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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Septuagésima quinta parte)

No cabe la menor duda, de que en un alto grado, los sindicatos en México, como sucede en muchos otros países, han contribuido al desarrollo personal de los trabajadores en muchos aspectos de sus vidas y de sus familias. El logro de un estatus más legal en buena parte de los casos, con sueldos mejor remunerados, así como los privilegios y prestaciones que les han proporcionado un mejor nivel de vida a ellos y a sus herederos, los ha separado en cierta forma, aunque desgraciadamente no en la totalidad de los casos, del sistema feudal, anquilosado, tradicional y originario de la Colonia, que privaba en nuestra sociedad todavía en la primera mitad del siglo XX. Al igual que todas las experiencias humanas, ésta también ha tenido y sigue teniendo aspectos muy positivos, combinados con otros por demás negativos. Cuando las pasiones estilo corrupción se infiltran en un sistema semejante, se produce una especie de contubernio entre autoridades gubernamentales, patrones y líderes sindicales, mediante el cual se traicionan o inclusive se llegan a perder y a distorsionar los principios defensores de sus agremiados, para ser vendidos de acuerdo a las necesidades, a las ambiciones, a las exigencias y a las conveniencias de cualquiera de estos tres miembros del triunvirato. Como resultado surge el abuso y la explotación de los trabajadores, cuyos derechos llegan a ser canjeados en transacciones que benefician la posición económica, de poder, de imagen social o de cualquier otro tipo de privilegios para los líderes sindicales, que con tanta frecuencia engordan y crecen a expensas de sus agremiados. Seguramente que gracias a tales beneficios pasionales, el puesto de líder o secretario del sindicato, a veces en forma individual y solitaria, o en otras compartido con una planilla, se convierte definitivamente en uno de los puestos más ambicionados en cualquier empresa o institución en la que exista un sindicato. No en vano la herencia de don Fidel dejó esa huella indeleble que ha marcado la pauta en nuestros organizados sistemas de trabajo.

¿Por lo mismo, nos podríamos preguntar qué sucede cuando es el Estado quien toma y juega ese papel de patrón paralelamente al de autoridad, o sea dos de las posiciones claves de esa tríada que se ha mencionado? Es entonces cuando podemos darnos cuenta de que el abuso, la injusticia, la explotación o las pasiones corruptas no necesariamente llegan desde fuera, desde algún agente externo y ajeno, sino que más bien son las entrañas mismas del sistema las que se encuentran infiltradas, y que inclusive, los líderes sindicales también se han incrustado y amalgamado plena e indivisiblemente dentro de un sistema tan complejo, como el que surge de la unión de patrones, gobierno y líderes sindicales. A lo largo de la historia laboral en nuestro país, algo se ha ido transformando y retorciendo a través de los años y del desarrollo mismo de los sistemas sindicales. Es así, como sus objetivos iniciales y los ideales que enarbolaron como banderas teóricas dentro de un supuesto sistema democrático, en un alto porcentaje han ido quedando atrás en el camino. En contraste, ahora en el presente nos muestran un rostro sumamente transformado, más bien desgastado, distorsionado e irreconocible, producto seguramente no sólo del paso de los años, sino más bien del exceso de esa pasión, de su cronicidad tóxica, que como un virus fatal lo ha infiltrado y envenenado, para convertirlo en un paciente terminal perpetuo, que sin embargo nunca se llega a morir del todo, pero tampoco mejora o se cura. Simplemente permanece en ese estado entre letárgico y equis, como dicen los jóvenes ahora, difundiendo su toxicidad y contaminando definitivamente al sistema educativo nacional, ese familiar del cual es difícil adivinar o definir el grado y la cercanía del parentesco.

Desgraciadamente, la realidad es que nuestro sistema educativo nacional se encuentra inoculado e intoxicado por esas técnicas y estilos de manejar a los trabajadores y a las pasiones. Así lo hemos visto con tanta frecuencia en las últimas décadas, en los ejemplos tan convincentes e ilustrativos de muchos de sus líderes hombres o mujeres, miembros de un sistema sindical disfuncional, que en tantos de los casos está mal entendido y mal dirigido, que se deja manipular arbitrariamente por líderes semejantes. Es entonces cuando dejan ver que sus objetivos, más que orientados hacia la mejora de los trabajadores o de la educación misma, buscan casi en forma exclusiva los beneficios de tipo personal para quienes fungen como representantes, líderes o secretarios, así como para sus allegados. Los beneficios, rendimientos y gratificaciones de un nombramiento tal, suelen ser bastante jugosos y por lo mismo apetitosos; se trata de puestos mucho muy ambicionados y peleados por diferentes equipos de maestros, qué aburridos o decepcionados de sus trabajos, buscan horizontes mejor remunerados, de horarios mucho más holgados y flexibles, con menor carga de trabajo. Además, una vez que tales posiciones han sido exprimidas y utilizadas benéficamente a su máximo, se convierten en excelentes trampolines para escalar puestos políticos de mejor nivel, inclusive fuera del sistema educativo, como lo hemos constatado en tantísimas ocasiones a través de lo que pasa en el país, con tantos de los líderes o líderes populares.

Ante tal situación, la educación como objetivo de dicho sistema no necesariamente es la prioridad principal para tales líderes o para tantos de sus agremiados, y en ocasiones, ni siquiera se trata de una de las más importantes. Ese primer lugar que debería poseer como proceso, al ser una de las necesidades fundamentales y apremiantes de un país como el nuestro, en donde el nivel educativo en todos los aspectos es tan bajo, pasa a un segundo o último término, para permanecer obstaculizado y rezagado, sacrificado a la sombra de las ambiciones personales. Es así entonces, como podemos visualizar a la corrupción como esa pasión avasalladora que una vez más, se atraviesa incontrolable para llegar a entorpecer el buen funcionamiento del proceso educativo, bajo el estilo más eficaz y patético que se puede dar. Así sucede en gran parte de dicho proceso, lo mismo en la formación de los maestros, que de los estudiantes, los niños, los adolescentes o los adultos; o tanto dentro de las aulas que en la mismísima esencia de los núcleos de organización, administración y desempeño de un sistema educativo global, que debiera funcionar en una forma más productiva para toda la nación. (Continuará).

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