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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

(Sexagésima segunda parte)

Seguramente que el primer pensamiento que nos viene a la mente dentro de esa posible e interminable lista de sentimientos, es el del amor. Sublime, eternamente elogiado y admirado, perseguido, reverenciado y respetado, ambicionado ilimitadamente, sobre todo en una época del año como ésta, en que se supone representa la base de la felicidad. Ese sentimiento tan nombrado para bien o para mal, y que a su vez es capaz de transformarse de la noche a la mañana en toda una pasión ardiente y fulminante, sin límites ni barreras. Es la pasión clásica y universal, la que ha sido exaltada en todo tipo de narraciones desde el nacimiento de la humanidad en una línea continua hasta nuestros días, a través de la historia, las leyendas, los libros, las películas, las telenovelas, los chismes, los artículos de la revista cotidianas o hasta en los encabezados a ocho columnas de las tan comestibles notas rojas periodísticas. Y sin embargo, hay tantísimas clases de amor, y tan variados estilos de amor como seres humanos habemos en el planeta; desde esos amores apacibles, sencillos, tiernos y cotidianos, hasta aquellos otros tórridos e incandescentes que llegan a transformarse en pasiones locas, desenfrenadas y sin controles. Esas pasiones en las que se puede llegar a perder la cabeza, para seguir después con las posesiones, los valores, el honor, el orgullo y todo aquello que en un momento dado tuvo sentido para él o para ella, inclusive hasta llegar al extremo de perder la identidad, o la vida misma. Otelo naturalmente, como líder y paladín de los celos y de los amores enloquecidos, viene a ser el ejemplo y el ideal perfecto para este tipo de pasiones arrebatadas, ésas que jamás han pasado de moda y que siguen tan vigentes en estos días que nos acompañan al finalizar el 2004.

Pasiones como las de Otelo, producto de amores al estilo shakesperiano, no son exclusivas definitivamente del mes de diciembre, puesto que florecen y se encienden en cualquier época del año. Sin embargo, es posible que surjan con mayores bríos en esta temporada tan especial. Quizá se han mantenido ensombrecidas y ocultas durante un período de incubación más corto o más prolongado a lo largo del año, dependiendo de las características y de la tolerancia de cada individuo. Quizás han surgido a través de pequeñas señales o incluso de fricciones no tan significativas en determinados momentos, pero no es sino hasta en este período del año cuando llegan a suceder las explosiones más importantes y visibles. Los amores en la pareja, sin importar el estilo o la orientación sexual, sean novios, casados, en unión libre o según los diferentes estilos de contrato programado, dentro de esa gran variedad de contratos que sabemos existen en nuestros días, todos de una forma u otra están propensos a contraer ese virus del amor pasional y de los celos mortíferos y tormentosos que pueden aparecer en tantos de los casos, como consecuencia natural de tales pasiones. Parece que esta época del año es por antonomasia el fértil territorio para la inoculación de dichos virus, y que al igual que los de la gripe y otras enfermedades semejantes llegan azarosamente durante el invierno, quizás como una defensa natural para combatir las heladas y contrarrestar estos bruscos cambios de temperatura.

Frágil, inseguro y vulnerable, Otelo representa a la vez al individuo noble, feroz y apasionado, aparentemente poderoso y sólido, quien enardecido por su pasión como tantos enamorados, busca convertir a Desdémona su amada, en un objeto sometido y pasivo de su amor, de su posesión y de su dominio. A través de esa pasión busca controlar totalmente la existencia del objeto amado, hasta en los más mínimos detalles y movimientos, lo que a la larga los convierte y los condena a ambos en prisioneros de una cárcel de barrotes invisibles, sin puertas, llaves, ni cerrojos: una trampa peligrosa de la cual es imposible escapar porque paralelamente se llega a convertir en un infierno terrenal. Otelo el moro, el guerrero invencible, el conquistador exitoso que retorna a casa con los triunfos de sus batallas, el hombre laureado por su valor y su audacia, el comandante vitoreado por sus tropas, pierde sin embargo el paso y el ritmo, se desprende de su pedestal, se desmorona y cae, al sucumbir presa de sus propias pasiones, víctima igualmente de las pasiones de otros. Celos abrumadores e incontrolables como sucede con todas las pasiones, marcan su trayectoria tormentosa, para desvanecer por completo y borrar de su alma aquello que se inició como amor, para transformarse después en una intensa pasión, hasta ser devorado por las fauces de la inseguridad, la desconfianza, la rabia, la angustia y los celos hasta terminar en el éxtasis de la locura y de la destrucción misma de su amada al asesinarla.

La envidia y la maldad, personificadas maravillosamente en la figura magistral de Yago, el cercano y a la vez peligroso confidente de Otelo, pertenecen también a otro género de pasiones, igualmente intensas y malsanas, dirigidas certeramente como proyectiles venenosos en busca de la mente y del corazón de Otelo, el objetivo final de tales pasiones. Yago posee esa magia genial de lo que puede significar la maldad y la crueldad a su máximo grado, destiladas en ese estilo sofisticado e ingenioso con el que acosa a Otelo hasta derribarlo. Yago envidia la posición, el poder, los triunfos y los amores de Otelo; le envidia su relación con Desdémona y la pureza e inocencia de ésta; envidia igualmente el favoritismo que Otelo le concede a Casio, su lugarteniente y parece envidiar en general todo aquello que no posee, que está fuera de su control y alcance, pero que naturalmente busca poseer o destruir. Suave y sigilosamente, paso a paso, de personalidad camaleónica, con esa frialdad y discreción venenosa y malévola, lanza sus pequeños dardos, inserta sus frases y sus insinuaciones de tal forma, que Otelo en su ceguera y su inseguridad, cae sin escapatoria en las redes de Yago. Es así como frondosamente germinan los celos en Otelo, hasta cubrirlo por completo y convertir esa mezcla pasional de amor, rabia, incertidumbre, miedo y celos en una explosión avasalladora y destructiva, que linda en los límites de la locura. La envidia, la maldad y los mismos celos de Yago, representan sin duda alguna las pasiones en lucha contra otras pasiones en el más puro territorio humano, en esa arena ubicada entre el consciente y lo inconsciente, ese territorio familiar para todos nosotros, en el que a veces nos llegamos a encontrar, prisioneros y víctimas de nuestras pasiones. (Continuará).

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