(Septuagésima séptima parte)
Es así como se forman entonces esas primeras asociaciones espontáneas y libres entre los niños y las niñas, o entre los adolescentes, como grupos callejeros gracias a los cuales, sus miembros irán explorando, conociendo y experimentando el amplísimo mundo fuera de la familia, descubriéndolo como una nueva y educativa experiencia, con las consecuentes implicaciones. Tarde o temprano, ?la calle? llega a nosotros, o quizás simplemente, nosotros llegamos a ella de una u otra forma, en el momento preciso y requerido, a su tiempo y a su ritmo, en ese momento básico en el que se cruzan para cada sujeto las tenues fronteras que la separan del hogar o de las aulas. Bombardeada por todos aquellos fenómenos y mensajes socioculturales que se trasudan en el ambiente y que naturalmente se infiltran hasta el mismo tuétano de los individuos de cualquier edad, ?la calle? es el escenario vital para la formación y la estructuración de tales grupos, y obviamente de sus miembros. Es natural y lógico que estas agrupaciones desarrollen sus propios sistemas de valores, influidas precisamente sea en uno u otro sentido por ese ambiente sociocultural del cual forman parte y del que dependen inexorablemente. Por lo mismo, en un sistema de valores construido bajo tales premisas, la corrupción como pasión cotidiana puede llegar a introducirse, a contagiar y a contaminar el sistema, e inclusive puede llegar a convertirse en una fuerza sumamente importante dentro de la jerarquía grupal, que llegará a ejercer una enorme influencia educativa en unos y otros, gracias a la cohesión, al afecto y a la dependencia que se dan en las relaciones interpersonales de tales espacios.
Sin embargo, este fenómeno también dependerá definitivamente de aquellas otras experiencias y enseñanzas aprendidas o vividas anteriormente; de ésas que se dieron por vez primera durante la infancia o la pubertad en el hogar o en la escuela. Tales experiencias iniciales pueden llegar a ser minimizadas, modificadas, repetidas, magnificadas o inclusive multiplicadas dentro de dichos grupos, ante la intensidad de sus acciones y conductas. Grupos y espacios semejantes vienen a convertirse entonces en las otras familias y las otras escuelas de la vida, aquéllas que no necesitan utilizar aulas, pupitres, ni libros o cuadernos; aquéllas que se valen de espacios mucho más amplios e ilimitados, en los que se utilizan símbolos y señales a través del lenguaje verbal y del no verbal para marcar su territorio y para expandir sus enseñanzas, que por lo tanto, también llegan a permanecer marcadas tan intensamente como pudieron haberlo sido las anteriores. En el interior de la estructura psíquica de cada individuo, las experiencias en uno y otro sentido, de una y otra época de la vida, se mezclan y buscan integrarse tratando de encontrar algún tipo de equilibrio.
La influencia y la educación recibida en estos grupos y espacios, puede etiquetar a cada uno de sus miembros con huellas indelebles, constituyéndose inclusive en rasgos importantes de personalidad que van a determinar tanto en el presente como en el futuro, sus conductas y sus pensamientos en el diario fluir de sus vidas. Tales rasgos a su vez serán transmitidos y proyectados para influir en la relación de este individuo ya como adulto, con su pareja y sus hijos, es decir con su familia, así como en su trabajo, sea independiente o que pertenezca a alguna institución y en el ambiente social de los diferentes grupos e instituciones de las que forme parte y en las que se vaya a desenvolver. La forma en que pudo haber aprendido a expresar, manejar y canalizar sus pasiones, tanto en su familia de origen, como en el ambiente escolar o en sus grupos de ?la calle?, especialmente en lo relativo a las transacciones dirigidas hacia la corrupción, servirá definitivamente como un modelo y un estilo de acción que repercutirá en quienes lo rodean en los diferentes ambientes y círculos en los que se mueva, ya sea para admirarlo, animarlo, premiarlo, imitarlo o seguirle sus pasos. Culturalmente, este modelo se perfila con cierto orgullo y con una gran amplitud en nuestra sociedad; se extiende a lo largo de muy diferentes ambientes y niveles, desde los más bajos desde el punto de vista socioeconómico y educativo, hasta aquéllos más visibles, y de mayor encumbramiento. Sin importar los niveles, ni los ambientes, los resultados a la larga son muy semejantes, de manera que los podemos apreciar en una forma muy clara y ostensible. Además, es así, el modo en que podemos darnos cuenta y confirmar el estilo en que las pasiones y sobre todo la corrupción, se mezclan en nuestros círculos socioculturales, precisamente para complementarlos como círculos y formar parte así de nuestra no siempre pacífica, pero bastante tolerante existencia cotidiana.
Pero hablar de ?la calle? no implica solamente hablar de los primeros grupos del barrio, del club, de la cuadra o de la vecindad y sus influencias entre sí mismos, a pesar de que puede tratarse de grupos con enlaces tan poderosos que tienden a mantenerse unidos y estables para toda la vida, casi igual que los sólidos lazos de una familia. Hablar de la calle lleva connotaciones todavía mucho más amplias, que se extienden realmente en dirección a horizontes y confines más lejanos, puesto que se trata del conglomerado total de una ciudad, de una comunidad, de la sociedad misma o del país en general, como espacios a los que pertenecemos todos los mexicanos y que por ende representan nuestro ambiente, nuestro mundo, así como el bagaje cultural e histórico que llevamos a cuestas por dentro y por fuera. En dichos espacios a su vez, se han forjado y desarrollado una serie de instituciones sumamente vitales y complejas que vienen a constituir la estructura básica de nuestra sociedad, en todos aquellos aspectos que le son indispensables para sobrevivir y funcionar adecuadamente, como sería para cualquier otro tipo de sociedad. Es así como tales instituciones deben ser orientadas para que puedan encargarse de esos diferentes aspectos y funciones, sean administrativas, laborales, empresariales, económicas, rurales, jurídicas, políticas, gubernamentales, artísticas, educativas, religiosas, referentes a la salud, a la comunicación, a los controles y a todos los aspectos sociales en general. Desde que nacemos, como individuos y miembros de una familia, vivimos rodeados de dichas instituciones e inclusive llegamos asimismo a formar parte de ellas, como ciudadanos y como miembros de esa sociedad a la que pertenecemos. Por lo mismo, aprendemos a conducirnos y a regirnos por sus normas, por sus costumbres y sus leyes, las que generalmente han sido establecidas a través del tiempo, posiblemente muchos años antes de que hubiéramos nacido. (Continuará).