(Nonagésima séptima parte)
Dentro de este ambiente de fiestas y peregrinaciones, de cánticos, oraciones y culto a la Virgen de Guadalupe, en las fronteras entre lo festivo y lo pasional, entre lo profano y lo religioso, entre lo que puede ser profundamente espiritual o terriblemente materialista y comercial a la vez, se fomenta asimismo el surgimiento de un amplio territorio que puede ser sumamente fértil para las creencias, la confianza y la buena fe de la gente. Por lo mismo, se convierte a la vez en un terreno en el que fácilmente se generan otro tipo de pasiones, aquéllas que tienen que ver con el abuso, el engaño, el fraude y la delincuencia en general, en forma de robos, asaltos, estafas, malversaciones, extorsiones, secuestros y todo tipo de pillaje como parte de esa intensa y desenfrenada pasión que busca la rapidez y la facilidad de sustraer el dinero de los demás sin importar los medios. En la edición de El Siglo del pasado domingo, en una de sus secciones se daban una serie de indicaciones, recomendaciones, advertencias y medidas de seguridad al respecto, con una información muy adecuada sobre cómo debemos actuar y protegernos los ciudadanos, especialmente en esta época decembrina. Paralelamente y como parte de una inquietud semejante, pero que se hace cada vez mayor en las grandes ciudades, recibí también un correo enviado por amigos del DF, que como especialistas cotidianos y muy familiarizados con ese tipo de experiencias urbanas, proyectaban naturalmente su enorme y ciertamente explicable preocupación al respecto, sobre ese tipo de pasiones que son el tema habitual de conversación entre ellos. Dicho correo describía en forma todavía mucho más concienzuda, elaborada y detallada, casi como un manual perfectamente estructurado, los diferentes pasos que cualquiera de nosotros debiera tomar en cuenta para evitar los asaltos a mano armada, sea afuera en la calle, al salir de algún cine, restaurante, centro comercial, etc. o inclusive dentro mismo de cierto tipo de establecimientos, incluyendo los edificios de estacionamiento. Se trata de una serie de recomendaciones sumamente concisas y concretas de lo que se debe hacer para protegerse de personas sospechosas o extraños que se acerquen a uno en diferentes situaciones, sea al pasear, caminar, acudir a un cajero automático, manejar el auto, e inclusive al detenerse en algún semáforo, tanto a plena luz del día como por la noche. Esta especie de manual tan minucioso proyecta definitivamente la inseguridad, la angustia, los miedos y la situación casi paranoica que están viviendo nuestros compatriotas en el DF.
A pesar de que en esta comarca no llegamos todavía a alcanzar niveles pasionales tan extremos de tales situaciones, tampoco estamos tan completamente lejanos o distantes de ellos. Nos damos cuenta que se intensifican en esta temporada del año, como parte de ese espíritu navideño, que tiende a ser expresado a la inversa. De manera que si la Dirección General para la Investigación del Secuestro y Crimen Organizado (DGISCOE), ha elaborado esa lista de recomendaciones que se publicó en la edición dominical de ese periódico, quiere decir que tienen la información adecuada y específica sobre semejantes pasiones delictivas, y por lo mismo, debemos reflexionar y tomarlo en cuenta respecto a las medidas apropiadas para nuestra seguridad y protección.
Sin embargo, surge una pregunta esencial: ¿qué sucede cuando tales pasiones delictivas de abuso, extorsión, fraude, engaño, robo, asalto o estafa no suceden en la calle o en el auto, o ni siquiera en el estacionamiento, en el que alguien se te acerca ?inocentemente? para timarte, sino que más bien ello sucede dentro de tu propio hogar, desde una serie de fuentes que consideras confiables, honestas y hasta familiares y tradicionales, porque desde hace mucho tiempo les has permitido la entrada a tu intimidad y ya forman parte de tu vida cotidiana, como sucede con la televisión, la radio o el teléfono mismo? ¿Qué medidas o recomendaciones hay que tomar en cuenta para evitar ser víctimas de tales pasiones que en tantas ocasiones nos invaden y nos envuelven aún sin percatarnos, gracias a ese estilo suave e imperceptible, casi subliminal, producto de los vigorosos avances de una mercadotecnia utilizada agresiva y ostentosamente a través de los medios de comunicación?
Es así como nos llegan cotidianamente, en una especie de bombardeo agresivo y pertinaz, los muy variados anuncios comerciales de toda clase de productos maravillosos, extraordinarios, milagrosos y mágicos que pueden llenar las necesidades, los huecos, los sueños y las expectativas de millones de personas. Hay productos que sirven para enflacar, para engordar, para marcar los músculos, para renovar la belleza o desarrollarla si se siente que nunca se tuvo; los que te convierten en otra persona porque no estás a gusto como eres; los que te quitan las arrugas, las lonjas, las canas, las várices, la celulitis, los achaques y las dolencias, hasta llevarte a ese estado paradisíaco de la eterna juventud, del cual ya nunca te vas a querer levantar o separar; los que tienen la capacidad de curar cualquier tipo de enfermedad, real o imaginaria, inicial o terminal, lo mismo en hombres y mujeres, en niños, adolescentes o adultos; los que te garantizan una vida sexual plena y vigorosa y así sucesivamente una larga lista de productos que inundan constantemente la pantalla chica a todas horas. Por supuesto que se trata de productos ?a un bajísimo precio de ganga, en comparación a lo que realmente cuestan?, son ?súper ofertas a un súper precio?, que naturalmente pueden ser enviados en forma directa y eficiente a la mayor brevedad posible. Gracias a ellos gozamos en el presente, en la comodidad de nuestras casas la ventaja de regresar a la nostálgica época de los merolicos callejeros, convertidos ahora en huéspedes cotidianos y eternos de nuestras casas, aún si no son tan simpáticos como los de antaño. (Continuará).