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Orgullo de México

Martha Chapa

Un grupo de mujeres y hombres recibimos recientemente el reconocimiento denominado “Orgullosamente Mexicano”.

Me sentí honrada de haber sido elegida para esta importante distinción y compartirla con personalidades que sin duda han contribuido de manera trascendente a la construcción de México. La acepté pensando en las mujeres de antaño, que tanto lucharon por la equidad, como las que consiguieron el voto electoral femenino en 1953, e incluso todas las que ahora, en este mismo momento en que escribo, arriesgan la integridad de sus personas, frecuentemente ante los poderes más arbitrarios, para defender o hacer valer derechos fundamentales: los que tienen que ver con la vida y el trabajo, con la dignidad humana, con la defensa del simple derecho a hacerse oír.

En esta primera ocasión, los premios otorgados por la Fundación Valores Orgullosamente Mexicanos se entregaron también a otras dos mujeres: la espléndida actriz Silvia Pinal y la gran deportista Doramitzi González.

Y, a propósito de este galardón, pensé en las horas difíciles que vive la nación, que no impiden que nos sintamos orgullosas de ser mexicanas porque pertenecemos a una deslumbrante cultura, luminosa, magnífica, que nutre a los artistas e ilumina al pueblo, a la gente sencilla de trabajo diario, de jornal corto, injusto. Hemos batallado con denuedo por honrar nuestra tierra con trabajo serio, apasionado y poder afirmar que todavía tenemos una nación plena de magia, de vigorosa historia y enorme patrimonio.

Es evidente que México está lleno de talento e inteligencia, de valores que nos permiten conservar lo nuestro y enriquecer e intensificar nuestra vida más personal. Pero los tiempos impulsan a que los artistas nos preguntemos si en verdad hoy nuestra obra responde a las necesidades de la nación y del pueblo; en qué medida correspondemos a las preocupaciones del hombre que trabaja, con una familia siempre insatisfecha, carente de casi todo; qué tanto somos fieles al legado de los más grandes artistas de México, que supieron hacerse un solo ser con las personas de carne y hueso, no sólo como modelos plásticos, sino hermanados como compañeros en la lucha por un país libre, justo, democrático, sabio.

Así, flor y canto fueron para nuestros abuelos indios el arte y la poesía. Aquellos padres que dieron simiente a nuestra existencia, reales aún hoy en día y que están unidos con nosotros en el claro misterio del tiempo y la unidad del espacio de nuestra patria, maravillándonos. ¿Por qué? Porque cada vez que titubeamos o nos vence la desesperación en nuestro deseo de alcanzar el México soñado, nuestros padres regresan a ordenarnos, a poner más luz en nuestro camino, a generar resplandor en la oscuridad de nuestro corazón y de nuestra conciencia. Aquí están hoy Hidalgo, Morelos, Juárez, reclamando el respeto a nuestro ser soberano, puesto en entredicho por los apátridas de siempre.

La sola noticia de haber sido señalada como una mujer mexicana, en particular regiomontana, para recibir este reconocimiento, me emocionó, pues pintar, escribir y cocinar son disciplinas que ejerzo desde hace 35 años y me parece que son formas excelsas que enaltecen y unen a los seres humanos. Nunca quise otra cosa, nunca el artista quiso para con sus semejantes algo más que el pan de la comunión. El arte tuvo esa finalidad desde que su primer relámpago iluminó al ser humano: le dio el poder de arrojar luz sobre las tinieblas de la vida, trascender toda oscuridad y, al hacerlo, dejar el testimonio de su paso y de los pasos del sufrimiento y el dolor, siempre oscuros: el testimonio de que nada es imposible en el propósito de ser. En ello nos va el presente y el destino de la vida entera en la Tierra. Buscarlo y conseguirlo en horas milagrosas constituye entonces una dicha que se comparte con el Creador. Es cuando sentimos que hay imagen y semejanza con ese ser de luz.

Sorprende y emociona la apresurada evolución de la participación de las mujeres en el acontecer humano de las últimas décadas. Hace apenas cuarenta años se encontraban inmersas en las cocinas, silenciosas, abnegadas, en muchos países con el rostro cubierto y sin derecho siquiera a levantar la mirada. En muchos rincones del mundo prevalecen situaciones que aterran. La arrogancia del poder machista sostuvo por siglos que la conformación del cerebro femenino determinaba que la mujer fuera inferior al hombre. Y con todo, con sufrimientos que un día serán escritos por nuestros hijos, hemos accedido a una participación importante en muchas disciplinas: la política, el arte, la economía, la ingeniería, la tecnología, la investigación espacial y hasta en todas las ramas del deporte, donde se daba por un hecho que la mujer estaba impedida de figurar debido a su constitución anatómica. La ciencia derrumbó a la miseria moral de los santos oficios antiguos y modernos. Hoy las mujeres de nuestra estirpe avanzan con tal velocidad que devoran las pistas de competencia como si llevaran en sus venas todos los triunfos pendientes de siglos endeudados con el ser femenino. En otros casos, mujeres del continente, de nuestro idioma, de esta vida común, hostil y sin embargo bella, alcanzan distinciones semejantes en todas las pistas de la vida.

Viva yo el tiempo necesario y las circunstancias sean propicias para merecer más tal reconocimiento que proviene de esa suma colectiva, al igual que de la maravillosa solidaridad de mi madre y mi padre, así como de Alejandro, mi pareja, hombre lúcido, generoso, servidor público y poeta, que con su amor me da fuerza para proseguir en el encuentro de mis sueños de trascendencia.

El premio “Orgullosamente Mexicano” me permitió confirmar la devoción y el amor a todo lo nuestro; en especial a su gloriosa cultura, que florece con la sensibilidad humana, sin distingo de ninguna naturaleza, más allá de cualquier diferencia, al tiempo que reúne voluntad y aprecio por la existencia civilizada y fraternal.

e mail:

enlachapa@prodigy.net.mx

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