(Nonagésima cuarta parte)
Como suele suceder con tanta frecuente en nuestras platicadas mexicanas, a veces el tema original se desvanece e incluso se llega a perder, debido a los otros temas que se incorporan y entrelazan en redes un tanto interminables, dando lugar a paréntesis más o menos largos, con ramificaciones de los otros temas. Así ha sucedido en mi caso, en esta columna dedicada a los ?puentes a cruzar en San Francisco? con el tema original sobre las pasiones en México, que se desvaneció temporalmente por siete semanas. De principio, se pensaba hacer un paréntesis de una sola semana dedicada a la difusión sobre información de lo que significa la presencia de los trastornos depresivos en nuestro país. Sin embargo, el tema es tan básico y de tan especial importancia en esta temporada de invierno, en que dichos trastornos se presentan con mayor frecuencia, que esa ?Semana de la Depresión?, en realidad se prolongó por seis semanas más, para tratar de cubrir la mayor información posible. Mis disculpas a los lectores, si ello pudo traer cierta confusión e impaciencia como respuestas de su parte.
A pesar de que estos ?puentes a cruzar? se han prolongado demasiado en la extensión de lo que debiera ser una columna, no quise dejarlos truncados, ni a medio construir, como con tanta frecuencia suele ser la moda en nuestro país, no sólo en lo que se refiere a las obras públicas, a los puentes peatonales o a los de otros estilos, sino a muchos otros aspectos de nuestra cultura mexicana. Mi decisión entonces, fue llevarlos hasta el final de su jornada y su destino, que lo mismo podría ser hasta el otro lado de la bahía en San Francisco, pero igualmente se podría referir al cruce de ríos, de bahías, de caminos o de espacios que hacemos en nuestras vidas. Se trata de ese intento de enlazar, razonar y comprender las diferentes experiencias de nuestra existencia, en esos momentos fundamentales y sensibles que cada uno de nosotros enfrentamos paso a paso en los diversos periodos de transición a lo largo de nuestro desarrollo, conforme avanzamos por el mundo. Las dos opciones principales siempre estarán presentes: por un lado, aquélla que consiste en terminar de construir el puente para poder cruzarlo y llegar hasta la otra orilla, venciendo nuestra zozobra, angustia e incertidumbre ante la oscuridad de lo desconocido, luchando contra todos los miedos que nos provocan nuestros propios demonios internos, así como los externos, luchando por desprendernos y liberarnos de las raíces que nos amarran intensamente a las rutinas y costumbres del pasado, para avanzar en pos de un futuro que nos aparece a la vez como prometedor pero incierto y lejano, y por lo mismo nos entusiasma al mismo tiempo que nos atemoriza y nos frena.
Pero también encontramos esa segunda opción, la que nos impide la construcción de dichos puentes, de manera que ni siquiera tratamos de cruzarlos. Se convierte entonces en la decisión de permanecer en la orilla, mirando hacia el infinito como un espacio o un tiempo que no nos pertenece, y que por lo mismo nos es ajeno, demasiado lejano y quizás hasta prohibido e inalcanzable. En ese caso, ni siquiera tiene sentido la cimentación de un puente, porque tampoco se tiene la conciencia, la necesidad, el interés o los planes de dirigirse hacia ninguna parte. Ambas opciones están siempre presentes en nuestras vidas en todo momento, son válidas y naturales porque forman parte de nuestra estructura como seres humanos de nuestra condición e idiosincrasia, de frente al ambiente y al mundo en el que nos desenvolvemos.
En ese sentido, los puentes no necesariamente se tienen que cruzar en San Francisco como ha sido el título de esta columna desde que se inició hace tanto tiempo, a raíz de un viaje a dicha ciudad californiana para asistir a un congreso psiquiátrico de la Asociación Psiquiátrica Americana. Tienen razón algunos lectores que me llegaron a cuestionar el título de la columna, al no encontrarle tanto sentido. Desde ese punto de vista, el nombre podría adquirir muchas variaciones; es así como se podría llamar ?Puentes a cruzar en Tlahualilo? o ?Puentes a cruzar en La Laguna, de Torreón a Gómez y Lerdo o viceversa, o inclusive en San Pedro o Matamoros?, o quizás más atinadamente todavía se podría titular como ?Puentes a cruzar en nuestra propia geografía?, externa si lo tomamos en su sentido más concreto, o interna, si nos logramos enfocar hacia una dirección más abstracta y subjetiva, en la que naturalmente se busca armonizar con nuestros aspectos más emocionales y profundos.
Así pues, permítanme dejar atrás ese paréntesis tan largo, para retomar nuevamente el cruce de los puentes, y poder arribar hasta la otra orilla, hacia el final del año y en dirección al número cabalístico de la centena, en esa mirada y exploración dirigida hacia nosotros mismos. (Continuará).