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Nuestra Salud Mental / Un paréntesis para los aniversarios

Dr. Víctor Albores García

Como si se tratara de un colosal escenario de ópera, las fachadas se alinean a los lados de calles serpenteantes y adoquinadas que ascienden y descienden en diferentes direcciones. Los tonos rosados de sus canteras adornan y le dan vida y armonía lo mismo a los balcones y a los muros, que a los umbrales de las puertas y a las ventanas enrejadas de sus edificios. La ciudad exhala esa elegancia y esa belleza antigua y tradicional, cuidada con tantos detalles y esmero, así, precisamente como si se tratara del colosal escenario de una ópera que cobra vida conforme rayan los primeros tintes de sol. Una vida que busca prolongarse a lo largo de la jornada, hasta esos últimos momentos del día, en los que la palidez y la contrastante calidez de la iluminación nocturna a base de faroles y reflectores, la pueblan de sombras y rincones intrigantes, en los que se ha ido desvaneciendo y escondiendo el paso de sus más de cuatrocientos años de vida. Toda una señora elegante y distinguida, siempre ataviada y maquillada como una dama que se mantiene a la espera del paso de los siglos.

Zacatecas brilla a todas horas, lo mismo muy temprano de mañana con el reflejo de sus calles solitarias y vacías, que a las diferentes horas de la jornada, acompasadamente señaladas por el repiqueteo de sus campanas, como un recordatorio de ancianas tradiciones religiosas. Las torres de catedral, proyectadas hacia el infinito, ascienden gracias al vuelo de esos serafines y santos, que en decenas habitan el intrincado ramaje de su cantera, y giran sigilosa y delicadamente entre las variadas tonalidades e irradiaciones de un sol tibio y benigno, que se derrama y se derrite entre las múltiples figuras y guirnaldas. Recostadas contra la inmensidad de un cielo intensamente azul, de ese azul nítido y virgen, que no conoce todavía los terribles estragos contaminadores de la civilización industrial, de ese azul que solíamos admirar y disfrutar en La Laguna hace ya tantísimos años que se antojan siglos, las torres en un estrecho parentesco con las cúpulas de las demás iglesias conforman la armonía, la calidez y la tranquilidad de ese bellísimo perfil arquitectónico que le da vida a la ciudad, como otro estilo de ?una región más transparente?.

El pasado fin de semana, la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil (AMPI) festejó los primeros treinta años de su existencia, mediante su Congreso Nacional número quince, en el marco increíble y añejo de la ciudad de Zacatecas, un excelente escenario para tal celebración. A pesar de que el número de psiquiatras infantiles en México permanece sumamente limitado para las necesidades de nuestros niños, adolescentes y familias, un mayoritario grupo de nosotros asistimos al evento y dentro de tal grupo, muchos hemos sido testigos del nacimiento y el desarrollo de la asociación durante estos treinta años. Desde la capital, en donde se encuentran la mayoría de miembros, como generalmente sucede en las asociaciones profesionales, pero igualmente desde la provincia, quienes habitamos en ella, todos hemos tratado de poner algo de nuestro esfuerzo para mantenerla viva y en continua evolución y ebullición, tarea definitivamente nada fácil, cuando se toman en cuenta los numerosos obstáculos y limitaciones característicos de la mayoría de agrupaciones mexicanas.

Paralelamente, en estos días, se ha llevado a cabo asimismo, la celebración de los 75 años de la fundación del Teatro Martínez en nuestra ciudad, el que por mucho tiempo ha funcionado como el único escenario en el que los laguneros hemos podido disfrutar tan diferentes manifestaciones del arte a todos sus niveles. Las voces medievales en ecos rescatados de su celoso encierro en un monasterio benedictino, iluminaron con grandiosidad el escenario de éste nuestro teatro abuelo en los últimos días. Las pasiones, el erotismo, los placeres mundanos que el ser humano ha desarrollado y compartido en todas las épocas y latitudes a lo largo de su historia hasta el presente, se desencadenaron como un murmullo, como una súplica, como una queja, como un rugido, como una demanda o como alabanzas para la celebración de las veleidades de la diosa Fortuna y del Destino y los estilos caprichosos en que nos zarandea. Con toda la fuerza y el impacto de esas voces medievales, ejemplo maravilloso, profano y casi único de expresiones tan antiguas y perdidas en el pasado, al musicalizarlas Carl Orff en Carmina Burana, nos impacta y nos hace vibrar, para conectarnos nuevamente con la herencia que forma parte de nosotros, habitantes del mundo occidental, a la vez que nos vincula y nos adhiere a nuestros arquetipos, puente entre el pasado y el presente. Así pues, en el presente seguimos celebrando todavía los caprichos de la diosa Fortuna como parte de los aniversarios, en esa nuestra cotidiana, metódica y estratégica caminata dentro del laberinto del tiempo y de los tiempos, que minuto a minuto, hora tras hora, día con día y año tras año seguimos recorriendo y midiendo obsesivamente.

Tales mediciones del tiempo coincidieron en nuestro espacio, y los aniversarios se enlazaron entre sí: conferencias y simposios psiquiátricos que trataron temas sobre la salud mental de los niños, los adolescentes, los padres, las familias o las parejas en un intento por medir treinta años, por comparar los avances, por ilustrar las ganancias y ocultar a la vez el tiempo que se pierde y que se desperdicia, los años que se esfuman sin posibilidad de recuperarlos, a los esfuerzos paralizados, aquéllos que se mantienen suspendidos en el tiempo. Las voces femeninas y masculinas que desde el estrado de una coral compacta y magníficamente integrada, adornadas por los gorjeos de una soprano joven y maravillosa, escoltada por un tenor y un barítono excelentes, hicieron eco a las expresiones del pasado y nos conectaron a través del tiempo con los placeres y las pasiones de nuestros antepasados.

Ambas experiencias: los treinta años de AMPI y los 75 años del Teatro Isauro Martínez, se convierten definitivamente en una extraordinaria oportunidad de aniversarios, para que a su vez esta columna de Nuestra Salud Mental, celebre sus primeros once años de edad que igualmente nos conectan con el pasado y nos impulsan hacia el futuro. Así pues, al unir las imágenes y las memorias de un escenario tan maravilloso como es el de la ciudad de Zacatecas, con la música, las voces, las expresiones y la vivencia impactante de escuchar una vez más a Carmina Burana, aprovechando las alabanzas y las quejas a la diosa Fortuna y tenemos la oportunidad de celebrar un año más de difusión acerca de los complejos y variados significados de lo que es Nuestra Salud Mental. Gracias por acompañarnos.

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