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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Septuagésima sexta parte)

Después de varios paréntesis, en los que igualmente se habló de la muerte quizás como la última y definitiva pasión que se nos permite expresar el término de nuestra existencia, o de las pasiones que pueden ser proyectadas y transmitidas en forma tan maravillosa e increíble como sucede a través del baile flamenco con un grupo de suma calidad como el de Eva Yerbabuena, es necesario que regresemos al tema original de esta columna de los últimos meses: el tema de las pasiones y de la corrupción como una pasión especialmente intensa en nuestra cultura. La corrupción forma parte de ese círculo que nos envuelve, cuyos orígenes como se ha mencionado anteriormente, podemos remontar al núcleo familiar, como nido de formación y desarrollo inicial de todos nosotros, para después continuarse a lo largo de nuestro sistema escolar, en sus diversos niveles, como un segundo y no menos importante foco educativo para todos los individuos. A través de mecanismos y estilos diferentes, ya sea mediante el uso de otro tipo de patrones, técnicas y mensajes, a veces más burdos y explícitos, pero en otras ocasiones mucho más refinados, ambos sistemas, la familia y la escuela vienen a ser las primeras instituciones educativas con las que contamos en nuestra sociedad. Ellas representan los espacios vitales en los que nos formamos desde niños hasta llegar a la adultez, y en donde naturalmente absorbemos a través del tiempo las conductas, los ejemplos, los modelos, los patrones, los mensajes, las experiencias, las personalidades y los rasgos que ahí se practican y transmiten.

Es ahí precisamente en tales espacios, donde aprendemos las bases para desarrollar los conceptos del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, de los valores bien o mal cimentados, de los fraudes, de las comparaciones en todos los sentidos, sean favorables o desfavorables, de la discriminación que decimos no existe en nuestro país, de las predilecciones y los favoritismos, así como de los canjes y las transacciones de todo tipo que se llevan a cabo cotidianamente. Igualmente, ésos son también los sitios en donde descubrimos que tantos de los aspectos del diario vivir de nuestro mundo actual, se trate de objetos, experiencias e inclusive de personas pueden y suelen estar a la venta, e inclusive se llegan a cotizar a precios miserables o extraordinarios, o muy variables y cambiantes. Es así como se pueden convertir en productos a la venta en este enorme mercado al que pertenecemos, este nuestro mundo actual globalizado; se convierten en productos factibles de ser comprados o vendidos, traspasados o adquiridos e inclusive rentados, dependiendo de la oferta y la demanda.

Pero no son sólo la familia o la escuela los espacios en los que se lleva a cabo nuestra educación y nuestro aprendizaje. Precisamente, en el momento en que empezamos a explorar otros territorios, cuando somos capaces de salir del núcleo familiar o de las aulas, en la búsqueda de otros horizontes, los seres humanos nos encontramos frente a frente con un tercer espacio sumamente vital para nuestra formación y desarrollo: se trata de ese espacio al que tan simple y sencillamente llamamos ?la calle?. Hablar de ?la calle? implica hablar de un mundo mucho más extenso, complejo y variado, un mundo vasto y desconocido que se expande y se pierde más allá de las fronteras a las que hemos estado limitados los primeros años de nuestra existencia. Al hablar de ?la calle?, nos referimos a ese tercer espacio por donde se extiende nuestra comunidad, la sociedad y la cultura a la que pertenecemos y en donde naturalmente vamos encontrar toda clase de personas, grupos e instituciones, con rasgos y valores sumamente variados y diferentes, sea que se carguen desde el extremo al que aprendimos a considerar positivo o hacia el sentido opuesto, en lo que definitivamente como negativo. En la actualidad, existen investigadores que piensan que definitivamente es ahí, en ese tercer espacio en donde ocurre el porcentaje más alto de transacciones educativas para los individuos, aún en una forma más marcada, intensa y permanente que en el mismo núcleo familiar o en el sistema escolar. Ellos piensan inclusive, que dicho espacio tiene a la larga una mayor influencia en la personalidad y el comportamiento general de cada uno de nosotros. Es ahí, en ese tercer espacio en el que nos enfrentamos de manera todavía más abierta, espontánea, y descarnada, a esas pasiones tan intensas, como lo es la corrupción; pasiones que se encuentran descaradamente presentes en la superficie, o que por el contrario habrá que buscarlas en los rincones más recónditos de las entrañas culturales, como parte de nuestra herencia y de nuestras tradiciones históricas y sociales.

?La calle? considerada como ese tercer espacio, viene a ser entonces el escenario que se ubica primeramente y como su nombre lo indica, en las calles donde habitamos; sean como parte de nuestra cuadra, del barrio, de la vecindad, de la colonia o del club al que se pertenezca y que respectivamente designamos con tales nombres, según el lenguaje y el nivel socioeconómico de cada persona. En dichos espacios crecemos, y ahí se forman los primeros lazos de amistad y de afecto fuera del hogar y de la familia, lo que representa un nuevo y muy diferente estilo de educación y de doctrina. Es ahí donde se convive con los pares, ya sea la ?palomilla? de los amigos, la pandilla de la esquina, ?la raza?, o el grupo de vecinos y compañeros de edades semejantes o variadas, unidos por intereses semejantes en esas etapas de la vida. Ellos son los personajes que vienen a constituir lo que sería una segunda familia, a veces tan importante o aún más que la primera, cuyas costumbres, estilos de vestir o de hablar, conductas y manerismos llevan consigo esos mensajes culturales implícitos o explícitos, en los que se transmiten todo tipo de valores positivos o negativos. Se trata de valores que han sido forjados y desarrollados hasta convertirse en tatuajes, que cubren y marcan a cada individuo como miembro de un grupo, y por ende, como poseedor de esas nuevas enseñanzas, las cuales defiende gracias a su sentido de pertenencia, de orgullo y de lealtad que lo identifican como miembro de esa nueva familia. (Continuará).

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