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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Sexagésima octava parte)

Cada equis número de años, cada sexenio específico, cada vez que alguna encuesta, declaración o comentario venidos del exterior, desde otros países, especialmente de aquéllos que nos siguen considerando primitivos, subdesarrollados y salvajes, surge nuevamente a la luz ese término a la vez familiar, pero maldito y prohibido que es la corrupción. Lo leemos, lo escuchamos o nos enfrentamos a éste a través de los medios de comunicación, con esos enormes letreros acusatorios en los que todos aparecemos emparentados como mexicanos, como hermanos y como miembros unidos de ?la raza?. Se nos declara así, y en coro nos lo repetimos unos a otros, al igual que de niños aprendimos a repetir las tablas en la primaria: ?La corrupción somos todos?... Y seguramente en uno y otro estilo, más dominguero, sofisticado, pero de dimensiones descomunales pero a la sorda en algunos, más burdo, primitivo, hasta diminuto pero obvio en otros, la frase lleva definitivamente mucho de cierto, y nos retrata a todos como grupo, al igual que esas alegres fotografías de aniversario en que las múltiples generaciones de tantas familias muy numerosas, se sonríen y se identifican unos a otros al aparecer en la Sección de Sociales.

?La corrupción somos todos?, ?La comunicación somos todos?, ?La solución a no importa qué problemas somos todos?, ?La mala, la buena o la mala educación somos todos?, ?La pobreza también somos todos? o mejor dicho, una vasta mayoría, ?La riqueza definitivamente no somos todos?, sino más bien una muy especial y pequeña minoría. Así sucesivamente, los slogans gubernamentales buscan involucrarnos a todos de una u otra manera, para convertirnos en una sociedad unida y compartida, cuando menos en cuanto a la imagen y a la publicidad. La corrupción definitivamente forma una parte muy importante de nuestras raíces históricas y culturales, importada a nuestra sociedad desde la época de la Colonia, producto de un sistema en decadencia, en la que la culpa, el engaño, la absolución y la impunidad cabalgaban conjuntamente entre los puentes medievales y renacentistas. Por lo mismo, la corrupción viene a ser también un elemento básico de nuestra formación educativa, religiosa, social y psicológica y obviamente de nuestra biología y temperamento, si la alcanzamos a vislumbrar bajo ese concepto de pasión. Esa pasión que busca engañar, defraudar, violar, mentir, estafar, falsificar, agredir, someter, superar, retorcer, seducir, burlarse y manipularse los unos a los otros, como una forma de demostrar el talento, la superioridad y el ingenio artístico y creativo; como un reto a enfrentar, en el que definitivamente se debe aparecer como vencedor, puesto que tiene además tintes e implicaciones abiertamente sexuales, al igual de lo que sucede en los duelos de albures. Es la lucha del macho contra la hembra, del audaz contra el tímido, del que tiene labia y desparpajo contra el silencioso, del que se pasa de listo contra el tontejo, del iluminado contra el opaco, del astuto y receloso contra el confiado, del impostor contra el ingenuo, del superior contra el inferior, del brillante contra el oscuro, del exhibicionista contra el apocado, del adinerado contra el miserable, del popular contra el retraído, y así sucesivamente, dividido en las eternas dualidades humanas.

Definitivamente la corrupción en el fondo se convierte en eso, en una lucha de poder y de dualidades, de la culpa y el perdón, del pecado y la absorción, del fraude y la impunidad, del engaño y la justificación, de la mentira y la aceptación, del soborno que se convierte en limosna, donativo y regalo, o inclusive en un acto bendecido de beneficencia y caridad; de la sonrisa seductora que termina revolcada en luchas de regateo y de poder; de la ?mordida? disfrazada como beso amistoso y servicial, que puede alcanzar dimensiones monumentales, como las de una pasión devastadora que llega a convertirse en un orgasmo impetuoso y vehemente de gratificación ilimitada. Al desbordar tales dualidades de pasiones, los valores se ponen a la venta y se cotizan en el mercado, precisamente en una bolsa de valores imperceptible y abstracta, producto a la vez de ese finísimo entretejido, de redes muy obvias o paralelamente invisibles, en la que nuestra fragilidad como seres humanos puede hacernos caer hasta enredarnos.

Y es que la presencia de la corrupción como producto de esta pasión por ausencia de culpa, mezclada con otras tantas pasiones en ese interminable desfile de dualidades, se encuentra profundamente enraizada en nuestro sistema de vida. Existe desde que nacemos, aún si no nos percatamos de ella; habita a nuestro alrededor, lo mismo en los rincones escondidos que en los espacios abiertos; por lo mismo, en mayores o menores dosis se toma un ingrediente básico de nuestra alimentación, así como del aire y del ambiente que respiramos. Sus partículas nos impregnan y nos saturan a diferentes y muy variables niveles, de acuerdo a las costumbres, a los círculos y a los espacios en donde crecemos. La contemplamos recelosos desde cierta distancia o curiosamente nos acercamos a ella, al sentirnos atraídos, puesto que imperceptiblemente la captamos cotidiana y propia, común y natural, como un aspecto más de nuestra existencia. Es así como también forma parte de nuestro lenguaje y nuestras expresiones más usuales; por ello, la bromeamos o le coqueteamos y buscamos seducirla, y hasta nos revolcamos y jugamos con ella en las calles o en los patios y aulas de las escuelas, sin todavía conocer su identidad o sus rasgos. Incluso conforme crecemos, la alcanzamos a ver como el pariente cercano o lejano, incómodo pero también simpático y ocurrente en ocasiones, que tiene que vivir con nosotros y compartir nuestra casa. Es ese alguien que nos observa y nos envuelve; el que puede o debe estar presente en tantas ceremonias y momentos difíciles de la vida, sobre todo en aquéllos de mayor importancia, cuando solemos necesitarlo imperiosamente y acudimos presurosos a buscar su compañía, su orientación, sus consejos, sus experiencias y sus enseñanzas, como al viejo maestro al que veneramos. (Continuará).

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