Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Octogésima segunda parte)

Ante el gran riesgo de pecar de repetitivo, es importante enfatizar el hecho de que en mayor o menor grado, es obvio y natural que las pasiones y la corrupción se infiltren y se presenten en el interior de todos los sistemas de organización privados, puesto que de una u otra forma, se trata de los productos del esfuerzo y del trabajo, de la energía y el entusiasmo, del ingenio y la capacidad, y de la inteligencia y la creatividad de hombres y mujeres nacidos en este país, o al menos nacionalizados como parte del mismo. Impregnados parcial o totalmente en esta cultura, en su herencia y en su ambiente social y político, no sólo sería muy difícil, sino casi imposible escaparse de su influencia y de sus proyecciones, ya que en sus instituciones forman parte precisamente de ese cúmulo de círculos concéntricos que se enlazan unos con otros para formar nuestra red nacional de vida y de costumbre. Se trata difícilmente de los núcleos más profundos de nuestra estructura psicológica y sociocultural, de aquello que podríamos considerar como el alma, la mente y el corazón de México, como órganos que laten a un determinado ritmo que nosotros mismos impulsamos, a la vez que nos impulsa a nosotros como mexicanos, como pueblo y como sociedad.

Existe un dicho popular que uno se acostumbra a escuchar desde la infancia, o cuando menos si no está uno consciente de escucharlo, es muy posible que lo llegue a atestiguar en múltiples ocasiones, cuando aparece y es actuado en muy diversos escenarios a todos los niveles. El dicho, drástica y dramáticamente reza algo así como: ?La constitución y las leyes fueron hechas para ser violadas?. Si nos damos un tiempo para reflexionar al respecto, o miramos a nuestro alrededor y observamos con cuidado nuestras conductas y las de la mayoría de los mexicanos, ese dicho se repite como una conducta sumamente real, que se lleva a cabo minuto tras minuto, día tras día, una y otra vez durante cada semana, mes o año de nuestra existencia. No sólo tiene que ver con la frecuencia y la hora en que se lleva a cabo, sino que lo común es que también ocurra en cualquier sitio, a cualquier nivel y con cualquier tipo de personas, sean las sumamente finas y respetables, como las más vulgares y burdas. La experiencia acontece desde el momento que en cualquier familia, empresa, asociación, grupo o institución del tipo que se trate se pone en marcha un reglamento o una serie de normas; la respuesta es inmediata y parece encender esa chispa del espíritu mexicano que busca desafiarlas, esquivarlas, burlarlas, rechazarlas, demostrarlas erróneas o inútiles, derrumbarlas, tirarlas a la basura y en una palabra, violarlas. La amenaza de los reglamentos y las leyes, parece estimular en nosotros el latido de ese miedo arcaico de ser o sentirnos inferiores, de haber sido colonizados en el pasado, esclavizados, subyugados bajo el látigo o tratados como seres de la última y más baja categoría. Por lo mismo, dicha experiencia, nos hace sentir sometidos y doblegados a una fuerza y a un poder superior, proveniente de una autoridad externa, que tenemos y detestamos a la vez, una autoridad pertinente a otra dimensión, de la que inexorablemente nos sentimos desprendidos, ajenos y lejanos.

La lucha que despierta entonces en forma consciente o inconsciente, parece poseer aún esas raíces arcaicas de rebeldía y sublevación, procedentes de la conquista o de la época de la Colonia, que increíblemente, siguen siendo tan vigentes en nosotros ahora, como en aquel entonces. La corrupción vendría a representar entonces, ese atajo perfecto que busca sacarle la vuelta a las reglas y a las leyes, para violarlas a todas luces, pero convertida a su vez en un mecanismo ingenioso y creativo, artístico o artesanal, humorístico, de risa, burla y bufonería, que logra a través de la magia de la imaginación y de la fantasía, darle la vuelta a la moneda. Es así como logra pues, convertir al sometido, al burlado, al que se siente inferior, amenazado y presionado por las leyes, en aquél que se encuentra arriba, el superior, el poderoso, el que se burla, el que engaña e incluso presiona y amenaza con sus técnicas a ese objeto extraño y extranjero procedente de otra dimensión, que trató de imponerle sus reglas y dominio. En esa forma, sus miedos, su vulnerabilidad y sus sentimientos de fragilidad e inferioridad, desaparecen para dar pie a una sensación de orgullo, de satisfacción, de poder y superioridad, que lo compensa y lo transforma en un nuevo ser. Ese ser arquetípico que se ha llegado a disfrazar bajo la piel y los ropajes de tantos de los muy abundantes pícaros e ingeniosos personajes de la literatura española del Siglo de Oro, expertos en el fraude, el ridículo, la burla y la corrupción con una muy excelente dosis de picardía y sentido del humor.

La corrupción pertenece a tales niveles, no siempre con tanto humorismo, ya que llega a convertirse en realidad, en una verdadera bomba casera de tiempo, cargada con la furia, el poder y la fuerza de tantas pasiones acumuladas, que bajo ciertas circunstancias y en determinados momentos específicos y necesarios, podría llegar a estallar automáticamente y de improviso. Se trata de una bomba, fabricada a lo largo de varios siglos, con sudor, sangre, lágrimas, suspiros y quejidos, cuya mezcla le ha dado forma a la dinamita, con características muy sui géneris, ya que se encuentra constituida por fuertes dosis de rabia y de odio, de envidia y desilusión, de humillación e impotencia, de culpa y de celos, de soberbia y de orgullo, de rencor acumulado por siglos que sólo puede filtrarse en pequeñas dosis; de sufrimiento y de vergüenza, de una sensación de deshonra e injusticia, de violación, de inferioridad, sometimiento y fracaso, de un dolor crónico e intenso, de heridas abiertas que no llegan a sanar, así como quizás, de muchos otros sentimientos registrados, sellados y archivados. Por lo mismo, el potencial de una bomba semejante es tan alto y poderoso, y su impacto podría ser tan funesto y excesivo, que necesariamente su presión debe irse escapando paulatinamente, a pequeñas o medianas dosis cotidianas, que pueden aminorarla. Sin embargo, periódicamente se presentan también en dosis excesivas, en estallidos potentes que no siempre se exhiben públicamente en el momento en que ocurre, pero de los cuales nos enteramos posteriormente, cuando se nos da permiso por parte de las autoridades implicadas o por los medios de comunicación, sea convertido en chisme, rumores o noticias, según lo queramos llamar. (Continuará).

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 157257

elsiglo.mx