(Sexagésima tercera parte)
En un drama semejante, uno se preguntaría si acaso el amor, la dulzura, la nobleza, la docilidad y la inocencia de Desdémona representan a su vez, el nacimiento, el florecer o la presencia de alguna pasión. A lo largo de la obra, somos testigos de su lucha para apaciguar la desconfianza y los celos de Otelo, inicialmente confusa, ingenua y cegada hasta cierto punto sobre la intensidad pasional que despide su amante. Aún sin captar en su totalidad la angustia, la rabia, la desconfianza, los celos y la inseguridad de Otelo, manipulado por las argucias de Yago, Desdémona sin darse cuenta, es introducida en el complot junto con Casio, el lugarteniente favorito de Otelo. El interceder por Casio frente a su esposo, sin percatarse que al hacerlo cae precisamente en el juego de Yago, provoca con mayor intensidad el sufrimiento de un ya de por sí atormentado Otelo, redoblando su inseguridad y sus celos. Las frases equivocadas; las muecas y las sonrisas que quisieron ser candorosas, las miradas o cualquiera de esos detalles que podrían ser mínimos y superficiales, interpretados sin embargo bajo el calor de la pasión y la sospecha, sólo sirven como astillas incandescentes que avivan el fuego y el tormento. En esta forma y sin lógica alguna, simplemente inmersos todos ellos en tal laberinto de pasiones, Otelo, Desdémona y Casio resbalan y a ciegas caen en las redes de ese juego maquiavélico y paroxístico, convertidos en víctimas, movidos irremediablemente como pasivas piezas de ajedrez, por la fuerza incontrolable que destilan las pasiones de Yago.
¿Pero qué tan consciente o inconscientemente, puede cada pareja provocar en sí con sus palabras y acciones cotidianas, o quizás con su silencio y su pasividad complaciente los celos o del o la compañera, para estimularlos o inclusive llegar al grado de incendiarlos? ¿De qué manera encajan los amantes el uno con el otro en esa danza perturbadora y agresiva, rabiosa y angustiante, apasionadamente interminable marcada por el ritmo de los celos? ¿Cuál es en sí la realidad, separada de la fantasía de los fantasmas internos y de las alucinaciones mentales provocadas y proyectadas sin lógica alguna en el espacio por tales amores exuberantes y los celos que consecuentemente emanan de sus raíces? ¿Hasta qué punto es real la tragedia de Otelo, hasta qué punto se trata de una verdadera historia de traiciones, infidelidad y desamores, o es quizás más bien el producto final de las maquinaciones mentales de una fuerza vital y sus conexiones enfermizas con otras mentes preparadas para seguir un juego semejante en el momento y las condiciones adecuadas? ¿Se trata acaso de un juego necesario e imperativo, como si se tratase de un vehículo liberador de tensiones y pasiones en forma paralela, que difícilmente podrían ser canalizadas de otra manera, pero que a su vez y peligrosamente pueden conducir hasta el deterioro e inclusive a la destrucción parcial o total de sus personajes, así como de todo lo que les rodea?
La impotencia, el miedo, el desconsuelo y la frustración de Desdémona, quien en su desesperación trata inútilmente de convencer a Otelo de su amor, su inocencia y su fidelidad, podrían considerarse asimismo como las otras pasiones que también encajan atinadamente en este complejo y dramático laberinto humano. A mayor intensidad de los celos, de la rabia y de las amenazas y recriminaciones en un extremo, tiene por fuerza que responder igualmente con esa misma intensidad y persistencia, una defensa apasionada que busca protegerse y convencer al otro de lo injusto y ridículo de sus sospechas, para tratar de recuperar la razón y el equilibrio como pareja. Sin embargo, conforme las pasiones de uno y otro lado aumentan en intensidad y volumen, se irrumpe entonces en esa característica espiral de acusaciones en la que se encadenan irremisiblemente mezclándose las unas con las otras, las sospechosas experiencias del pasado o del presente o inclusive en ocasiones, hasta los fatídicos aunque desconocidos presagios del futuro, que caldean ferozmente la relación y el ambiente, al grado que imposibilitan llegar a una solución o a una negociación razonable. En el caso de Otelo y Desdémona, no hay posibilidad de negociación alguna; la resolución final es la muerte, el estrangulamiento de ella a manos de su amante, como un dramático castigo para ambos, que se repite una y otra vez en las páginas y en los escenarios. Así se lleva a cabo la trágica canalización y resolución que originalmente Shakespeare destinó para sus personajes, y que siglos más tarde Verdi volvió a recrear en el escenario musical.
Quizás podríamos pensar que se trata de un tema anticuado, que un argumento semejante está fuera de moda y que pertenece exclusivamente a las inspiraciones literarias o a las maquinaciones de mentes extraviadas y sin oficio. La realidad es que aún en esta época, al inicio de nuestro flamante y tórrido siglo XXI, podemos encontrar sin duda alguna los Otelos, las Desdémonas, los Yagos y los Casios, como personajes de la vida diaria, ubicados en cualquier barrio, colonia, pueblo o ciudad, sea en una u otra etapa del ciclo vital, sin importar las edades ni el nivel social o educativo; poseedores de nombres e historias diferentes, y con quienes definitivamente se podrían ensamblar muy variadas y contrastantes aventuras literarias o inclusive óperas domésticas. En ocasiones de estilos más discretos y escondidos, a la sombra de sus hogares, de personalidades más sencillas y de rasgos menos dramáticos, con mayores posibilidades de que la pareja se pueda comunicar y negociar entre ellos, para no tener que llegar a esos extremos. En otros casos, presentes en forma más visible y estrepitosa, impulsados por una frenética necesidad de salir a la luz pública e inclusive de llenar los titulares de la prensa, como una forma incontrolable de compartir sus pasiones desbordadas. Y sin embargo, a pesar de cada estilo, en todos estos casos, se trata de personajes reales, no necesariamente producto de la imaginación de Shakespeare o de los escenarios de Verdi. Productos de la vida misma, auténticos individuos de carne y hueso que sienten, se apasionan y se atormentan mutuamente; hombres y mujeres que funcionan al ritmo de su propia sensibilidad y de la intensidad de las pasiones que emergen de ella; miembros herederos del temperamento y los rasgos de nuestra cultura latina y mexicana, en la que este tipo de pasiones surgen cotidianamente y quizás con mayor intensidad en este extraño y prolongado período de ?fiestas? navideñas, en el que las pasiones al igual que la contaminación parecen desparramarse más abiertamente en el ambiente. (Continuará).