia de la Revolución Francesa; no será incrédulo, verá que en las grandes cosas hay una potencia soberana que se manifiesta". Está poniendo en relación a Rembrandt, a Dios y la Revolución Francesa. Al mismo tiempo, en su actitud evangélica hubo una actitud revolucionaria y en su mirada sobre la pintura, nunca se olvida de Dios

Su rasgo decisivo es la intensidad. Eso es lo que llevó a decir a Artaud: "Pintor, nada más que pintor, Van Gogh adoptó los medios de la pura pintura y no los rebasó". Creo que, con esto, Artaud intenta sugerir que se trata de un artista con una relación muy intensa con el lenguaje específico de la pintura. Ahora bien, veamos esta otra afirmación del propio Van Gogh, escrita en 1878: "Si nos perfeccionamos en una sola cosa y la comprendemos bien, adquirimos el conocimiento de muchas otras cosas". Esa sola cosa terminó siendo, para Van Gogh, la pintura. Es como si toda su filosofía de vida la hubiese puesto allí, en la búsqueda de una legitimidad del lenguaje plástico, en el sentido de que él no buscó referencias a mitos griegos o a hechos históricos. Su gran obsesión fue la naturaleza, pero él la quiso conocer a través de la pintura. Y al conocer la naturaleza a través de la pintura, lo que curiosamente descubrió fueron los elementos básicos de la pintura: la línea, el color y el espacio sobre el que éstos se manifiestan. Van Gogh arañaba la tela con su pintura, casi como si dibujara. Con el color mismo, creaba las figuras. Y sus dibujos tienen un ritmo que también aparece en sus pinturas. Esto lo describe bien Artaud: "Es más pintor que los otros pintores por ser aquél en quien el material, la pintura misma, tiene un lugar de primer plano. Con el color tomado tal como surge del tubo, con la huella de cada pelo del pincel en el color, con la textura de la pintura como resaltando en la luz de su propio sol".

Cuando hacia 1877, Van Gogh intentó estudiar Teología, sintió que el rigor de esa carrera lo sobrepasaba. Superado por esa exigencia se aplicaba castigos, se autoflagelaba en la espalda. No sé en qué medida no puede decirse si esos trazos contundentes y ostensibles del pincel que caracterizan sus obras no constituyen también pequeños latigazos o flagelaciones. Los cuadros de Van Gogh parecen haber salido directamente de sus nervios. La suya es una pintura de nervios a la intemperie. Hay una suerte de superyó que lo persigue, algo más fuerte que su propio yo; su identidad está concentrada en la búsqueda de ese superyó, por todos los medios, de manera que no puede ser un hombre útil a la sociedad en el sentido corriente porque está concentrado en esa búsqueda. Cuando Van Gogh centró esa búsqueda en el territorio de la pintura, hizo lo que sabemos: una obra única que abre el camino hacia el arte moderno.

Dice Artaud: "Lo maravilloso consiste en que este pintor que no es nada más que pintor es también, de todos los pintores que existieron, aquél que más nos hace olvidar que estamos frente a una pintura". Es decir, ante sus obras no estamos frente a una representación, sino ante una presentación contundente, como cuando uno se enfrenta a un espejo.

Otra de las características de la obra de Van Gogh es que, a pesar de ese camino hacia la abstracción que se registra en ella -porque supera la representación realista del objeto mismo-, nunca deja de obsesionarse por el volumen del objeto. Un profesor de una de las academias de arte por las que pasó fugazmente le pidió que copiara la Venus de Milo, y la hizo con muy amplias caderas, como si fuese una campesina. Cuando el profesor se lo señaló, él le respondió: "Una mujer debe tener caderas y un vientre amplios donde llevar a su hijo".

Pero, ¿quién fue Vincent Van Gogh?

Hemos leído toda clase de aproximaciones a su vida y su obra: algunas exaltan lo psicológico; otras, lo social, lo místico, o lo puramente pictórico. Todas son legítimas, pero creemos que deben primar dos: por un lado la que rescata lo pictórico, porque de lo contrario, no estaríamos escribiendo sobre él; y por otro, una perspectiva que está encerrada en sus Cartas a Théo. El desarrollo de una conciencia en cuyo despliegue no se ve a un loco. Lo suyo no fue locura, sino una lucidez tan exasperada que fue capaz de enloquecerlo. Es obvio que Van Gogh fue, ante todo y al igual que el poeta Arthur Rimbaud, un tipo que definió profundamente el sentido de la creación artística. Cuando Van Gogh pintaba algo, no estaba representando tanto ese objeto o ese paisaje como la pintura misma. La pintura como vivencia, como actitud ante el mundo. Y eso es extraordinario. No hay muchos casos en la historia de la pintura. Rembrandt, tal vez. Y es curioso, en este sentido, que ambos hayan tenido la obsesión de hacerse autorretratos. En ambos casos, fue la consecuencia de responder a su propia extrañeza.

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