Al principio: el discurso respetuoso, conciliador, el abrazo y el apretón de manos. Luego: los piquetes, las patadas por debajo de la mesa. Después: la provocación, el zafarrancho, el escándalo, los palos y las piedras. Llegan ahora las denuncias, las acusaciones mutuas, la descalificación junto a los exhortos a la calma primigenia.
Independientemente de quién haya iniciado la trifulca entre los militantes de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), en una calle del fraccionamiento Rincón de la Hacienda, el hecho resulta vergonzoso y lacera la dignidad de la ciudadanía que será la que el próximo 25 de septiembre salga a votar para elegir alcalde, gobernador y diputados locales.
Los testigos del zafarrancho han mostrado su indignación y han manifestado que los protagonistas de la reyerta pusieron en peligro la integridad física de los colonos y de sus bienes. Nada más absurdo y paradójico que esto, si se supone que la política es la actividad por medio de la cual se pretende mejorar el nivel de vida de los ciudadanos y brindarles seguridad.
Los panistas y priistas que se dejaron llevar por la víscera la tarde del sábado sin importarles otra cosa que sus intereses, dejan ver el poco respeto que tienen hacia la democracia y hacia los habitantes de esta ciudad.
En un entorno marcado por la desconfianza hacia los políticos, traducida luego en abstencionismo, este tipo de actitudes aleja aún más a los electores de las urnas, tratándose sobre todo de los dos partidos con más posibilidades de ganar. Incluso, el hecho daña también la imagen de los aspirantes.
La competencia electoral no debe llegar a estos extremos. Suficiente tiene la población con los problemas que día a día enfrenta como para tener que lidiar también con disputas violentas entre facciones de distinto color. Por el bien de la democracia y de todos, hechos como el de hace dos días no deben repetirse.