Sin duda, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha vivido en las últimas semanas una de las más graves crisis en su corta historia como oposición.
La renuncia de Elba Esther Gordillo a la Secretaría General del tricolor, luego de dos reveses del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) en su aspiración por hacerse de la presidencia nacional, cierran un capítulo más del sinuoso camino del PRI rumbo a las elecciones de julio de 2006.
Por más que los priistas, sobre todo Roberto Madrazo, hoy precandidato a la Presidencia de la República, se esmeren por hacer ver el asunto como un capricho de la “maestra”, lo cierto es que el partido termina muy golpeado ante la mirada de la opinión pública del país, independientemente de quien haya sido el o la culpable.
Y es que una agrupación política que durante más de 70 años mostró unidad y fortaleza -aunque haya sido alrededor de una figura autoritaria como lo era el titular del Ejecutivo Federal-, luego de perder en 2000, en elecciones democráticas, lo que era ya casi una patente, no puede darse el lujo, si quiere recuperar la Presidencia, de mostrarse tan frágil y endeble frente a los “caprichos” de sus, ahora, múltiples liderazgos.
Es evidente que el PRI no ha encontrado todavía el nuevo rumbo. Sus intentos de democratización no convencen a nadie. La ausencia de la otrora omnipotente figura del presidente de la República, no ha sido suplida por una estructura de mando sólida que evite confrontaciones estériles a la hora de decidir las cabezas. Incluso, en el plano ideológico, se observa la indefinición, al grado de que hoy no se sabe bien a bien cuál es el proyecto de nación que el PRI propone, en medio de las diversas corrientes encontradas dentro del partido.
