(Nonagésima sexta parte)
Nos encontramos en plena temporada de peregrinaciones, en las que precisamente llegan a desbordarse una tras otra las pasiones mencionadas encubiertas de lentejuelas y carrizos, de coloridos y vistosos penachos de plumas que compiten entre sí, de cánticos y rezos repetitivos y monótonos, de contorsiones y movimientos que se vierten en danzas y rituales que reflejan nuestro sincretismo religioso, en el que todavía se siguen mezclando las herencias indígenas autóctonas y las españolas, resultado de ese mestizaje universal que nos conforma y que orienta nuestra idiosincrasia. El ruido, el colorido y el rítmico revuelo de los danzantes y los peregrinos resalta y se mezcla a la vez con el agudo sonar de los claxons y los altavoces de cientos de autos, camiones, camionetas y toda clase de vehículos que adornados de globos y listones se unen a la procesión para formar un conglomerado muy heterogéneo. Esa multitud en movimiento aparentemente ordenado, invade temporalmente el centro de la ciudad durante determinadas horas de cada día, mientras avanza lentamente a lo largo de las avenidas ante las miradas de transeúntes que estimulados, también se unen como observadores y proyectan y añaden sus propias pasiones a las que van desfilando.
El de por sí caótico y desenfrenado tráfico de nuestra comarca, especialmente en estas fechas, sufre todavía una muy característica alteración y mayor desquiciamiento, como producto de los embotellamientos en las calles, de los bloqueos de los cruceros y de la falta de pericia y de control de los agentes de tránsito, encargados supuestamente de dirigir estos movimientos, pero que en realidad y como es de costumbre, se les escapa de las manos en la misma forma cada año. Es obvio entonces que los doce, trece o el número de días que duren las peregrinaciones van a intensificar la expresión y la transmisión de pasiones no sólo en nuestra región, sino en todo el país, puesto que se trata definitivamente de una de las celebraciones religiosas mexicanas más importantes o posiblemente se trata de la mayor, de ?La Celebración? con mayúsculas. Es ahí donde nos percatamos de la intensidad de estas pasiones para un alto porcentaje de mexicanos, en quienes la fe, la esperanza, el agradecimiento, la sumisión, la obediencia, la culpa, los remordimientos, la convicción, las ilusiones, la pasión convertida en obsesión y fanatismo, el deseo de negociar y regatear con Dios y con la Virgen o consigo mismos, la humildad, el orgullo, la vanidad de ser vistos, la soberbia, la modestia, el desamparo, la inseguridad, la jactancia, la fatuidad, el arrebato, el regocijo y tantas otras pasiones, se mezclan indiscriminadamente desde las mentes y los corazones, desde las voces y las manos y los pies en movimiento, intercalados entre los penachos y los brillantes destellos de sus adornos, de sus contorsiones, y sus lentejuelas.
Como sucede en todas las experiencias humanas, aquí también habrá aquéllos que sean capaces de manifestar abiertamente sus pasiones con todos los impulsos y entusiasmo, mientras otros las guardan y las esconden tímida y pudorosamente o las disfrazan para no ser señalados. Paralelamente, habrá quienes realmente ni siquiera puedan experimentarlas y que por lo mismo, sólo estarán ahí por la presencia, por la obligación y la imposición, por el narcisismo de la imagen y el estatus, por el qué dirán, por el día de asueto o las bonificaciones, por inercia o porque así debe de ser y hacerse puesto que todos lo hacen, sin importar el que tenga o no sentido en su existencia, el sentir o no sentir, el creer o no creer, simplemente el estar ahí como una pieza más que encaja en el sistema.
Naturalmente y de todas formas, este tipo de manifestación religiosas tan populares y esperadas cada año, como son las peregrinaciones y los festejos dedicados al culto de la Virgen de Guadalupe representan definitivamente un excelente vehículo para canalizar todas aquellas emociones y pasiones derivadas de esas dos corrientes primordiales que se mencionaron en la columna pasada. En un extremo la corriente depresiva con todos los sentimientos característicos que ella implica, mientras que en el otro, encontramos también a esa gran corriente que es la de la ansiedad y sus muy variadas manifestaciones. Ambas se encuentran presentes, expresadas y canalizadas durante estos festejos, a través de las muy diversas tonalidades e irradiaciones en las que llega a convertirse la fe entre los creyentes. En esa forma, se llena una necesidad imperiosa y se cumple además con una fundamental función psicológica de catarsis, penitencia, perdón y redención, especialmente importante en esta época del año, cuando las pasiones se encuentran en ebullición al grado del enloquecimiento y aún más durante la etapa histórica que estamos viviendo. (Continuará).