Esa gigantesca y errática pelota tricolor llamada “pre-precampaña”, sigue rodando y parece que nadie la puede detener... y lo más grave es que aún falta poco más de un mes. La precampaña (ya sin el pre-pre) formal en el Partido Revolucionario Institucional arranca hasta finales de junio, pero eso poco o nada significa, salvo el amarrón forzado que tendrán que hacer algunos de los aspirantes en sus respectivas alforjas, de ésas de donde hoy salen los recursos para gastos en mercadotecnia, publicidad y posicionamiento de imagen -ya que ese periodo sí estará sujeto a topes de campaña y por lo tanto a sanciones legales- y que al menos podría significar un respiro, un descanso a eso que los priistas entienden como una contienda interna.
Coahuila vive un momento inédito, complicado y hasta riesgoso. Los discursos que ponderan el clima democrático y de pluralidad, quedan rebasados por los hechos, por las descalificaciones y golpes bajos que generosamente se propinan algunos de los que hoy pretenden convencer a la ciudadanía que resultan la mejor opción para enarbolar las causas del priismo y eventualmente conducir los destinos del Estado durante seis años. La pretendida unidad que vende como el activo mayor del tricolor coahuilense, el delegado del CEN, Manuel Cavazos Lerma, se reduce en los hechos a meras buenas intenciones.
Y en el fondo habría que lamentar la ausencia del debate de ideas, de las propuestas concretas o de argumentos sólidos, ya que lo que domina el escenario es el imperio de la imagen, la mercadotecnia, el juego de espejos y las sonrisas, pero nada más.
Si sumamos todo lo anterior a la guerra (sucia por desgracia) en la que los panistas de Torreón están enfrascados -como si estuvieran decididos al suicidio político-, los ciudadanos de la Comarca Lagunera no podemos más que pedir una tregua. La contaminación visual, el derroche de recursos y la saturación en medios de comunicación de toda clase de mensajes y réplicas, de golpeteo y simulación, termina por hartar... y aún falta mucho tramo que recorrer.
La única conclusión posible es que nuestra flamante Ley electoral quedó corta y con muchas ventanas abiertas y que urge, a la luz de la presente experiencia, cerrar todos los resquicios que hoy aprovechan algunos de los aspirantes.