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Nuestra Salud Mental / PUENTES A CRUZAR EN SAN FRANCISCO

Dr. Víctor Albores García

(Octogésima tercera parte)

Seguramente que la mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo en pensar, que no sería nada fácil o relajado, vivir y caminar diariamente cargando una bomba de tiempo a cuestas, con una carga tal de dinamita, que sea el equivalente a una dosis tan alta de pasiones acumuladas y reprimidas en nuestro interior, con posibilidades de explotar en cualquier momento. Así, caminamos al filo de la navaja, en la cuerda floja, conscientes o no de lo terrible que serían las consecuencias, a una escala sumamente alta, y con un precio a pagar excesivamente caro si tal explosión llegara a suceder. Sería algo semejante a un atentado terrorista contra nosotros mismos. La historia de México nos enseña varias ocasiones en las que así ha ocurrido en el pasado y las graves secuelas que ha traído consigo, algunas de las cuales todavía padecemos. Quizás entonces, ello nos ayude a comprender el significado del uso de la corrupción en nuestro país, que tal vez sea parecido en muchos otros países pertenecientes a ese tercer mundo en el que estamos clasificados, y con los que compartimos demasiadas características. Me parece que la corrupción puede ser entendida no sólo como un manojo importante de pasiones intensas reprimidas y escondidas, sino también y a la vez, como un fundamental mecanismo de defensa y de control psicológico, que en cierta forma permite dosificar el que tales pasiones puedan salir paulatinamente, como si se tratara de una válvula de escape al servicio de toda la Nación y de nosotros mismos como mexicanos. Ello significaría entonces, considerar a la corrupción como un arma de dos filos, que al igual que sucede con todas las experiencias de la vida, ésta también conlleva efectos negativos a la vez que positivos.

La corrupción como una experiencia nacional, como uno de nuestros hábitos regulares y como parte de nuestra idiosincrasia, dosificada en la forma a la que estamos acostumbrados, a lo largo de todo el territorio mexicano y a todos los niveles, quizás ha evitado y nos ha protegido desde la última revolución, de otras catástrofes y explosiones sociales masivas a las que estamos expuestos, ante las condiciones y características de la vida que llevamos. El hecho de que exista en la escala en que existe, es una prueba definitiva de su ?utilidad? y de los ?beneficios? necesarios que debe traer al país, así como a nuestro sistema de organización social, económica y política. A riesgo de sonar cínico, la corrupción aparece a la luz del día, como si se tratara del mejor esfuerzo que hemos hecho a lo mejor que hemos podido fabricar a lo largo de nuestra historia para vencer diversos tipos de obstáculos, para sobrevivir y llegar hasta la posición que tenemos en el presente. Sin embargo, gracias a ella, así como a otros dos fenómenos nacionales fundamentales, hemos tratado de lograr en México ese cierto nivel de ?estabilidad? que gozamos actualmente en la mayor parte del país, a pesar de los múltiples riesgos y fantasmas que nos acechan a los lados cotidianamente.

Me parece que existen entre otros, dos fenómenos sociales importantísimos que de alguna forma nos protegen, y a la vez nos sirven como válvulas de escape para las pasiones que se han acumulado y se siguen acumulando en nuestro interior como mexicanos a lo largo de la historia. Por un lado, está presente esa enorme religiosidad y fe católica convertida y canalizada como una fuerza tremenda e impactante, a través de la devoción nacional dirigida hacia la Virgen de Guadalupe, el símbolo máximo de la figura materna en México. Una madre poderosa a la que se puede recurrir incondicionalmente y en cualquier momento para pedirle protección, refugio, consuelo, apoyo, y hasta dinero y toda clase de milagros. Su imagen morena característica como ?la madrecita de México?, presente no sólo en los altares y templos, sino en cualquier esquina, rincón, puerta, ventana o pared, mismo en las calles y en el exterior de las ciudades y pueblos, pero incluso también en los hogares, en el interior de los taxis y autobuses, o hasta en las mismas prendas de ropa, confirma su popularidad, así como la fervorosa devoción mexicana y la importancia de su presencia en el panorama religioso católico del país. Pero este fenómeno lo comprobamos todavía con mayor fuerza, en la muy minuciosa y precavida preparación de los grupos de fieles y danzantes devotos que a lo largo de muchísimas semanas durante cada año, dedican su tiempo, su dinero y su esfuerzo, a la vez que sus oraciones y ofrendas a la Virgen, para finalmente desfilar en las peregrinaciones previas al día doce de diciembre de cada año. No cabe duda que una experiencia religiosa de tal magnitud, viene también a constituir definitivamente otro mecanismo no sólo religioso, sino psicológico también, que sirve como válvula de escape para canalizar las diferentes pasiones acumuladas durante los años. La catarsis funciona en forma excelente, a través de la danza y de los cánticos, de las plegarias y las ofrendas o mediante el sacrificio mismo como penitencia. Pero además, esta experiencia sirve igualmente como un importante mecanismo que ayuda a estructurar todo ese conglomerado de pasiones dentro de la conciencia moral de cada uno de los individuos que participan en ella, ya sea activamente dentro mismo de las peregrinaciones, o aún como observadores pasivos o activos desde el exterior.

Al igual que dicha experiencia religiosa, el otro fenómeno que adquiere cada día mayor importancia como un mecanismo básico de canalización, desahogo, protección y control de las pasiones, es sin lugar a dudas, el futbol soccer. Ese deporte que podríamos considerar como el de mayor popularidad en nuestro país, casi adoptado como el deporte mexicano por excelencia, a pesar de que naturalmente sea asimismo compartido por un cada vez mayor número de países del tercer mundo. El entusiasmo, el apasionamiento, el dinamismo, la fibra, la euforia, la agresividad, la emoción, la rivalidad, la tensión, la competencia y la ebullición que en general se contagia en una multitud que ama y venera ese deporte, permite la comunión global y la salida de las pasiones a niveles increíblemente intensos y expansivos, aunque afortunadamente concentrados y limitados en la mayoría de los casos a la geografía de los estadios. Las figuras e imágenes de los jugadores o los equipos favoritos, se convierten asimismo en verdaderos iconos adorados casi religiosamente por sus fans, que rivalizan y compiten entre sí con toda la fuerza humana que les otorga ese mismo fervor e intensidad de sus pasiones. Es así entonces, que al igual que las otras dos experiencias mencionadas, el futbol soccer se convierte también en esa fantástica, inmejorable, práctica y natural válvula de escape para las pasiones, una experiencia que los humanos hemos aprendido desde las lejanas épocas de los emperadores romanos. (Continuará).

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