Como muchas otras fechas del calendario oficial de nuestro país, el 88 aniversario de la Promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, pasó casi desapercibido. El sábado cinco de febrero fueron pocos los que recordaron dicha conmemoración. Al parecer, las dificultades económicas y el enfrentamiento político mantienen ocupada la mente de la mayoría.
No obstante el olvido, sirva la fecha como pretexto para una reflexión. Mucho se habla hoy de la necesidad de las llamadas “reformas estructurales”, bautizadas por el imaginario político como energética, laboral, fiscal, penal y de Estado.
Partidos, diputados, senadores, funcionarios del Poder Ejecutivo y magistrados del Judicial, mantienen un álgido debate sobre las formas y fondos de las citadas modificaciones. Cada quien emite su juicio y resulta difícil pensar que lleguen a ponerse de acuerdo. Los intereses de grupo y electorales parecen pesar más en la mayor parte de los servidores públicos.
Mientras, la Iniciativa Privada y los organismos financieros internacionales desempeñan su papel lanzando advertencias de lo que puede suceder si esas reformas no se llevan a cabo de la manera en que se sugiere. Evidentemente, tanto empresarios como agrupaciones supranacionales, tienen sus propios intereses.
Obvio es que no puede soslayarse el contexto mundial de globalización, el cual ha obligado a México, como a muchos otros países, a plantear una nueva estructura económica y política, es decir, un nuevo marco constitucional.
No está a discusión que la realidad internacional exige, guste o no, un replanteamiento de los estados nacionales. Lo que está en debate es si las reformas deben contribuir a fortalecer al Estado o a reducir sus capacidades, dejando en manos del libre mercado muchas de sus funciones.
Más allá de cualquier postura, si el interés último es hacer de México un mejor país, con más elementos para enfrentar los retos de la actualidad, debería empezarse por motivar el interés y la participación de toda la sociedad en esta polémica tan trascendente y no dejar en manos de unos cuantos -los de siempre- lo que viene a ser el futuro de todos.
