El último tercio de Gobierno pinta para el presidente Vicente Fox Quesada como un toro nada fácil de lidiar.
Y es que al rotundo fracaso de sus Reformas Estructurales -impulsadas como la panacea del progreso del país-, el bajo crecimiento económico -muy distante aún del siete por ciento prometido- y el consecuente déficit de empleo -calculado en alrededor de 4.8 millones- hay que agregar el desencuentro político que priva en y entre los tres poderes de la Federación y el inédito desafío lanzado por el crimen organizado al Estado mexicano.
No es gratuito que, en su reciente visita a esta ciudad, los presidentes nacionales de dos de las principales agrupaciones empresariales, como lo son la Coparmex y la Canacintra, hayan sumado su voz a la de los gobernadores de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas para plantear, por una parte, la urgencia de restaurar la gobernabilidad de la República enfrentando con todo al narcotráfico y por otra, la de establecer un proyecto económico de país a largo plazo.
Para los integrantes del sector productivo es evidente la pérdida de competitividad de México frente a las exigencias, cada vez mayores, de un mundo globalizado. Como consecuencia, el nivel de desempleo y el estancamiento económico han sido la constante de esta administración federal.
En cuanto a la inseguridad, la desconfianza ciudadana respecto a la capacidad del Gobierno para abatir la delincuencia ha crecido sobremanera a raíz de los lamentables hechos de sangre acaecidos recientemente en los lugares que se supone deberían ser menos vulnerables a este tipo de actos: los penales de “máxima seguridad”.
Por lo visto, a dos años de que concluya el sexenio, los escollos en el camino del jefe del Ejecutivo Federal no desaparecen, ni desaparecerán, aunque Fox insista en decir que “lo mejor está por venir”.