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Nuestra Salud Mental| ¿A QUÉ SABE LA HIERBABUENA?

Dr. Víctor Albores García

(Segunda y última parte)

¿A QUÉ SABE LA HIERBABUENA? (OTRO PARÉNTESIS DE LAS PASIONES)

En ecos sonoros y vibrantes, la música se esparce rítmicamente e inunda los espacios, vívida y apasionante, en flamas que se encienden y se prolongan persistentes para luego desaparecer y perder su lozanía, como si se tratara de capullos que se abren por momentos para luego marchitarse en la cadencia de las melodías. El ritmo de las palmas o el chasquido de los dedos marcan los andares, el suave deslizarse, el entrechocar de los tacones, el elegante girar de los cuerpos que al unísono avanzan y retroceden como olas entre las marejadas pasionales. Ese coro griego mantiene su esencia y su presencia en el espacio como el testigo y guardián poseedor de tantos relatos eternos que han trascendido los tiempos en el marco de las historias y las leyendas, aquéllas que nos anteceden, así como las otras, las que como humanos seguirán marcando nuestro destino y nuestro devenir. El duende de Eva Yerbabuena se expande y se dispersa en todos los sentidos, casi como una nube que nos envuelve y nos contagia, para penetrar y conectarse a la vez con nuestros propios duendes, a los que despierta y aviva hasta lograr una comunión de pasiones.

Eva Yerbabuena no es de manera alguna otro espectáculo más de los que estamos acostumbrados a presenciar en los festivales de perfiles españoles, en las cuevas de gitanos o en los bares de flamenco; esos espectáculos de los vestidos de lunares de colores, de los claveles en movimiento, del frotar de las castañuelas o del batir de las palmas al compás de las sevillanas o las seguirillas. En esta ocasión presenciamos un espectáculo de otro estilo diferente; otra variedad de flamenco, en un género de baile más sofisticado, más moderno y más universal, pero a la vez e igualmente, más único. Los vestidos que cubren los cuerpos femeninos casi en forma de túnicas, les confieren tal gracia, tal donaire, tal elegancia y flexibilidad, que al avanzar al unísono en grupo y paralelamente, lo hacen como un coro griego en movimiento, que lleva dentro de sí y transmite una enorme capacidad de expresar la vida y sus pasiones a todo su potencial. Las figuras masculinas como guardianes que las acompañan a sus flancos, las adornan y las complementan, engarzados igualmente dentro de esa geometría en movimiento. Elegante y refinado, con ese cierto toque de modernidad coreográfica a la Martha Graham o a la Alvin Ailey, acompañado además de los ecos lejanos de sones africanos y cubanos, y el dulce aspirar de la flauta en notas de jazz, el grupo de baile de la Yerbabuena proyecta asimismo una mezcla de ciertas pinceladas de alegría y de tristeza, de júbilo y languidez con nostalgia, pero manteniendo a la vez ese sello tan auténtico, tan personal y único, tan diferente de aquello a lo que estamos acostumbrados a presenciar y a definir cuando se trata de un espectáculo flamenco.

Eva y su grupo nos transportan a un mundo muy lejano y a la vez muy íntimo y cercano mediante ese estilo de sofisticación e interpretación tan distintivo y personal de un arte que tiene la capacidad de conjugar los tiempos, los espacios, las leyendas, los dramas, las herencias y los arquetipos en un todo muy sólido e inigualable. Un todo que puede llegar a materializarse y a construirse lo mismo en los escenarios externos que en los interiores, entre la oscuridad y las sombras, o entre las luces de espacios abiertos e iluminados donde también marca sus fronteras, para después ir desapareciendo suave y lentamente como el vuelo de las aves. Es ese todo compacto y homogéneo que bajo el hechizo de su propia cadencia y movimiento, de sus lamentos y de su taconeo, de su volar de las manos y del girar de sus dedos, termina por desarticularse y desaparecer finalmente hasta posarse una vez más en la figura original, única y presente de la mujer del gramófono. Esa primera mujer, esa madre universal, la Eva que inicia, la que huele y que sabe a yerbabuena, la Eva que se estremece entre las tentaciones y las pasiones del mundo, la que con Adán fuera desterrada del paraíso, la que logró abandonarlo para siempre y convertirse en la mujer que ahora se dedica a ser ella misma en el vacío y la soledad de este planeta, frente a frente con su pareja y con los hijos que han procreado.

Es la historia de nosotros, la de nuestros espacios, la de esos rincones y espacios que hemos ido poblando los seres humanos. Es también la historia de los humanos como gitanos y nómadas y trashumantes en los que de una u otra forma todos nos hemos convertido para vagar, explorar y deambular por estos territorios, perdidos en el universo en la eterna búsqueda de nosotros mismos, al ritmo de las palmas y el taconeo, de los chasquidos de dedos y los lamentos, de los quejidos pasionales, del rasgar de las guitarras o del susurrar de las flautas, mientras giramos y bailamos nuestra fortuna y nuestras desventuras, al ritmo único y universal de las pasiones.

No cabe duda lo admirable que es la capacidad de los seres humanos para comunicarnos los unos con los otros, de manera que siempre hemos logrado descubrir muy variados y diferentes métodos para hacerlo desde los momentos más lejanos de nuestra historia. Los primitivos quejidos y lamentos, asociados a diversos ruidos y sonidos en la existencia de nuestros antepasados más rudimentarios, fueron evolucionando a través de los tiempos en manifestaciones que ansiaban comunicar sus sentimientos y sus emociones, sus ideas y sus pensamientos, sus sueños y fantasías, sus deseos más ocultos, sus experiencias y aventuras, sus historias y leyendas, sus rutinas y sus tradiciones. Tales manifestaciones vinieron a convertirse en movimientos, melodías, ritmos, cantos, música y danza, que proyectaban y sigue proyectando en la actualidad, toda la intensidad y toda la fuerza de sus existencias.

Gracias a esa capacidad de comunicación y a la creatividad que la ha refinado en su evolución, podemos tener acceso a ese diálogo interno y externo que nos ha proporcionado Eva Yerbabuena y su grupo hace solamente unas noches en el Teatro Nazas. Seguramente que cada uno de nosotros como espectadores habrá captado y habrá sido influido de forma y estilo diferente por los mensajes que han sido transmitidos en un estilo tan intenso y maravilloso. Sin duda alguna, ése sigue siendo el valor del fantástico arte de la comunicación entre los seres humanos, sin importar la raza, el idioma, la cultura, la geografía, las costumbres o la religión, porque al fin y al cabo todos somos seres humanos, hijos de Eva y de Adán. Eso definitivamente, viene a formar parte de nuestra salud mental. (FIN).

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