Tal vez para muchos resulte difícil el poder precisar qué es más doloroso, si que el presidente Fox diga que los mexicanos que emigran –la gran mayoría en forma ilegal- en busca de una oportunidad, de esa quimera llamada el sueño americano, “están haciendo trabajos que ni siquiera los negros quieren hacer allá en Estados Unidos” o que simplemente sea la verdad. Miles de compatriotas emigran cada año (400 mil en promedio, durante el presente sexenio) hacia territorio del norte porque en México no encuentran oportunidades y terminan incorporándose al aparato productivo estadounidense en el más bajo y penoso de los peldaños, en aquellas tareas que demandan sacrificio, largas jornadas en los campos agrícolas -y en muchos casos el guardar lo que quede de dignidad- por sólo unos dólares.
Y hoy, el presidente Fox tiene un doble motivo para estar enojado: resulta claro que la Ley antimigrantes aprobada por el Senado de Estados Unidos y promulgada por George W. Bush representa una regresión en la relación bilateral, pero también lo es que responde a las demandas ciudadanas y la presión política de nuestros vecinos. Si se pudiera plantear en forma lineal un asunto que de suyo resulta complejo y delicado, habría que señalar que los estadounidenses simplemente ya no quieren a más ilegales y están dispuestos incluso a levantar grandes muros a lo largo de la frontera para lograr su propósito. Todo esto sepulta, por el momento, el anhelo mexicano de lograr una gran reforma migratoria, la “enchilada completa” que incluya un programa de trabajadores invitados y la posibilidad de legalización para residentes indocumentados.
Pero Fox también debe estar enojado y/o preocupado ya que todas las iniciativas de nuestros vecinos del norte que pretendan restringir el margen de maniobra de los indocumentados, que les quiten opciones de desarrollo y limiten las posibilidades reales de mantener un empleo, aunque sea mal remunerado, atentan directamente contra el frágil equilibrio de la economía mexicana, donde las remesas constituyen una verdadera bendición, el sostén de miles de familias, de comunidades enteras.
Por lo pronto queda esa frase presidencial que simplemente nos desnuda ante el mundo: “no hay duda de que los mexicanos, llenos de dignidad, voluntad y capacidad de trabajo, están haciendo trabajos que ni siquiera los negros quieren hacer allá en Estados Unidos”. Así es nuestra realidad.