Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Nuestra Salud Mental / Puentes a Cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Sexagésima quinta parte)

Sutil y finamente implantada, con ese filo de una navaja delicada e hiriente a la vez, que se encaja y penetra hasta lo más profundo de nuestras entrañas, y sin embargo y contradictoriamente se perfila como casi invisible e imperceptible. La culpa es una de esas pasiones que puede invadirnos con toda su intensidad y exuberancia, como una pesada carga que llega a doblar nuestras espaldas y que por ende, nos hace más difícil el camino, y sin embargo, en tantas ocasiones ni siquiera nos llegamos a percatar de ella. Desde los orígenes del judaísmo y el cristianismo, a través de las páginas bíblicas y de sus regulaciones religiosas, la culpa ha formado parte fundamental en el escenario de nuestras culturas occidentales, como un elemento básico e indispensable en la vida del ser humano. Un sentimiento que le hostiga y le marca las decisiones y los caminos a seguir de acuerdo a los cánones definidos como pertenecientes al bien o al mal. Un sentimiento que igualmente llega a convertirse en pasión avasalladora y enloquecedora, y que inclusive llega a desbordar los límites de la realidad.

En los recorridos históricos del pasado a través de los siglos, especialmente desde la Edad Media y aún en la actualidad, la culpa ha oscilado en muy diversas y extremas posiciones, sea como el sentimiento cotidiano común y corriente perteneciente a las pequeñas faltas, hasta convertirse en una verdadera, insospechada e intensísima pasión, que invade al individuo y lo lleva a extremos increíbles, como producto de faltas reales o imaginarias. La culpa se conforma por variados estados de arrepentimiento, acompañados de toda clase de remordimientos que se manifiestan consciente o inconscientemente durante la vigilia, o inclusive en los sueños a través de pesadillas perturbadoras y malignas que interfieren con el descanso y la paz de los individuos. Tales sentimientos en sus formas más sencillas llevan a cada persona a la acción en forma de ejercicios o sacrificios personales contemplados en tan diversos estilos, que sirven para contrarrestar esa culpa y recobrar la paz perdida. Existen como consecuencia, penitencias del tipo más ortodoxo, que van desde las más sencillas tales como son los rezos, los ayunos o diversos sacrificios personales que buscan esos objetivos. Pero en sus extremos más intensos y exagerados, la culpa convertida en una pasión sin frenos puede llevar hasta aquellas penitencias más destructivas, agresivas y feroces, tales como son los desgarramientos, las flagelaciones, las automutilaciones o inclusive hasta llegar al suicidio a pesar de que éste pudiera no concebirse como tal. Conductas semejantes evolucionan entonces en todo tipo de agresiones concebibles e inconcebibles, que reflejan y proyectan esa lucha interna de cada individuo, una lucha contra sí mismo, contra ?la carne pecadora?, contra los instintos malsanos y maléficos, contra los demonios internos, pero asimismo contra los demonios externos, esos demonios vigilantes del mundo en que vivimos y que son inherentes a la raza humana. Así como pasión desbordada y violenta, la culpa también puede llegar a alcanzar límites sumamente primitivos e incontrolables que la acercan a esos estados de locura a los que las pasiones en general nos pueden arrastrar, y de los cuales tenemos muchísimos ejemplos en la historia de la humanidad, o incluso en nuestro mundo cotidiano del presente.

Es muy interesante la forma y las diferentes caras y estilos con que la culpa como sentimiento y como pasión se da en México, un país de una gran y aparente religiosidad muy sui géneris, en la que el sincretismo perteneciente a una cultura de la subdividida a su vez en tantísimas otras subculturas que se han desarrollado a lo largo de nuestro territorio, con muy variadas vertientes religiosas. Desde la conquista y la evangelización que surgió como parte de la misma, consecuencia y seguramente justificación también de la culpa por la forma en que se llevaron a cabo todos esos acontecimientos sangrientos, destructivos y agresivos de los encuentros entre culturas tan terriblemente contrastantes y diferentes, la culpa a su vez, sea como sentimiento o como pasión ha venido a formar una parte muy importante de nuestra educación y de nuestras raíces. Se han desarrollado así a lo largo de nuestra historia, una serie de lineamientos y normas sobre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, los derechos y las obligaciones, los deberes y los delitos, tanto en el ámbito moral y social, como en el religioso o en el legal. Y sin embargo, parece que tales regulaciones que aparentan ser tan directas, estrictas y claras, a la hora de su lectura la luz que las ilumina no les confiere tal claridad, de manera que hay una mezcla de espacios nebulosos, claros y opacos, que se prestan para miles de interpretaciones de una gran variedad, de acuerdo a las necesidades y a la comodidad muy personal de cada individuo o de cada institución. Ella naturalmente determina el que la culpa pueda aparecer o desaparecer alternadamente, según la claridad o la opacidad de dicha iluminación e interpretación.

Es así entonces que la culpa como sentimiento llega a cobrar muy diversos rostros e imágenes, a través de las conductas y las penitencias de cada uno. Como cultura hemos encontrado una variedad de métodos y soluciones que nos permiten desahogar, canalizar, comprar, regatear, esconder, desinflar, engañar o superar esa culpa en estilos más o menos satisfactorios de acuerdo a las necesidades, condiciones, habilidades y exigencias de cada quien, o igualmente a la intensidad con la que se vive el sentimiento. La confesión y la comunión son definitivamente mecanismos reglamentarios y necesarios para ello; los golpes de pecho, las oraciones y los rezos a determinada Virgen o Santo según la devoción de cada persona; los ayunos, las penitencias, las mentiras piadosas, el dar limosnas, las peregrinaciones, los viajes a santuarios específicos, las obras caritativas o de beneficencia social, ?las mordidas?, la corrupción a todos los niveles y tantos otros, son mecanismos que buscan objetivos similares para exorcizar la culpa y sus tóxicas consecuencias que aguijonean al individuo, sin que importe demasiado el que se sigan repitiendo las mismas conductas. Es así como se puede comprar y suavizar hasta cierto grado la culpa, ya que se trata de un sentimiento demasiado agudo e hiriente para vivir con ella constantemente. El ingenio mexicano siempre ha encontrado y seguirá encontrando fórmulas para luchar contra su culpa y neutralizarla o desaparecerla; fórmulas que buscan engañar a los demonios internos o externos, llámense autoridades a diversos niveles, engañar o regatear con el diablo en persona o aún con el mismo Dios. (Continuará).

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 131349

elsiglo.mx