Cinco días después, tres imágenes describen a la perfección el drama de Nueva Orleans. La del presidente Bush bajando por la escalinata del helicóptero presidencial, acariciando a su perro en brazos; la de esos miles de refugiados que, hacinados, sin alimentos ni agua potable, permanecen en las inmediaciones del estadio de futbol -el famoso Superdome- y que sin esperanza, reciben a balazos, a los miembros de la Guardia Nacional que intentaban rescatarlos y la del joven alcalde Ray Nagin, que con lágrimas en los ojos, sentencia que el Gobierno Federal había fallado en su ayuda a la ciudad, mientras la gente agonizaba en las calles.
Mientras Bush acariciaba a su perro, el alcalde Nagin señalaba en un comunicado oficial que “la vida del pueblo de nuestra ciudad pende de un hilo. El tiempo se agotó, ¿podremos sobrevivir otra noche? ¿en quién podemos confiar? Sólo Dios sabe”. Curiosos, por decir lo menos, resultan los referentes, esa capacidad para enviar miles de tropas a Irak, esa respuesta inmediata y contundente en la ayuda a la ciudad de Nueva York (tras la tragedia del once de septiembre), en contraste con la dilación para proporcionar ayuda a toda una ciudad, que bajo el agua, cuenta las horas mientras las dramáticas historias de desesperación se multiplican.
Ayer, por fin, miles de integrantes de la Guardia Nacional que transportaban alimentos, agua y armamento, avanzaron por calles anegadas en una larga caravana de vehículos. Y es un ciudadano, Michael Levy, de 46 años, quien pone las cosas en perspectiva: “ellos deberían haber estado aquí hace días, no me alegra verlos. Hemos dormido en el suelo, como ratas... creo que deberían quemar toda esta ciudad”. Hoy, al menos, el presidente Bush, acepta que los resultados de las tareas de socorro emprendidas hasta el momento no eran aceptables, y promete reforzar los esfuerzos de asistencia y ayuda a las víctimas.
El embate del huracán Katrina en los estados de Louisiana, Mississippi y Alabama, significa el peor desastre natural en la historia de Estados Unidos y sus consecuencias en el corto plazo, por esos miles de millones de dólares en daños, por haber expuesto la incapacidad -y discrecionalidad- del Gobierno Federal para responder en tiempo y forma a las emergencias internas y los daños a una parte significativa de la estructura para extraer hidrocarburos, sin duda golpeará en los próximos meses a la economía más importante del mundo, y en forma paralela, a otras economías, especialmente las dependientes, como la nuestra.