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Nuestra Salud Mental / PUENTES A CRUZAR EN SAN FRANCISCO

Dr. Víctor Albores García

(Octogésima cuarta parte)

Es muy interesante observar cómo en los últimos años, han proliferado un cada vez mayor número de torneos internacionales de futbol soccer que compiten entre sí, para convertirse cada uno de ellos en el de mayor popularidad o de mayor rating, entre los millones de aficionados que se involucran intensamente en los partidos. Las diferentes copas que se organizan a niveles regionales de América o Europa, para encadenarse con el resto del mundo, hasta llegar a la Copa Mundial, se han convertido en el foco del entusiasmo, idolatría y apasionamiento de todos los fanáticos del deporte, no sólo en México, sino en el mundo entero. Por un lado, eso nos orienta hacia el siempre productivo aspecto económico de dicho fenómeno, respecto a las enormes ganancias que significa el manejo adecuado y la mercadotecnia eficaz de tal deporte, tanto para los dueños de los equipos, convertidos casi en verdaderos consorcios industriales, como para los patrocinadores, así como la tremenda publicidad que les produce. El futbol como negocio y como industria. Sin embargo, detrás de esta lucidora y jugosa fachada financiera, también se encuentra el trasfondo social, político y psicológico que tiene que ver con el público, con la afición y con las pasiones. Uno se preguntaría, ¿si el aumento de popularidad de este deporte, que de por sí lo ha sido desde antaño, pero que se ha reflejado aún más en los últimos años, como lo comprueba esa mayor frecuencia de torneos a nivel internacional, está relacionado con el panorama cada vez más tenso y angustiante que estamos viviendo a nivel mundial en la última década?

¿Será ésta una maniobra planeada, o el producto de un inconsciente colectivo, que sirva para canalizar toda esa tensión y angustia que vivimos en el presente, producto de los previsibles y a la vez sorpresivos ataques terroristas en diferentes naciones, o las agresivas y sangrientas invasiones de los países en Medio Oriente, que se han llegado a convertir en guerras interminables e irracionales, que a su vez ponen en alerta a todas las demás naciones y amenazan la precaria estabilidad del planeta, así como la tranquilidad de sus habitantes? ¿Es acaso ésta, una forma ingeniosa de distraer al gran público y a las multitudes de las locuras agresivas y violentas que los humanos somos capaces de padecer, para mejor desahogarlas y canalizarlas a través de un deporte, en el que también surge la agresividad, la ambición, la rivalidad y las pasiones, pero idealmente en un estilo más saludable y sistematizado? Alguien comentó en alguna ocasión, que las guerras deberían manejarse y llegar a los acuerdos necesarios dentro de un campo de futbol, a través de partidos y torneos como los que ahora se están llevando a cabo. Claro que ahí surgen las dudas, de si tales partidos serían tan redituables, cuando no entraría el petróleo o los territorios y demás riquezas de por medio. Cuando entonces se tendrían que construir muchas más canchas y estadios de mayor capacidad, además de tener que vender un número mayor de uniformes, pelotas y utensilios deportivos en lugar de aviones, cohetes, cañones, tanques, submarinos, metralletas y toda esa parafernalia utilizada en la guerra, y que obviamente deja tan excelentes ganancias para los países fabricantes, vendedores y exportadores de armas. Posiblemente algo así, quedaría más bien como una idea romántica, utópica e ilusa, y seguramente no compartida por tales naciones.

No obstante, e independientemente de una idea semejante, podemos concluir con el hecho definitivo de que a través de mecanismos como los mencionados la semana pasada, los mexicanos tratamos con mayor o menor éxito de canalizar nuestras pasiones y buscar el equilibrio y la estabilidad en mayor o menor grado para poder sobrevivir. Seguramente que cada uno de nosotros a nivel individual, cuenta con sus propios y muy personales mecanismos de defensa y desahogo. Seguramente también, existen en nuestra sociedad otras válvulas de escape de tipo colectivo, que como grupos o comunidades nos ayudan a manejar iguales objetivos. Así podríamos mencionar mecanismos tales como el trabajo en sí mismo, las vacaciones, los deportes y el ejercicio físico en general, las actividades artísticas y culturales, las actividades de entretenimiento, la lectura, la música, el cine, el teatro, y tantas otras que se podrían mencionar. Pero al mismo tiempo, existen a la disposición de todos, el alcohol, el tabaco y las demás adicciones legales e ilegales, que no necesariamente son muy saludables, pero que también proporcionan temporalmente o a largo plazo objetivos semejantes de distracción y desahogo. Sin embargo, me parece que la corrupción, así como la devoción y la fe, enfocados en ese estilo religioso hacia la Virgen de Guadalupe, o en forma pagana hacia un deporte como el futbol y sus representantes, ocupan una posición preponderante en lo que respecta al manejo, control y canalización de nuestras pasiones en México.

El hecho de que tales mecanismos ocupen un lugar tan importante en nuestra existencia cotidiana y que su fuerza e intensidad sea tan poderosa, determinan el que sea muy poco probable por ejemplo, esperar la erradicación total de la corrupción como un fenómeno nacional. Ello sería el equivalente a pensar que tanto la fe católica como la devoción a la Virgen de Guadalupe pudieron hacerse desaparecer, al igual que el entusiasmo, la popularidad y el apasionamiento dirigidos hacia los jugadores y los equipos de futbol. Se trata de fenómenos que se encuentran firme y profundamente enraizados en la población mexicana, puesto que provienen desde el lejano pasado como parte de nuestra herencia mestiza, especialmente en el caso de los dos primeros mecanismos. Por lo mismo, sería bastante cándido el pensar que la corrupción cuando menos, pudiera desaparecer desde sus raíces, mediante la tibieza de una campaña publicitaria a través de los medios de comunicación, cuando ni siquiera tenemos una buena comprensión y conocimiento en base a estudios e investigación sobre su verdadero significado en lo que concierne a los aspectos sociales, culturales, políticos, psicológicos o religiosos que puedan explicarla. Es tan cándido imaginarlo, como ha sido cándido el pensar que un solo hombre, como presidente de la nación, y su equipo de trabajo podían transformar completamente al país en seis años, para cambiar y mejorar aquello que había llevado setenta años en descomponerlo, desordenarlo y descompensarlo. (Continuará).

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