Hoy el mundo está consternado. Las explosiones ocurridas en Londres, que dejaron un saldo de 38 muertos y 700 heridos, enfrentan nuevamente a los gobernantes de los países más poderosos del mundo con el terrorismo.
Apenas había transcurrido un día de que Londres fuera elegida en Singapur como sede de los Juegos Olímpicos de 2012, cuando en el escenario mundial volvió aparecer el terror perpetrado por Al Qaeda. La primera explosión se registró en un tren subterráneo entre la estación de Liverpool Street y Aldgate.
La indignación provocada por la muerte de inocentes ha generado múltiples reacciones en todo el planeta. El primer ministro británico, Tony Blair, calificó el hecho como “un acto barbárico”, mientras que el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, aseguró desde la cumbre del G8 que “la guerra contra el terrorismo continúa”. Al mismo tiempo los ataques han sido condenados por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, expresó sentimientos parecidos y dijo que el ataque lo había horrorizado, “estos ataques perversos nos hieren en lo más íntimo porque son un ataque a la humanidad misma”.
Las celebraciones programadas en Londres por la obtención de la sede de los Juegos Olímpicos de 2012 fueron canceladas. Lo mismo que cualquier tipo de espectáculos. Al ver las imágenes por la televisión inmediatamente viene a la memoria el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, así como la explosión en la estación Atocha en España.
Cuando hoy los presidentes de los países más poderosos discutían sobre la ayuda que se destinaría a las naciones más pobres, y se diseñaban estrategias para combatir la hambruna, ocurren estos ataques, que indignan y lastiman. Hoy nuevamente el mundo está de luto.
