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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Septuagésima parte)

En el hogar, en el seno de nuestras familias es precisamente en donde aprendemos a orientar nuestros primeros movimientos, a balbucear las primeras palabras, a dar los primeros pasos que luego nos conducirán en tan diversas y variadas direcciones. Ahí empezamos a conocer y a experimentar los vínculos con nuestra madre y con nuestro padre, con los hermanos y demás familiares, así como el significado de los mismos y en general de lo que representa la familia y el hogar. De ninguna manera sería entonces extraño que sea ahí precisamente, el sitio en el que también aprendemos muchas otras cosas, al ir formando los cimientos de nuestra personalidad y el desarrollo de las habilidades, virtudes y capacidades, pero también de los defectos y los errores. Es así pues que en el hogar y en la familia, aprendemos igualmente esos malabarismos del soborno, del chantaje y de la impunidad, aunados a la manipulación de los actos, de las conductas, del lenguaje y hasta de las fantasías y de los pensamientos.

La familia como célula básica de la sociedad, de las comunidades en una nación, viene a ser la primera escuela de nuestro aprendizaje. Los padres y los hermanos serán asimismo los primeros maestros que nos darán las bases del conocimiento, de las costumbres y de las tradiciones, y combinadamente, bien, mal o regular, nos orientarán en esos primeros pasos de la vida. Serán ellos los que nos ayudarán a poner los cimientos de nuestra personalidad, naturalmente que influidos además por nuestra propia fuerza de crecimiento, así como por las habilidades y las capacidades con las que estamos dotados, al igual que con los defectos y limitaciones. A pesar de los múltiples experimentos que se han hecho a través de la historia para suplantar la familia, mediante diversos estilos de instituciones, hasta ahora, la familia sigue teniendo esa posición como célula básica y como núcleo de nuestra sociedad.

Es entonces en ella, donde también aprendemos muchísimas otras cosas, que están relacionadas con el tema del que estamos hablando. Es en la familia donde descubrimos el valor y el significado de las mentiras blancas e inocentes así como de las negras, de los mensajes velados, dobles o subterráneos, en contraste con aquéllos que son abiertos y claros. Ahí empezamos a conocer también los pequeños o los grandes fraudes, los engaños que se dan entre unos y otros miembros, la discriminación que decimos que no existe en nuestro país, pero que implícita o explícitamente se cuela entre las sonrisas y las lisonjas que marcan preferencias y desdenes, acercamientos o rechazos a pesar del amor y de la unión que pueda existir como parte de los valores familiares. La realidad es que al fin y al cabo somos humanos, no existen las familias perfectas, ni los padres o los hermanos perfectos. Todos como seres humanos, tenemos virtudes y defectos, cometemos errores y aciertos, porque ello forma parte de nuestra misma condición terrenal y humana. Y es que además, también vivimos en cierta forma asoleados, ahogados, angustiados y apresurados, con esas cuatro A?s, aunado al hecho de que en la gran mayoría de las ocasiones estamos mal educados, mal aconsejados y desorientados, en un mundo en el que no necesariamente es fácil sobrevivir. Finalmente, somos los productos de esa cultura que nos llega convertida en patrones y leyendas tradicionales y en una herencia que nos inunda como ambiente total para infiltrarse en nuestras vidas, en nuestros hogares y en nuestros derroteros. Esa cultura que a veces denominamos destino y que nos ha marcado desde muchos siglos atrás a base de dichas tradiciones y costumbres, erróneas o virtuosas, efectivas aún u obsoletas, pero que nos mueven y que inclusive llegamos a seguirlas y a obedecerlas ciegamente, la mayor parte de las veces sin siquiera cuestionarnos la veracidad o la lógica de sus bases, ni tampoco de sus efectos o consecuencias en nosotros y en nuestros hijos. La corrupción obviamente, viene a formar parte de ese bagaje cultural que llevamos a cuestas.

Quizás en un extremo de la línea, podrán existir familias puras, virtuosas y ortodoxas en las que este fenómeno se encuentre ausente por completo; familias de códigos morales y disciplinarios estrictos y firmes, que han logrado evitar que la corrupción penetre en su hogar; familias que de alguna forma han logrado inocularse contra ese virus provocador de semejante pasión. Por otro lado, en el extremo opuesto de esa misma línea continua, habrá otro tipo de familias, aquéllas que llana y sencillamente viven la corrupción en forma cotidiana como una experiencia totalmente congénita y por ende natural y campechana, en las que tal fenómeno ha sido integrado a la perfección a los cánones y a las costumbres del grupo, sin problemas u obstáculos de ninguna categoría. Definitivamente, se trata de familias enteras que viven a la sombra de la corrupción, sin siquiera llamarla de ese modo. Sus miembros inclusive, pueden aparecer como personajes de imágenes sumamente serias y sólidas, pertenecientes a tal o cual institución, la mayoría de las veces públicas, pero igualmente dentro del sector privado. Se trata de personajes importantes, de pilares básicos de tales instituciones, que han heredado ese estilo de vida de una generación a la siguiente, y lo portan con esmero y orgullo, como un estandarte propio y que representa a su familia. Nos encontramos entonces con esos dos extremos, en ambas terminales de tal línea continua; entre ellos nos tenemos que acomodar todas las familias restantes, aquéllas a las que pertenecemos los demás mortales mexicanos. Así pues, estaremos ubicados a diferentes niveles de esa línea imaginaria, sea más orientados hacia la izquierda, al centro o hacia la derecha, aunque no necesariamente se trate de una referencia a una posición política, ni ideológica. Se trata más bien de una especie de guía que nos identifica según el nivel y la jerarquía de nuestras pasiones, pero muy específicamente en relación a la forma, la intensidad y el estilo en que cada uno de nosotros sea individualmente o como familia, hemos aprendido a manejar y a utilizar la corrupción. ¿Realmente, habrá alguien en México que pudiera sentirse ajeno por completo a dicha pasión, y que crea que definitivamente no ocupa lugar alguno a lo largo de esa línea imaginaria que nos vincula a todos como familia, dentro de ese gran círculo que llamamos corrupción? Una pregunta interesante. (Continuará).

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