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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Septuagésima quinta parte)

¿En qué forma o mediante qué instrumento o sistema podríamos medir ese nivel de corrupción y pasiones semejantes en las diferentes instituciones educativas del país, sean públicas o privadas, laicas o religiosas, pertenezcan al sistema de educación básica, media o superior? ¿Inclusive, cómo podría ser posible identificar tal fenómeno, si en tantos de los casos llega a ser tan clandestino y oculto, tan encubierto e inconsciente que pasa desapercibido por completo; a pesar de que en muchos otros, suele presentarse en forma tan sumamente lógico, realista y adecuado a las necesidades del país? ¿Pero sobre todo y muy especialmente, cómo podríamos ser capaces de medir o inclusive de predecir cuáles son o serán las consecuencias que un sistema de educación semejante llega a tener en todos nosotros a corto, mediano o largo plazo puesto que de una u otra forma, todos hemos pertenecido o seguimos formando parte de él? Se trata de cuestionamientos nada fáciles de responder, pero que quizás para empezar, tan ocupados como estamos la mayoría de nosotros, ni siquiera llegamos a plantearnos, al estar tan acostumbrados un panorama semejante, en el que tales experiencias se han vuelto escenas naturales y cotidianas. Un panorama así, del que ya nada parece causarnos asombro, ni siquiera incomodidad o inquietudes, puesto que paralelamente se incrusta dentro de un panorama nacional muy semejante. Es así como la corrupción se ha enroscado y acomodado en nuestro sistema educativo, para convertirse en una importante pieza del sistema; pero además, nosotros mismos también nos hemos enroscado, hemos cerrado los ojos y nos adaptamos a esa realidad. Se trata de un proceso al que los antropólogos denominan ?aculturación?.

Sin embargo, hablar de nuestro sistema educativo y de la historia de sus intensas pasiones, sobre todo en lo que a corrupción se refiere, quedaría definitivamente incompleto, si dejáramos de mencionar a su hermano gemelo, hermano adoptivo, padre, madre o cualquier tipo de nombre que consideremos apropiado darle, a esa tan cercana y a la vez confusa y folklórica relación de parentesco o de compadrazgo que lo une con el sistema sindical. Se trata de un pariente sumamente cercano, proveniente de raíces semejantes, con las mismas características en cuanto a herencia, tradiciones y folklore, pero que ha alcanzado definitivamente un grado mucho más avanzado y sofisticado en lo que se refiere al entrenamiento, las experiencias, las prácticas y la manipulación tan refinada que domina en cuanto a la corrupción como una pasión desbordada. En nuestro país, la gran mayoría de sindicatos, casi por no decir que todos, han sido diseñados y construidos paralelamente sobre bases muy parecidas, a imagen y semejanza de un modelo de corte perfectamente perfilado y definido, dentro de los más refinados rasgos con que puedan ser señaladas estas pasiones. Se trata de un modelo muy sui géneris, y posiblemente muy apropiado para las necesidades mexicanas de la época en que se fue gestando, no sólo de los trabajadores, sino también de los patrones, así como del sistema de gobierno. Es así que surgió un modelo que tuvo a bien seguir la cronicidad y el envejecimiento de un caudillo cómodo y vitalicio, de un líder ?héroe? de características un tanto confusas y ambiguas en cuanto a su moral y sus acciones; alguien con una gran fuerza en muchos sentidos, cuyo poder y liderazgo quizás podría ser clasificado bajo un término de rasgos que suenan a la vez un tanto contradictorios. Tal vez un representante arquetípico de la figura paterna tan ausente y a la vez tan intensamente necesitada en nuestra cultura. Quizás el hablar de un ?fidelismo revolucionario? pudiera ser un término que lo retratara eficazmente, para proyectarlo dentro de nuestro panorama nacional e histórico. Por lo mismo, no se trata de una referencia en honor al Fidel de la isla caribeña, sino a ?nuestro propio y mexicanísimo Fidel?. Ese líder sindical que después de tantos años de vida, finalmente quedó paralizado dentro de un monolito de bronce, haciendo guardia estratégica e irónicamente a un lado del monumento de la revolución. Un guardián que permanece completamente vivo en su espíritu y esencia, como forjador de sindicatos, como guía y modelo a seguir en los malabarismos y manipulaciones de la corrupción y las pasiones agregadas, para todos aquéllos de espíritu semejante, que cuentan con las habilidades y las aptitudes para seguir esa ?dolorosa y sufrida? carrera de líderes sindicales.

Se trata naturalmente de un modelo que dio sus frutos y se ramificó prolíficamente por todos los rincones de la república, con líderes que se han seguido formando a imagen y semejanza de ?nuestro Fidel?, cortados por la misma tijera, que conviven con nosotros y forman parte de tales posiciones estratégicas sindicales en toda la variedad de sindicatos existentes de una a la otra orilla de México. Algunos más tímidos y no tan perspicaces o populares, desfilan temporales y pasajeros por ese puesto, mientras que otros, más agresivos, de mayor ambición y malicia, se logran colar y prolongar tan vitalicios y fidelistas como el más pintado. Unos en menor grado, pero otros en grado superlativo, han exhibido el tipo de habilidades que los caracterizan y diferencian en cuanto al manejo de esa pasión a la que nos estamos refiriendo. Así, en esa forma, de acuerdo al estilo, y a las características del modelo aludido, el sindicato de los trabajadores de la educación viene a formar parte igualmente de ese sistema sindical gigantesco y nacional, que como un enorme pulpo engloba a la mayoría de trabajadores en nuestro país. Un sistema sindical en muchos casos ambiguo y contradictorio, confuso y contrastante, en el que lo mismo luchan paralela y complementariamente los privilegios, las prestaciones y los beneficios productos del avance democrático, junto a las limitaciones, las carencias, las injusticias, las privaciones o los estragos de dicho sistema, condimentados siempre todos estos elementos con una mayor o menor dosis de corrupción y de pasiones, que a la larga se convierte en la sal y pimienta que le dan vida y sabor a la existencia de los sistemas sindicales en México. (Continuará).

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