Bastante penoso resulta observar en lo que se ha convertido el ejercicio del poder en este país. La política ha sido arrojada a la basura por la mayoría de los servidores públicos que han asumido como directriz y religión la politiquería. Vamos definiendo.
Según el Diccionario de la Lengua Española, la política significa el arte, doctrina u opinión referente al Gobierno de los Estados. La politiquería es definida como la acción y el efecto de politiquear, verbo que quiere decir tratar de política con superficialidad o ligereza. Otra acepción del término es la intervención en política con propósitos turbios.
No se necesita ser muy conocedor de los temas relacionados con la República para identificar por cuál actividad de las arriba definidas se inclina la mayor parte de quienes sujetan las riendas de los asuntos públicos.
Por lo menos en el último año y medio, la prensa y los medios electrónicos han llenado sus planas y espacios con el escándalo y el golpeteo, los nuevos signos del poder en México que han venido a sustituir el antiguo autoritarismo del otrora partido de Estado.
La incipiente y malograda democracia nacional es exaltada cuando se quiere justificar la crítica burda y la descalificación mañosa del oponente y el partido contrario, pero muy poco se ejerce para impulsar estrategias nacionales y regionales que ayuden a abatir los grandes problemas que día a día impactan a la sociedad: miseria, inseguridad y desempleo.
Estos temas son abordados por los politiqueros mexicanos sólo para “manosearlos” al antojo y acomodo de los tiempos del calendario electoral y los propósitos personales o sectarios. La superficialidad y ligereza dominan el discurso y las acciones se enfocan en garantizar la permanencia en los gobiernos federal, estatales y municipales o, en su defecto, en alguna legislatura.
Desde hace 15 meses, los ciudadanos vienen soportando los videoescándalos, el desafuero, los sainetes en los parlamentos y las campañas anticipadas de los múltiples aspirantes y el derroche obsceno de recursos que conlleva. En fin, la politiquería domina a los partidos y las administraciones y se vuelve una enfermedad aguda en los tiempos de elecciones.