Como por arte de magia, de la noche a la mañana, la ciudad de Torreón se vistió de colores y rostros sonrientes. Es el bombardeo de las siglas y nombres de quienes intentan conquistar a los ciudadanos: son seis los personajes que anhelan convertirse en el primer alcalde con una administración de cuatro años y 35 los que se disputan las cinco diputaciones locales bajo el cobijo de los partidos Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI), De la Revolución Democrática (PRD), Del Trabajo (PT), del Verde Ecologista de México (PVEM), de Unidad Democrática de Coahuila (UDC) y de Convergencia por la Democracia (PCD). A esta oleada habría que sumar las famosas zetas naranjas y las emes verdes que desde hace varios días adornan vehículos, bardas y espectaculares.
Como lo marca la Ley, a las 00:01 horas de ayer arrancaron las campañas locales y exactamente a esa hora, el panista José Ángel Pérez Hernández y el priista Eduardo Olmos Castro, iniciaron su tarea proselitista, el primero en el ejido Ignacio Allende y el segundo en la colonia Eduardo Guerra. Más convencional, el candidato del PRD, Antonio Rodríguez Galindo, inició su campaña en la explanada de la Presidencia Municipal y como primer mensaje, criticó el derroche económico que hacen los panistas y priistas.
Con un perfil mucho más bajo, se anunció que también la candidata del Partido del Trabajo, Elvia María Ramírez Escobedo, había iniciado formalmente su campaña, la que correrá la misma suerte que la del resto de los abanderados de partidos con escasa penetración en la región: cuesta arriba y en un escenario político-electoral dominado por dos grandes fuerzas. Como dato adicional, no estorba el referente de que los topes de campaña fueron fijados en ocho millones de pesos para los candidatos a la gubernatura, en un millón 900 mil pesos para alcaldes y 245 mil pesos para diputados.
Pero lo realmente importante es que los ciudadanos deben -por elemental compromiso democrático con el futuro cercano de la región y el Estado- ver más allá de los pendones y las bardas; mucho más allá de los rostros sonrientes y los eslóganes pegajosos. No se trata de una feria de vanidades ni un concurso de popularidad, sino de lograr ubicar, de entre tanta parafernalia, quién puede estar a la altura de las exigencias y necesidades presentes y por venir.