Nebulosa, indefinida, extraña y hasta ajena, el concepto de muerte en la infancia puede aparecer sumamente abstracto y lejano, muy distante de lo que podría ser la realidad cotidiana, a menos que se haya enfrentado la experiencia cercana de una muerte en la familia. Aunque en la adolescencia y en la etapa de adultos jóvenes, la muerte suele tener otros rasgos y caracterizaciones, que se acercan más al concepto de pérdida total y de terminación, de todos modos, la muerte mantiene esos rasgos de lejanía y distancia, de algo que les sucede a los demás, pero que será casi imposible de presentarse en la juventud. En esas etapas de la vida, nos vemos a nosotros mismos como jóvenes eternos, vitalicios e inalterables, plenos de vitalidad y exhuberancia, adheridos al mundo y a la existencia, experimentándolos para vivir una experiencia completa de explotación, estimulación y aprendizaje. Sumamente ocupados y embelesados bajo esas prerrogativas, difícilmente los jóvenes piensan en la muerte, y ni siquiera llegan a vislumbrarla, a menos de que hayan experimentado alguna pérdida dolorosa en la familia, en sus amistades o en sus compañeros cercanos.
Conforme avanzan los años y nos acercamos a los picos de los cincuentas y los sesentas, es entonces cuando alcanzamos a ver lo que se oculta del otro lado de la montaña, ese costado que jamás antes habíamos visualizado, al estar tan atareados en escalar nuestra primera ladera de la vida que abarca los veintes y los treintas. Para entonces, la vida empieza a adquirir tonalidades y significados diferentes, los números pueden tornarse más abultados, enmohecidos, arrugados, crujientes y dolorosos, hasta darnos una imagen diferente del mundo, de nosotros mismos y de los demás. El descenso hacia el otro lado de la montaña, hacia la madurez, también cobra características diferentes, en que quizás libres ya de ese aceleramiento y tensión que nos mueven a escalar nuestras primeras etapas de la vida, estamos idealmente más conscientes de nosotros mismos, de los cambios que vamos sufriendo, de nuestro pasado y de nuestro presente, de nuestros cuerpos y de nuestras experiencias, del paisaje a nuestro alrededor y de los giros que va dando el camino hacia el futuro. Al descender la otra ladera de la montaña, cambia radicalmente el concepto de muerte; ésta ya no parece tan distante o tan ajena, porque seguramente nos habremos topado con ella en numerosas ocasiones, algunas más cercanas, más prematuras o más trágicas y dolorosas que otras. La hemos reconocido cara a cara, la hemos enfrentado y hemos aprendido a identificarla, a palparla y a percibirla con todos nuestros sentidos. Llega un momento en que la muerte no nos parece tan sorpresiva, ni tan lejana; sabemos que puede estar ahí, a la vuelta de la esquina, enroscada en cualquier recoveco, acechando como una sombra que en cualquier instante se puede convertir en nuestra propia sombra, en la imagen propia que se desvanece en el espejo. Así, la muerte llega entonces a aparecer y a convertirse en una presencia y en una posible ausencia, como la terminación de un ciclo que debió cumplirse, como el lógico final de la vida, independientemente de si se hayan cumplido o no las tareas y los objetivos planeados. La muerte en sí es como un punto y aparte, a pesar de que muchos quisieran que pudiera prolongarse en puntos suspensivos.
Desde las lejanísimas arenas y los montes rocosos egipcios, nos ha llegado a través de tantísimos siglos, los ecos de las oraciones dedicadas a la muerte en los templos, las mastabas, las pirámides y las tumbas de una civilización que contradictoriamente vivía en constante adoración y preocupación por la muerte, preparándose para ella, como una morada en la que retomarían el sendero. Desde entonces, y a lo largo de la historia de la humanidad, la preocupación ha continuado incesantemente en todas las épocas, las culturas y los rincones del planeta. La preocupación por comprender y develar su misterio, lo que significa ese final, lo que encierra detrás de sus puertas de las que nadie ha podido regresar para contarlo. A través de las costumbres, los ritos, las leyendas, los mitos, las diversas corrientes filosóficas o religiosas, la muerte ha sido aceptada como un final o igualmente se ha convertido en un renacimiento, una resurrección, una segunda, tercera o una de tantas vidas más allá de esta vida en el presente. La muerte ha llegado a adquirir múltiples rostros y dimensiones, múltiples conceptos y definiciones de acuerdo a nuestras preocupaciones, a nuestros miedos y a la ansiedad que siempre ha provocado el saber con seguridad que en un determinado momento llegaremos a ella, como la pérdida total y la ausencia final de nosotros mismos.
La muerte no hace distinciones, no representa exclusivamente la etapa final en el ciclo de la vida, ya que lo mismo puede segar la existencia de los recién nacidos, de infantes, de niños o niñas, de púberes y adolescentes, o de adultos jóvenes en la flor de la vida y en cualquier otro momento y etapa de este ciclo. La muerte puede llegar, pero igualmente puede ser buscada y encontrada abiertamente o de manera velada; puede aparecer bruscamente y de forma intempestiva, o prolongarse lenta y suavemente en agonías pesarosas. Puede presentarse en el hogar, en la calle, en las carreteras, en los hospitales o en cualquier espacio y en cualquier momento. No siempre parece llevar una agenda, aunque haya quienes digan lo contrario. Existen muchas formas y estilos de muerte; algunos la inflingen a otros deliberadamente bajo los efectos del alcohol, las drogas, la rabia, los celos, los deseos de venganza, la falta de controles o de la conciencia; otros la buscan para sí mismos mediante métodos muy variados. Para los enfermos graves crónicos o terminales, hay quienes la promueven como una experiencia familiar, íntima y digna, dentro del hogar y lejos de la frialdad y la tecnología de nuestros modernos hospitales, en donde los pacientes pueden mantenerse interminablemente, sin reposo, como muertos vivientes entre medicamentos, tubos y sondas gracias a los modernos avances de la Medicina.
En los últimos meses, el cine nos ha presentado tres impactantes ejemplos de otro tipo y estilo de muertes, a través de filmes tan bellos, excelentes y profundos como son ?Las invasiones bárbaras? y ?Mar adentro?, un estilo de experiencias proyectadas en forma más humana, filosófica y reflexiva, o la contundente al estilo americano ?Golpes del destino?. Un trío de filmes de rasgos muy diferentes y únicos cada uno, que presentan un rostro muy especial de la muerte, al que no estamos acostumbrados, y que por lo tanto se vuelve muy controversial y amenazante.
El próximo martes 19 de abril, a las 20:00 horas, en la avenida Morelos número 1082 poniente, invitamos cordialmente a nuestros lectores, tanto de parte de mi colega el Lic. Ricardo Mercado, y mía para que nos acompañen en la presentación del último tomo de una serie de cinco libros enfocados al ciclo de la vida, llamada Los Caminos del Desarrollo Psicológico. En este quinto volumen se abordan precisamente muy variados enfoques sobre el tema de ?La muerte?. Esperamos que nos acompañen.