(Septuagésima primera parte)
Las aulas y la escuela definitivamente, vienen a ser para todos nosotros como una segunda familia, esa alma mater como le llamamos a la institución en la que también damos nuestros primeros pasos. Pasos orientados en un sentido educativo diferente al de la familia, pero benéficos también para acentuar, confirmar, corregir o modificar normas y rasgos que se dieron originalmente en nuestra formación en el hogar. Pero a la vez, sumamente influida por el ambiente social y nuestra herencia cultural como mexicanos, la escuela también tiende a prolongar e inclusive a incrementar características que ya se habían aprendido en la familia, fuera en el buen o en el mal sentido de las costumbres. La escuela entonces se convierte en ese segundo núcleo educativo de nuestras vidas, por el que todos atravesamos de uno u otro modo, empapándonos no sólo de tantísima información necesaria u obsoleta, sino bombardeados a la vez por toda clase de patrones y mensajes obvios y abiertos, o cerrados e implícitos, que por arriba o por debajo del agua vienen a constituirse asimismo en cimientos de nuestra formación temprana.
Como agencia representativa de la sociedad y de la cultura en que vivimos, la escuela nos educa desde el jardín de niños, al igual que lo hace la familia desde sus inicios, con todo ese bagaje de tradiciones, hábitos, leyendas, mitos, roles, normas, creencias, patrones, estilos, modas y características que en general se integran y se complementan unas a otras para irnos formando como ciudadanos y miembros pertenecientes y acoplados a dicha cultura. Lo mismo en las escuelas públicas que en los colegios privados, en aquéllos de orientación y reglamentos religiosos, que en los laicos, los tradicionales, los vanguardistas, los personalizados, etc., etc., ese bagaje cultural es transmitido a través de los múltiples y muy variados estilos y técnicas de que se vale cada institución, de acuerdo a sus creencias y a sus políticas, aún cuando todas ellas supuestamente se encuentran reglamentadas y cobijadas bajo la enorme y multifacética sombrilla de la Secretaría de Educación Pública, con todas las complicaciones y recovecos que ello implica para la vida académica de nuestro país.
Desde el jardín de niños, hasta la educación primaria o secundaria, en las preparatorias, o inclusive para aquéllos que logran escalar los peldaños de las universidades y hasta de la educación de postgrado, las instituciones académicas a cualquiera de estos niveles promueven precisamente ese tipo de formación. Se trata de una formación que cada vez adquiere mayor demanda conforme las familias y los individuos le confieren un valor específico, de acuerdo también a sus creencias y necesidades. Según las características, las normas, las políticas y la importancia que cada institución le confiera a dicha formación académica, ésta será de mayor o menor calidad. A través de ese continuo y prolongado proceso educativo, que puede llevar una buena parte de la vida de cada sujeto, éste aprenderá desde sus inicios a desarrollar y a manejar toda una serie de capacidades básicas que van desde los aspectos motores, de la percepción, del lenguaje, intelectuales, morales, sociales, espirituales, religiosos, psicológicos, culturales y humanos. Dicho proceso que en tantas ocasiones se presta para los errores y malentendidos, en realidad no significa esencialmente la memorización de tantas fórmulas, frases, oraciones e información de toda clase, sino en el fondo y como un aspecto muy fundamental de la educación, representa la formación más sólida de cada individuo y el o los estímulos para su desarrollo como ser humano.
Obviamente, si las escuelas vienen a ser al igual que la familia, células formativas del individuo, a la vez que agencias representativas de la sociedad, de la cultura y del entorno al que pertenecen, transmitirán entonces todo tipo de información al respecto. Dicha información implica naturalmente, sea en forma teórica, pero más bien en forma práctica y de bulto, el aprendizaje sobre las formas y los estilos en que también la corrupción se suele presentar espontáneamente en estas instituciones, como un fenómeno natural, cotidiano y hasta cierto punto aceptado y apoyado. Al igual que sucede en las familias, las escuelas, los maestros y las maestras, el personal directivo y el sistema educativo en general pueden reflejar en un mayor o menor grado, todos los diferentes estilos y técnicas en que surgen este tipo de pasiones que denominamos corrupción y ausencia de culpa. Las mentiras blancas, negras, piadosas o agresivas; los pequeños y los grandes sobornos mediante los cuales se pueden comprar todos los privilegios escolares, que van desde las calificaciones de pase o inclusive de excelencia, la omisión de las tareas y los trabajos escolares, la adquisición de los exámenes con anterioridad a la fecha de presentación, la impunidad en el rompimiento de diversos tipos de reglas, el favoritismo hacia alumnos especiales de familias especiales e importantes que tienen el estatus, el poder o el prestigio para hacerlo; el perdón por las ausencias a las clases; el ?olvido? hacia los castigos y las multas; pero muy especialmente desde los niveles de la educación media hasta los superiores, en la educación profesional universitaria, la compra y venta de certificados y títulos académicos ya sea de secundaria, de preparatoria pero inclusive hasta los profesionales. Ello se ha convertido cada vez más en nuestros días, en un jugoso y extenso mercado que produce excelentes dividendos a los funcionarios y a las escuelas y universidades que velada o abiertamente se dedican a ello.
Desde muy pequeños, niños y niñas se convierten en mudos y pasivos observadores y testigos de tales experiencias, que los adultos cándidamente pensamos que les pasan desapercibidas. Paulatinamente, muchos de estos niños y niñas dejan ese papel pasivo temprano para convertirse en activos innovadores y especialistas de dichas técnicas y conductas, en chantajistas experimentados imitadores de sus modelos adultos, sea en casa o en la escuela, que aprenden a regatear y a negociar, para encontrar así una forma común de abrirse paso para conseguir lo que desean, ni importar el precio o la forma en que lo logren. Aunque para muchas personas, afirmar algo así sobre el aprendizaje de nuestros niños suena exagerado e increíble, la realidad es que en estos precisos momentos, en miles y miles de aulas y escuelas de todo el país, el fenómeno se está dando, generalmente sin control alguno e inclusive bajo la mirada benevolente, la sonrisa paternalista y la aprobación implícita de los adultos encargados de este fundamental proceso de formación y orientación educativa. (Continuará).