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Norte y Sur

Salvador Barros

En La Mala Hora, una de las grandes novelas, injustamente relegada de Gabriel García Márquez relata lo sucedido en una aldea de ficción. Al leerla de nuevo, iluminó mi visión del país. En la novela, la paz y prosperidad prometidas tras muchas décadas de guerra, empiezan a cuartearse al aparecer pasquines en las puertas de las casas. En esos anónimos, se delatan paternidades falsas o los encuentros clandestinos de un músico con la mujer de un cazador

César Montero sale al amanecer, como acostumbra, montado en su mula y lee el pasquín pegado en la puerta. Lo rompe. Luego prosigue como si fuera a los cerros, pero, casi al salir del pueblo regresa, va a la casa de Pastor (tocaba el clarinete) y lo mata.

El alcalde intenta descubrir al autor -o autora- de los pasquines, soportando un terrible dolor de muelas: no quiere ir al dentista, pues fue (es) su enemigo político. Al fin asiste con el viejo rival. Le saca la muela sin anestesia.

Los pasquines casi nunca dicen nada nuevo, pero su contundencia en papel y tinta los torna inadmisibles. Mientras el alcalde inicia su ingreso a la enfermedad sin retorno: la búsqueda del poder creciente asociada al enriquecimiento, decreta un toque de queda y buscará al culpable cada noche. El pueblo sabe que el asunto de los pasquines es obra de todos: ¿quién no tiene una afrenta pendiente, el gusano de la envidia enchiquerado, cuentas por cobrar, el conocimiento de un secreto, propio o ajeno, que lo llevaría a la ruina al grabarse en forma de pasquín, rebasando el rumor sordo, agazapado, intangible? Se expande en el pueblo la sed de revancha soterrada.

El poder no puede aceptar a la mala conciencia, la memoria colectiva de la corrupción y los asesinatos como explicación de un proceso que desmadeja y quiebra las relaciones entre las gentes. "Son otros tiempos". Ha de hallar al culpable, innominable. En la mala fortuna de un joven fuera de casa en el horario prohibido, encuentra "la causa" de la fiebre de pasquines. La tortura es tan grande que muere, pero el alcalde declara que no ha sido así: se fugó. Y como inicia la novela, con el Padre Ángel llamando a misa, termina. Sabemos que ha retornado la violencia, esa manera de encarar la vida cuando las instituciones son ineficaces, irresponsables, corruptas

Somos todos, materia humana, objeto de un pasquín. No hay vidas perfectas. Por eso construimos instituciones imperfectas a su vez, pero que no se fincan en la pureza individual: procuran acotar las ambiciones

Más modernos, estamos ahítos y expectantes de pasquines tecnológicos: videos, grabaciones, relatos de testigos en los medios. Son las nuevas puertas. Los políticos roban; ya lo sabíamos, o juegan en Las Vegas. Se conoce el monto de un nuevo "préstamo" a un sindicato impresentable, la factura a cargo del erario de la cirugía de la esposa de un señor que dirige la empresa más importante del país. "Comes y te vas, Fidel". La colérica y puritana actitud de un diputado, y su dedo flamígero: en la tele exige a un subsecretario, sin respeto alguno, que lo respete pues él es Representante del Pueblo. Los que se califican de honestos aceptan que cometieron "errores", no delitos; los ciudadanos que por "errores" leves enfrentan la cárcel o multas a secas no dan crédito.

El presidente, iracundo, lanza un mensaje a la Nación: diputados irresponsables. Los diputados reviran: presidente ignorante y pendenciero. Pocos procuran desmarañar las cosas: si no dan dinero para hacer un censo fiscal, pero toman en cuenta los ingresos provenientes de hacerlo, hay fallas. Ninguna falla, maldito, ahí te pego, mañana, el pasquín para que vean lo que eres. No hay, pues, certidumbre. Todos contra todos. Se atropella lo único que nos puede dar salida civilizada: respetar las instituciones y las reglas, aunque no nos beneficien. Ni madres: cuando gano todo está bien, pero si pierdo hago un berrinche, te saco un video: pasquines.

A culpar al sin nombre, a los enemigos de las reformas, a denunciar al antiguo compañero sin reparar en los medios. ¿Una carta personal? Me vale. Urge un chivo expiatorio en todos los bandos y si no me equivoco, nos está llegando, otra vez, la mala hora.

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