NONAGÉSIMA OCTAVA PARTE
Como parte de este folclore navideño dentro del hogar, aunque ya presentes desde hace buen rato, también se han puesto de moda últimamente cierto tipo de llamadas telefónicas, no necesariamente pornográficas, por medio de las cuales, voces desconocidas llaman de parte de parientes cercanos o lejanos accidentados en alguna carretera fuera de la ciudad, o en otras ciudades, que piden mandarles dinero para ayudarlos en el trance. Por otra parte, se presentan múltiples casos, en los que en forma parecida, a través de una llamada telefónica, se llevan a cabo intentos de extorsiones en forma más directa y agresiva, cuando voces también desconocidas amenazan con secuestrar algún hijo, hija, o cualquier otro familiar, y demandan una determinada cantidad de dinero. En ambos casos, el teléfono se convierte entonces en la vía perfecta utilizada por los asaltantes y los delincuentes, personas generalmente extrañas y ajenas a la familia, para aprovecharse y abusar de la buena fe de los demás, canalizando así sus pasiones delictivas, presentes naturalmente durante todo el año, pero a dosis que pueden intensificarse en esta época navideña, en la que todas las pasiones se desbordan profusamente. El teléfono cobra una vida diferente entonces, un elemento cotidiano y necesario de la comunicación dentro de cualquier hogar, casi un miembro inconfundible de la familia, parece convertirse bajo esas circunstancias en un elemento peligroso, en un potencial instrumento de ataque y abuso a nuestra integridad, proveniente del exterior.
Pero además de este tipo de fechorías, estamos siendo testigos a últimas fechas, de otros estilos más sofisticados del uso telefónico, mediante el cual se realizan ejemplos muy diversos de engaños, abusos, robos y fraudes. No se trata de experiencias tan abiertamente amenazantes o agresivas como las mencionadas anteriormente, gracias a una mercadotecnia de moda en nuestros días, que las encuentra competitivas, justificables y hasta legalizadas pero que al fin y al cabo y después de todo llevan el mismo sello pasional delictivo, con resultados semejantes para las víctimas. Nuevamente, se trata de voces extrañas, que sin embargo se identifican con nombres y títulos profesionales específicos, que tienen un acceso sumamente fácil y directo a nuestros hogares, precisamente a través de la línea telefónica. Es así como suelen bombardearnos muy frecuentemente, con las ofertas de una gran variedad de productos y supuestas promociones, en las que se incluyen tarjetas de crédito, suscripciones de orden diverso, membresías de clubes, ofertas de viaje, seguros de vida, de auto, de estudios, etc., e inclusive servicios telefónicos del tipo de Internet, larga distancia y otros tantos, de gran popularidad con la empresa telefónica. Dichas llamadas que en apariencia suenan tan amables e inofensivas, al no manifestar amenaza o peligro alguno que detectemos hacia nuestra integridad como sucedía con las ya mencionadas, pueden convertirse sin embargo en trampas fraudulentas, cuyas consecuencias ni siquiera medimos en esos momentos en que descolgamos el auricular. Se trata de llamadas que ocurren repetitivamente, casi a diario a lo largo de la semana y de las cuales necesitamos definitivamente estar alertas, para no caer en trampas semejantes que representan un estilo diferente de amenaza y de abuso para nuestros intereses, sin que necesariamente se trate de un secuestro o de un atraco a mano armada.
Pero aún a pesar de que consciente de esas trampas, rechacemos las ofertas de productos que no deseamos porque no nos son necesarios y colguemos el teléfono sin aceptarlos, ¿qué sucede, cuando de todos modos y en forma ventajosa, abusiva, premeditada y con dolo, se añaden tales productos por ejemplo a las cuentas mensuales de los recibos telefónicos, argumentando sin prueba alguna que sí fueron aceptados e inclusive inventando nombres de personas inexistentes en el hogar, quienes supuestamente aprobaron dicha compra? ¿Qué sucede cuando tales recibos se pagan mes tras mes rutinariamente y en forma descuidada sin revisarlos, y repentinamente un día en que se revisan, se descubre que por meses se han estado pagando ciertos servicios especiales inespecíficos y que nunca se contrataron, e inclusive se ha estado pagando también un servicio de Internet inexistente para un aparato telefónico de casa, en el que ni siquiera se tiene conectada una computadora? Seguramente que estaríamos de acuerdo en que ése ha sido definitivamente el colmo del propio descuido y de la creencia de que se podía confiar en una empresa que te ha dado el servicio telefónico desde hace tantos años, como empresa única, puesto que tampoco ha habido lugar para que otras empresas competitivas puedan ofrecer ese mismo servicio. Ésa es parte de la responsabilidad de cada usuario, la de revisar religiosamente todos sus recibos.
Sin embargo, en el otro extremo de esta pareja usuario-empresa, sucede un fenómeno que quizás tardaríamos en definir su naturaleza y la etiqueta que le pondríamos. ¿Podríamos hablar acaso de un descuido o de errores bien intencionados de computadora, de dedo, o de mano en esta época de tecnología tan avanzada y a la vez deshumanizada? ¿Será tal vez la nueva y más moderna ola de un estilo de mercadotecnia sumamente prodigiosa, sofisticada y de altos vuelos y alcances, en la que se requiere de tales maniobras ante la apretada y muy reñida lucha entre las cada vez más numerosas empresas de telecomunicación? ¿O simple y sencillamente, se trata quizás de esa pasión delictiva por los fraudes y los abusos, que parece excitarse a mayor grado conforme llegamos a la Navidad, en ese cruce para llegar al año nuevo, en la tan familiar y transitada ruta de Lupe-Reyes? La conclusión es que cada quien puede llamarle como quiera a este tipo de experiencias y fenómenos tan comunes hoy en día; hay opciones múltiples o combinadas: descuido, error, estilo avanzado de mercadotecnia o fraude y abuso; todas ellas, o ninguna de ellas. La moraleja, y el regalo de Navidad, de Año Nuevo o de Reyes para todos, es la recomendación de que se deben revisar cuidadosamente con lupa todos nuestros recibos telefónicos, de luz, de agua, cuentas de tarjetas de crédito, etc., y más etc., sin importar de qué empresa vengan, aún si se trata de esas empresas añosas, monolíticas, producto folclórico de nuestro sistema patriarcal, que son como algunas viejas señoras, que por la edad nos pueden estimular mucha confianza, pero de repente nos sorprenden cuando nos ponen un cuadro y se sacan el as de la manga. (Continuará).