Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Sexagésima cuarta parte)

A pesar de que en la obra que estamos revisando, los celos aparecen casi como un atributo específico masculino, producto de nuestra herencia machista mediterránea, producto asimismo de la inseguridad, la desconfianza y la necesidad de definir el amor como la posesión, la sumisión y el control del otro, como si se tratara de un objeto, en este caso la figura femenina, la realidad es que ello tampoco es completamente cierto. Aún cuando las peripecias geométricas de nuestro sistema y herencia cultural, señalan al hombre como el miembro activo de la pareja y a la mujer en plena oposición pasiva, sabemos que en el fondo se trata precisamente de eso, de peripecias geométricas que sirven para situar a tales estereotipos masculino y femenino en cómodas y necesarias posiciones de marionetas dentro de un escenario cultural estratificado. Como seres humanos, hombres y mujeres, sin importar el género, todos estamos supeditados a la intensidad de nuestras emociones que surgen como consecuencia de una mayor o menor sensibilidad, y cuyo control puede escaparse de nuestra conciencia hasta dejarlas desbordarse o explotar en pasiones volcánicas y exuberantes que nos pueden llevar en direcciones ilimitadas sin previsión ni planificación alguna. Por lo mismo, ni las pasiones en general y aún menos los celos en particular, pueden ser considerados como la propiedad exclusiva de los hombres. El hecho de que son los personajes masculinos en la obra de Otelo, los encargados de representar las pasiones en una forma más intensa y dinámica, como ya nos dimos cuenta respecto al sufrimiento, el tormento, la angustia, la rabia, los celos y la destructividad en manos de Otelo, o la envidia, la maldad, la crueldad y un estilo diferente de celos en Yago, ello podría hacernos pensar que se tratan de pasiones exclusivas del hombre. Nada más alejado de la realidad, aún mismo en la época de Shakespeare o de Verdi. Hombres y mujeres pueden igualarse y rebasarse unos a otros en cuanto a la intensidad de sus pasiones, en el amor, en los celos, en la envidia, la rabia, la desesperación, la crueldad, la maldad, la angustia, el orgullo, la soberbia y muchas otras que forman parte de nuestro repertorio.

Habrá que tomar en cuenta que en tantas de las ocasiones, los roles suelen invertirse en la forma en que las pasiones se manifiestan en la vida, o en la interacción y las relaciones en diversos tipos de parejas. Es así como en muchos casos, quizás se tendría que hablar más bien de una Otela, al referirse a una mujer apasionada, pero desconfiada, insegura y posesiva, en quien el amor se ha tornado tormentoso y consecuentemente la ha invadido transformando en celos como una pasión arrebatada y devoradora. Su pareja tomaría entonces el lugar de un Desdémono, como objeto de tal amor y celos pasionales, quien a su vez sería presa de la impotencia, el miedo, la frustración y la desesperación ante tales ataques, acusaciones y sospechas, convertidas igualmente en pasiones semejantes buscando contrarrestar o equilibrar defensivamente las pasiones de su pareja. En una relación como ésta, lo lógico sería esperar también la presencia de un tercero o tercera en discordia, algún Yago o Yaga, como aparentes observadores externos, que realmente funcionan como atizadores de tales pasiones, movidos a su vez por la envidia, la maldad y los celos, enfocados además hacia los posibles Casios o Casias como personajes fundamentales, necesarios y complementarios en estos juegos y laberintos pasionales.

Y sin embargo, el drama quedaría incompleto si dejáramos de tomar en cuenta una última pero sumamente importante, sutil y sofisticada pasión. Esa pasión que a pesar de llegar a extremos tan intensos como los celos, la rabia o las otras, suele en tantísimas ocasiones pasar desapercibida al no ser descubierta y reconocida, y ni siquiera nombrada. A pesar de ser tan cotidiana y de anidar y alimentarse con tanta frecuencia de nuestros corazones, no siempre somos capaces de detectarla, de localizarla, de traerla a la superficie y enfrentarnos a ella cara a cara. Sutil y discreta, generalmente evasiva, parece tratar de disolverse entre las otras emociones o de inclusive disfrazarse en forma de malestares físicos del tipo de los dolores y quebrantos. A ese sentimiento que también llega a convertirse en pasión, le llamamos culpa, Culpa con mayúscula. Es esa culpa, la que como una pasión incontrolable invade a Otelo hacia el final de la obra. El Moro no puede escapar el veredicto de sus jueces, de las autoridades venecianas que condenan su crimen sin poderlo dejar impune. Pero la culpa como pasión más terrible y tormentosa no es producto exclusivo, ni siquiera consecuencia inmediata del veredicto de tales jueces y autoridades. La culpa apasionada en Otelo, al igual que en la mayoría de los seres humanos, tiene que ver más bien con sus propios jueces internos, con aquéllos que se han desarrollado en sus entrañas desde niño, los que forman parte de su mente, de su conciencia moral, aquéllos que lo han orientado toda su vida a deslizarse entre los complejos y no siempre diáfanos caminos del bien y del mal. La culpa asimismo, tiene que ver con el temor a un Dios omnipresente y omnisciente, imagen vigilante de quien quebranta sus leyes divinas, marcadas como tales entre los hombres por los sistemas religiosos.

La culpa entonces representa la pasión final de Otelo, aquéllas que se superpone a todas las demás, convertida en una consecuencia natural y espontánea de ellas, de ese amor apasionado y tórrido que evolucionó en forma de celos venenosos y asesinos, acompañado e impulsado por la rabia, la incertidumbre, la impotencia, la sospecha, la desesperación, en ese manojo exuberante de pasiones fundidas al unísono en el momento preciso, para llegar irracionalmente hasta los límites de la locura. La culpa como consecuencia y como pasión que invade a Otelo, seguramente lo acompañará el resto de su vida como parte de su soledad ante la pérdida total e irreparable del objeto amado. Los remordimientos incurables e hirientes, se incrustan y se hunden en las profundidades psíquicas como parte de esa pasión atormentada. En esa forma, un nuevo infierno terrenal, el de la culpa, llega a suplantar al infierno anterior, al del amor apasionado, al de las sospechas, la desconfianza y los celos interminables. Pero ahora, Otelo estará destinado a llevar a solas esa carga, él solo, consigo mismo, en un diálogo interminable con su otro yo, el yo que posiblemente venga a sustituir a Desdémona y a disfrazarse de ella. La culpa viene entonces a coronar y a cerrar la intensidad de este drama. La culpa convertida en una pasión sumamente intensa, poderosa, arrolladora, turbulenta, infinitamente más compleja para controlar, desahogar o terminar con ella. Y curiosa y contradictoriamente, una pasión que a pesar de su intensidad y de su fuerza, no siempre es tan fácil de distinguir a simple vista. (Continuará).

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 130145

elsiglo.mx