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Nuestra Salud Mental / PUENTES A CRUZAR EN SAN FRANCISCO

Dr. Víctor Albores García

(Nonagésima quinta parte)

Pasaron las elecciones finalmente, ganaron los que se supone debían de ganar, en ese estilo ?bordeline? o fronterizo en el que todavía nos movemos, entre las arenas que buscamos etiquetar como democráticas, pero que todavía siguen manteniendo un cierto olor especial de polilla que nos recuerda a las contiendas de antaño, de ninguna manera tan lejanas. Precisamente, ésos son los puentes que seguimos tratando de construir de una orilla a la otra dentro de las inmensidades de nuestro país y de nuestro sistema político, quizás con el mismo esfuerzo con el que se intentan construir los puentes peatonales que sirvan para cruzar un periférico. En los próximos meses y años conoceremos mejor a nuestros gobernantes, despojados ya del disfraz de candidatos, demostrándonos con sus acciones de todo aquello de lo que son capaces o incapaces de lograr, así como del nivel en que funcionan sus pasiones en todos sentidos, incluyendo naturalmente el manejo de la corrupción como pasión siempre constante. Los relojes empiezan a funcionar, al igual que las miradas y los oídos. Se está despegando una vez más, y al igual que sucede con cada inicio, los buenos deseos, las ilusiones y las esperanzas se han echado a andar. Todos seguimos en el avión.

Igualmente, hemos atravesado también la temporada del Día de Muertos, ese festín tan mexicano en el más amplio sentido de la palabra, como una gran celebración única y especial en la que se mezclan los vivos y los muertos. Una celebración en la que no sólo se trata de la convivencia de unos y otros en los cementerios, sea los cementerios físicos y concretos en el campo, en la periferia de las ciudades y los pueblos o dentro mismo de las iglesias, sino igualmente en los cementerios internos, esos territorios fúnebres que todos llevamos en lo más profundo de nuestra intimidad, en donde guardamos celosamente como reliquias las imágenes, los espíritus, los fantasmas y la esencia de nuestros difuntos. En una y otra forma según donde se decida llevar a cabo la celebración, la realidad es que en ella, se desencadenan todo tipo de pasiones relacionadas con las pérdidas que hemos sufrido. Tal vez el hablar de los trastornos depresivos en las semanas anteriores, fuera precisamente un tema de lo más adecuado para esta temporada del año, no sólo por la celebración del Día de Muertos que tiende a generar tales estados depresivos, sino también por la llegada del otoño que se prolonga en la melancolía del invierno, como una estación del año en la que típicamente surgen con profusión las depresiones.

En la recta final del año, al iniciar diciembre, pero ya con señales sumamente potentes aún en los últimos días de noviembre, y posiblemente desde antes, nos enfrentamos asimismo a otra serie de pasiones que surgen y se prolongan intensamente a lo largo de este periodo, hasta terminar el año e iniciar el siguiente. Se trata de un verdadero remolino, en el que suelen mezclarse sentimientos muy variados, confusos y hasta contradictorios, de los cuales no siempre estamos conscientes a pesar de que los experimentos en grados diferentes. Dos fuertes corrientes se perfilan a uno y otro lado; de una parte, los sentimientos depresivos provenientes aún de las situaciones mencionadas anteriormente, sentimientos típicos como la tristeza, la desesperanza, el desamparo, la melancolía, la desilusión, el desánimo y la culpa que se perfilan en diversas tonalidades pasionales, suavemente o en forma más aguda y punzante. Por otro lado, la ansiedad cabalgante, que a pesar de estar presente durante todo el año, como parte del repertorio de sentimientos normales que experimentamos los humanos, cobra mayor fuerza en este periodo de noviembre y diciembre y se canalizan a través de muy diversas pasiones, de las que la mayoría de las veces tampoco nos damos cuenta de sus orígenes. La ansiedad se manifiesta como inquietud constante y difícil de controlar, como aceleramiento y necesidad de hacer muchísimas cosas y actuar en tantas direcciones, como una maraña intrincada de ideas y preocupaciones que no tienen objetivo, y que generalmente tampoco resultan en soluciones, como temores, miedos específicos, zozobras e incertidumbre, con altas dosis de inseguridad e indecisión que pueden paralizarnos.

Ambas corrientes tan contrastantes de sentimientos, tanto depresivos como angustiantes nos pueden conducir al desarrollo de pasiones que se exacerban en este periodo, estimuladas además por factores ambientales que se contagian unos a otros, tales como las noticias y programas negativos y amarillistas en los medios de comunicación, los cambios de clima, la contaminación en aumento con inversiones térmicas, la mercadotecnia que empuja al consumismo, las presiones económicas bajo mayores gastos e ingresos limitados y así sucesivamente tantos otros factores. Como resultado, surgen pasiones cada vez más voraces convertidas en necesidades irreprimidas por comprar, por tener cada vez más dinero y mostrarlo o por gastarlo, por apostar y entrar a esa fiebre de los juegos de azar, por comer y beber hasta hartarse, por usar drogas, por seducir o ser seducido (a), por buscar aventuras y experiencias novedosas, por poseer vehículos y conducirlos a toda velocidad y atropellar a los demás, por descubrir tácticas sobre cómo mentir, robar y hacer fraudes cada vez en mayor escala aprovechando la confianza y la confusión de esta temporada. (Continuará).

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