Cuando un rumor sin mayor sustento y que incluso atente contra la lógica, termina por convertirse en verdadero -que no real- la estructura gubernamental debería ser la más preocupada. Finalmente la sociedad, cuando abraza versiones de tal o cual tragedia o peligro inminente, grita voz en cuello que desconfía de las autoridades (de todos los gobernantes y de cualquiera que tenga por responsabilidad el imponer la justicia y el orden); que les otorga una categoría de comparsas, ineptos, marionetas o cómplices de los delincuentes y que con toda tranquilidad, acepta como posibles los sucesos que operan en contra del Estado de Derecho.
Resulta -en la lógica de un ciudadano común- bastante plausible que se puedan llevar a cabo grandes conjuras, planes maquiavélicos e incluso actividades criminales en gran escala, simple y sencillamente por que se da por un hecho la ausencia del imperio de la Ley y la proclividad de las autoridades al contubernio y la corrupción.
Tenemos entonces a una sociedad que es campo fértil para la propagación de toda clase de rumores, del ruido público (sin que importe lo absurdo que resulte a la luz de una somera reflexión) que gana espacios y termina por convertirse en una verdad, en tanto se salpica de “pruebas” intangibles y lejanas y condiciona actividades. Se vuelve verdadero, más allá de la razón, pero nunca real. No importa, tarde o temprano llegará otro rumor que ocupe el espacio de aquel que finalmente se desvaneció ante el peso de su propia fragilidad.
Llega por Internet y se propaga como reguero de pólvora. Hay quien afirma que conoce a un testigo, que sin duda el camión (con la marca que guste) lleno de cadáveres de niños es prueba de que todos estamos en peligro. Las autoridades están coludidas y los medios callan por interés. Es cíclico y en el inter, llega otro, el de la niña que es secuestrada en un centro comercial a la que cortaron el cabello y cambiaron la ropa. Pasa muy seguido y las autoridades están coludidas y los medios callan esta gran verdad porque “los compraron”.
Y así, los ruidos ganan espacios y se convierten en verdades, aunque nunca reales, en este país en donde todo puede pasar. El último, la pandilla “La Sangre”, que en sus ritos de iniciación, provocaría ayer sábado una ola de violencia. Nadie estaba seguro y la advertencia era contundente: no advierta a quien encuentre en las calles y carreteras con las luces de su vehículo apagadas, ya que corre riesgo, pueden ser los pandilleros. La “verdad” se esfumó y sin duda otro rumor llegará para ocupar su espacio.