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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

Octogésima parte

Todavía se podría considerar otro tipo de individuos que tienden a ocupar estos puestos públicos; individuos que presentan ciertas características de personalidad extremadamente rígidas y oposicionistas, debido a la educación recibida y a las experiencias vividas en las áreas que ya se mencionaron anteriormente. Tales rasgos les hacen apegarse de una manera exagerada, obsesiva e inflexible al cumplimiento de las reglas y las normas establecidas en la institución a la que pertenecen, lo que parecería ser un mecanismo importante y digno de aplauso para combatir el manejo de las pasiones y sobre todo de la corrupción. Y sin embargo, tales sujetos que aparentan ser los mejores y más arduos defensores de las leyes y las buenas costumbres, que se perfilan como los burócratas perfectos al evitar saltarse los puntos y las rayas y que por lo mismo, tienden a convertirse en personas más papistas que el Papa, pierden bajo ciertas circunstancias esa fachada de legalidad y rigidez. Ello sucede especialmente en aquellos casos que tienen que ver con sus familiares, sus amigos o las conexiones públicas importantes que les dan vida, para convertirse al igual que los demás en presas fáciles de sus pasiones e intermediarios comunes de la corrupción, pero bajo un estilo más discreto, escondido y justificado.

Sin importar el estilo de personalidad de cualquiera de estos métodos de adaptación y de conducta de los funcionarios públicos mencionados, uno podría hacerse una infinidad de preguntas acerca de ellos. Por ejemplo: ¿cuáles son los efectos del poder y de la corrupción en estos individuos que llegan a ocupar puestos públicos tan importantes, cuya influencia se extiende ampliamente en muchísimas áreas y sectores de la vida y actividad social y política del país? Ello no depende exclusivamente de la preparación académica o la educación y experiencia en general que cualquiera de éstos haya recibido, sino también y sobre todo de su educación y experiencias no escolares, en las áreas familiar, de grupos callejeros o de grupos de trabajo, que a la larga son los que han determinado muchos de los rasgos de su personalidad, como ya se ha visto. Por lo mismo, la siguiente pregunta obligada sería: ¿Los candidatos a funcionarios públicos, sobre todo en lo relativo a puestos más altos e importantes de poder, tales como diputados, senadores, secretarios, presidentes municipales, gobernadores e incluso el presidente de la República, deberían ser sometidos a una valoración psiquiátrica o psicológica como parte del proceso de su candidatura; una valoración que incluyera entrevistas clínicas, así como una batería de pruebas psicológicas para determinar el perfil de su personalidad o la presencia de cualquier tipo de trastorno, que determine lo adecuado o no de su candidatura, y si presenta verdaderamente el perfil ideal para el puesto? Se trata del mismo proceso que generalmente se recomienda y se lleva a cabo en las empresas cuando se busca el perfil del trabajador ideal. ¿Si se recomienda un proceso semejante para la elección de los trabajadores de una empresa que garantice el buen funcionamiento de la misma, sería acaso válido y adecuado ese mismo proceso de valoración de los candidatos a ocupar posiciones importantes en nuestra vida política, para garantizar el buen funcionamiento de una empresa tan enorme como lo es México?

La realidad es que no tenemos respuestas para tales preguntas, y ni siquiera sabemos qué porcentaje de la población se interesaría por ello. En el pasado, y quizás aún en el presente hemos tenido ejemplos muy claros de funcionarios públicos con serios trastornos psiquiátricos, que a pesar de ello han ocupado sus puestos y han gobernado en esa forma, con las terribles consecuencias que todos hemos vivido a nivel local, estatal o nacional. Por muchos años y como parte de nuestra historia y nuestra herencia, nos hemos acostumbrado al ?dedazo? como ese folclórico y nacionalista proceso de valoración ?psicológica? de los candidatos, de acuerdo a sus servicios, su sometimiento, fidelidad y manejo obvio de la corrupción al seguir la línea de sus padrinos y predecesores. En el presente es difícil conocer y saber a ciencia cierta todavía, cuáles son los métodos y manejos internos de cada partido, puesto que todos reclaman para sí mismos los lineamientos de la verdad, la honestidad, la transparencia y la verdadera democracia. A la larga hemos comprobado, que realmente no son los colores de un partido los que importan tanto, ya que en realidad y en el fondo, todos los colores provienen de la misma paleta, de la misma matriz cultural y social a la que pertenecemos todos, con mensajes y significados semejantes, sin marcar demasiadas diferencias básicas. Lo que realmente nos interesa y desearíamos apreciar en cualquier candidato en una valoración psicológica como la que se mencionó, es el estilo de educación familiar, escolar y laboral que recibió, el tipo de grupos al que ha pertenecido y las experiencias que han sido parte de su vida; elementos todos ellos que han delineado la estructura de personalidad que presenta y dentro de ello, el manejo de sus pasiones y sobre todo el de la corrupción. Es decir una valoración más seria y más profunda de cada hombre o cada mujer que se presenten como candidatos, haciendo a un lado todas las trivialidades, maromas y promesas superficiales de sus campañas, que a la larga permanecen precisamente como tales, como confeti y serpentinas solamente.

Posiblemente una valoración de tal tipo, también podría sonar como serpentinas y confeti, como demasiado cándida en un país como el nuestro. Y sin embargo, de los candidatos sólo llegamos a conocer las grandes bocas sonrientes que aparentan honestidad y sinceridad, que exhalan esas sólitas promesas, unidas a la avidez de las miradas, desde lo alto de los espectaculares o los grandes carteles que cuelgan a lo largo de las avenidas. Sin importar el color de los partidos, ni sus tonalidades o matices, en un momento dado, todos los candidatos aparecen como ?los ideales?, mientras no se compruebe lo contrario, aunque tampoco exista una forma pública de comprobarlo. Quizás lo sabremos, una vez que votemos por ese ?candidato ideal?, de modo que llegue a ocupar el puesto de acuerdo a las elecciones, en un sistema que lucha en el presente por redefinir lo que significa la democracia, un concepto asesinado y distorsionado por el partido nacional durante tantas décadas. Un concepto que aún en la actualidad se sigue defendiendo de las viejas costumbres, entremezclado dentro de ese remolino de pasiones, en las que la corrupción ha jugado un papel tan decisivo, y definitivamente lo sigue jugando todavía. (Continuará).

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