En medio de una profunda crisis de credibilidad, con los errores del pasado a cuestas, un presente marcado por la división y una abierta –y cruenta- lucha fratricida por el poder, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) elegirá hoy a su candidato a la Presidencia de la República. El representante de la comisión de procesos internos, Rafael Rodríguez Barrera, confirma que la elección será abierta y podrán participar tanto militantes como simpatizantes en 28 entidades del país. Se han dispuesto de 19 mil 106 centros de votación y de ocho millones de boletas (aproximadamente la mitad del “voto duro”) y de las que se espera -en términos realistas- se utilicen no más de tres millones.
Después de perder la Presidencia, el PRI inició un proceso de reestructuración, de reinventarse a sí mismo, que le significó contundentes triunfos en comicios estatales, así como en el proceso electoral de 2003, donde logró ser la primera minoría en San Lázaro. Todo apuntaba a que como la mítica ave Fénix, resurgiría de entre sus cenizas, hasta hace un poco más de un año en que el deterioro en las relaciones internas entre grupos bien diferenciados y con agendas diametralmente distintas, empezaron a minar sus propias posibilidades de reconquistar el poder.
El Revolucionario Institucional, que durante setenta años cumplió su propósito de significar la maquinaria mediante la cual el rígido sistema presidencialista de los “herederos de la revolución” garantizaba su perpetuidad, se vio de pronto reducido a una Fuerza de Oposición, obligada a construir a marchas forzadas todo una estructura como verdadero partido político y no como apéndice electoral de la Administración Pública. Lo había logrado hasta que la lucha intestina terminó por colocarlo en una situación límite.
Hoy se espera una escasa votación e incluso que los priistas inconformes con la precandidatura de Roberto Madrazo voten bajo protesta o anulen su boleta. Aún así, salvo una gigantesca sorpresa, el tabasqueño Madrazo Pintado podrá formalizar su anhelo (u obsesión, según sus detractores) de conseguir la etiqueta de candidato. Queda esperar un mínimo de civilidad y que la disputa no derive en situaciones inconvenientes e innecesarias, como el agregar el elemento violencia a un de por sí ríspido y errático proceso interno.