(Octogésima séptima parte)
Nuestro sistema de vida tiende a girar alrededor de círculos viciosos, en los que nos encerramos, sin saber exactamente dónde y cuándo se inician, ni dónde y cuándo terminan. Es como el famoso y popular cuento del huevo y la gallina, y de cuál de los dos apareció primero. Cuando nos referimos a los intrincados aspectos de la corrupción, es justo preguntarnos: ¿Quién da el ejemplo a quién, quién marca la señal y da la muestra a seguir a todos los demás? ¿Dónde podríamos decir que se origina la corrupción, en qué niveles y cómo es que se organiza y se prolonga interminablemente en tales círculos? ¿Empieza realmente en el hogar, con la educación de los padres en el seno de la familia, como ese padre ?que se ve peor por comprar películas piratas? o en los altos niveles gubernamentales y los ejemplos que de ahí se derivan, para favorecer y patrocinar situaciones como la de la piratería? Se trata de preguntas nada fáciles de responder. A la ligera, podríamos decir que el ejemplo lo dan el Presidente de la República, los ministros, los gobernadores, los presidentes municipales, los senadores y diputados, los jefes de los diversos departamentos, los jueces, y todo el sinfín de figuras de autoridad que se ubican como las cabezas representativas de nuestro sistema administrativo, político y jurídico nacional, en lo que se refiere al sector público, aunque igualmente podríamos referirnos a jerarquías semejantes en el sector privado. Pero en seguida surgirían otras preguntas subsecuentes: ¿Cómo lo aprendieron ellos, desde dónde les llegó el ejemplo y las enseñanzas: en el hogar, en la escuela, en la calle, en los sitios de trabajo o en el ambiente público en general, como se ha mencionado en esta columna anteriormente?
Pero además, tenemos que tomar en cuenta que ellos tampoco son los únicos que están involucrados en el proceso. De una u otra forma, en mayor o menor grado, todos hemos contribuido y seguimos contribuyendo al mismo, puesto que todos formamos parte de este sistema nacional, de esta cultura a la que pertenecemos. Ésa es la cultura en la que nacimos, en la que hemos crecido y nos hemos desarrollado; en la que igualmente, hemos aprendido y absorbido sus enseñanzas, a través de los numerosos ejemplos en el ambiente, así como de nuestras propias experiencias personales. ¿Podemos cada uno de nosotros delimitar hasta qué punto nos hemos involucrado o nos seguimos involucrando en prácticas de corrupción y hasta qué nivel de profundidad? ¿Sabemos desde cuándo, o de quiénes o cómo las hemos aprendido, y en qué forma y estilo las usamos y las transmitimos? ¿Nos damos cuenta de ello, si lo hacemos espontáneamente, en forma inconsciente y automática, o planeada y deliberadamente? ¿El hacerlo, nos atemoriza, nos decepciona de nosotros mismos, nos da vergüenza y hace que nos sintamos culpables posteriormente? ¿Nos importa? ¿O más bien lo practicamos a la ligera, como un deporte, como un hábito natural, lógico, esperado, que no deja huella alguna en nuestras conciencias? ¿Habrá quiénes en realidad y honestamente, nunca en su vida la hayan practicado?
Me parecen cuestionamientos de gran importancia, que tendríamos qué hacer cada uno de nosotros en la soledad y en la intimidad de nuestro propio ser, frente a frente con nosotros mismos, desnudos, sin vendas en los ojos y con la mayor honestidad posible. Eso sería en el supuesto de que verdaderamente quisiéramos cambiar nuestra forma y estilo de vida como nación y como cultura, y que uno de esos cambios de magnitud formidable, sería nada más y nada menos que la completa erradicación de la corrupción en nuestro país. El simple hecho de teclearlo, de escribirlo, de leerlo y de plantearlo puede sonar profundamente romántico y utópico, como el capítulo de una especie de novela rosa cincuentera, de ésas que desbordan amoríos e idilios sensibleros y optimistas, que en nuestro caso, plantearía a futuro, un panorama casi irreconocible e inimaginable de países como el nuestro, sobre todo en un mundo como el que vivimos actualmente. ¿Sería realmente posible llegar a esos niveles de vida sin corrupción, en los que al romper tales círculos viciosos, podremos liberarnos para lograr formas y estilos de vida diferentes, tan diferentes que inclusive sería difícil imaginarlos o ni siquiera describirlos? El pensar en ello como una posibilidad, hace forzoso retomar otra serie de cuestionamientos sobre muchos de los problemas que vivimos en nuestras condiciones actuales relacionadas con la corrupción, los que serían difíciles de resolver para llegar a transformar radicalmente nuestro ambiente, así como aquello que percibimos como posibles causas de su origen.
¿Será posible cambiar las bases de nuestro actual sistema de vida, de modo que la riqueza pueda llegar a ser distribuida en una forma más equitativa y mejor balanceada, sin esas terribles y extremadas diferencias que existen entre las clases sociales, divididas por un lado, en una minoría exageradamente rica y ostentosa que controla el dinero y el poder en todos los sentidos, frente a una mayoría extremadamente miserable por el otro extremo, que se siente irritada, impotente, rencorosa, abandonada y marginada? ¿Podremos acaso lograr tales cambios en nuestra economía actual, así como en el sistema de sueldos que mantenemos no sólo para los empleados públicos, sino para los empleados y todos los que trabajan en general, de manera que no sientan la necesidad de buscar y encontrar ingresos extra a través de tantos diferentes estilos, métodos y artimañas para sustraer dinero, tiempo, objetos, servicios o espacios del sitio o de la empresa en que trabajen? Se trata de maniobras como es el caso de la ?mordida?, del ?favor especial?, del ?regalito?, ?de lo que sea su voluntad?, ?del extra para las sodas?, o bautizadas ingeniosamente con tantos otros motes, pero mediante las cuales no sólo sienten que tal vez pueden satisfacer mejor sus necesidades, de manera que su situación sea un poco más justa o su salario más nivelado, sino que también a través de estas maniobras, buscan desquitarse y responder agresiva y hasta violentamente contra un sistema que perciben injusto, parcial, desequilibrado e impositivo, que los mantiene impotentes, y sin muchas posibilidades para su futuro? Es ahí, en esa forma, cuando nos enfrentamos a la tan famosa sabiduría del pueblo mexicano, volcada en dichos que lo señalan claramente, como ése del ?tú haces como que me pagas y yo hago como que trabajo?. (Continuará).