Más allá de las reformas estructurales, la verdadera apuesta que el país debe hacer para alcanzar la riqueza es invertir en educación. Resulta por demás preocupante que mientras países desarrollados tienen un promedio de lectura de al menos dos libros al mes, en México es de 0.5 libros al año.
Actualmente el país ocupa el décimo lugar en cuanto al número de analfabetos en las naciones de América Latina y el undécimo en analfabetas. Según el Diagnóstico sobre la Situación de los Derechos Humanos en México elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, en la actualidad la cifra se encuentra entre 33 y 36 millones de jóvenes y adultos. De seguir las actuales tendencias, al final del sexenio del presidente Fox el rezago habrá alcanzado la cifra de 37 millones de personas.
Hasta el momento la inversión por parte del Gobierno en la infraestructura educativa ha resultado insuficiente. Datos arrojados por el Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE), mencionan que casi nueve de cada diez escuelas públicas evaluadas en el país requieren reparaciones, y el 20 por ciento registra daños estructurales serios.
En el estudio realizado por el CAPFCE se menciona que sólo 794 inmuebles operan en perfecto estado y no requieren inversión, mientras que cuatro mil 898 necesitan trabajos de mantenimiento.
Aunado a la falta de infraestructura están los problemas económicos. Según la Secretaría de Educación Pública, cerca de un millón y medio de niños no ingresan a la escuela por razones de dinero. El problema se agrava en estados pobres como Chiapas, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Hidalgo y Puebla.
Es cierto, hay logros como la reducción del analfabetismo en un diez por ciento en la última década, así como el aumento en el promedio de escolaridad, pero falta mucho por hacer para tener una sociedad basada en el conocimiento. Una sociedad que demande a sus gobernantes el realizar un buen trabajo, pero que también participe en los procesos económicos para la generación de empleos.
