Tal vez sea pertinente aprovechar un aniversario más de un mítico (no por mítico menos doloroso) evento fundacional del México contemporáneo, para preguntarnos qué maldición gitana cargamos los hijos de la Malinche (breve homenaje a Paz) para tener que soportar una clase política tan torpe, miope, gandalla, rapaz, pobre discursivamente y lisiada intelectualmente; en suma, ¿por qué hemos de navegar con unos políticos tan patentemente mediocres?
Se me puede decir que tal clamor es universal. Digo, échenle un vistazo a quienes han pastoreado Estados Unidos los últimos cinco años: es difícil encontrar una recua más inepta y voraz desde, al menos, los tiempos de Warren Harding (1921-23). Ciertamente, en todas partes se cuecen habas: después de todo, los genios científicos, los grandes artistas, los pensadores ilustres y los filántropos de fuste (los que hacen algo por la Humanidad, pues) no se meten a la política, y por algo será. En los sistemas modernos o semimodernos, quienes forman parte de la clase política no necesitan tener un IQ elevado, sentido común ni, al parecer, del ridículo. La política no es cuestión de cerebro o corazón, sino de estómago: el que le entre debe ser capaz de tragar sapos con una sonrisa en los labios. Sí. Pero las habas que tenemos por acá no se cuecen ni con lanzallamas.
Por supuesto, supongo que ningún mexicano con seso suficiente como para embarrar una quesadilla necesita comprobación teórica, práctica ni matemática alguna sobre la mediocridad de nuestra clase política. A donde quiera que uno vuelva la vista, al nivel que sea, en el partido o grupo que se escoja, lo que se encuentra es un páramo desolado: el PRI se debate entre escoger como candidato a un pillo redomado o un pillo solapado, mientras tiembla ante el espantajo de Salinas y no sabe qué hacer con la profesora Elba Esther, uno de sus productos químicamente más puros. La izquierda partidista está embelesada por un sujeto que debía haber caído en desgracia desde hace meses por las trapacerías de sus subalternos y que sigue siendo el Rayo de la Esperanza con ideas y conceptos tan anticuados y anacrónicos que harían enrojecer de vergüenza a cualquier socialista o socialdemócrata europeo de los años sesenta. El PAN vendió su alma al diablo con botas, no supo qué hacer con el poder por el que luchó medio siglo, y se contagió de todos los males que había señalado durante el mismo período. Claro, algo bueno quedó (su tradición democrática real), y Felipe Calderón puede ser la Gran Esperanza Blanca (y azul). Hoy lo sabremos. Pero los desfiguros de cinco años no se los quita nadie: el PAN se ha mostrado tan bajuno (y vacuno) como todos los demás.
Total, que la mediocridad de nuestra clase política es incontestable y parece plaga bíblica: se abate por doquiera. La cuestión es por qué ocurre tal cosa. Permítaseme meter mi cuchara y sugerir algunas hipótesis de trabajo para intentar explicarnos tan mayestático sino. Tienen que ver, cómo no, con nuestra historia, idiosincrasia y malformaciones congénitas… las que no queremos reconocer, y por lo mismo llevamos arrastrando desde que Nueva España pasó a ser un país supuestamente independiente.
Hipótesis 1: La endogamia: La clase política mexicana se caracteriza por su lejanía con el país real que pretende gobernar. Los políticos mexicanos sólo se escuchan a sí mismos, y se creen sus propias mentiras. Algunos piensan que lo que dicen en sus discursos, escuchan y ven en los medios electrónicos, o leen en los impresos, es lo que en realidad piensa o cree un organismo tan complejo y heterogéneo como lo es México. Ese autismo se agrava por su escasa capacidad de inclusión, en parte como resultado de esa involución. Antes, el PRI tenía la virtud de integrar a muy diversos elementos de todas partes de la sociedad (lo que explica su permanencia). Pero de una generación a esta parte, esa capacidad caducó, de manera tal que hoy en día siguen siendo los mismos y con las mismas malas mañas: un PRI que se niega a evolucionar, anclado en un discurso de hace décadas, con sindicatos y órganos corporativistas petrificados, que habla de un país que no existe (o no debe existir en el siglo XXI), y en el que los atrevidos innovadores resultan más vapuleados que Nueva Orleans… por sus propios colegas. Que Roberto Madrazo apele a la herencia de su padre, fallecido cuando el 70 por ciento del México actual aún no nacía, es una evidencia clara de la falta de renovación de cuadros, ideas y proyecto de nación.
El PAN siempre adoleció de su mentalidad de fuerte en territorio comanche: resistentes, pocos pero selectos. No había que demostrar destreza, sino entereza. Ello se debía a que, para ser miembro del blanquiazul, durante décadas se requirió tener caparazón de caguama y alma de mártir. Pero ello limitó la renovación de los cuadros. Sólo cuando empezó a ganar se incorporaron algunas novedades (no todas muy recomendables: remember Pancho Cachondo). Pero sus limitaciones quedaron de manifiesto a la hora de gobernar (a todos los niveles): eso de guardar las joyas de la familia a capa y espada termina por enmohecerlas.
La izquierda heredó los traumas de la clandestinidad y de sus eternas divisiones internas. Ahí el lema siempre fue: pocos pero sectarios. La especialidad de la izquierda es el canibalismo y la falta de autocrítica. Las tribus del PRD son polvos de aquellos lodos, que lo incapacitan para enfrentar a un mundo que no comprenden sino a través del filtro de luchas o ya ganadas o abandonadas en buena parte del mundo. A propósito de esta fecha: algunas figuras de la izquierda siguen medrando, casi cuarenta años después, con los recuerdos de los menos de setenta días de su participación en el movimiento estudiantil. Y se quejan de que los jóvenes de hoy no saben de tan heroica gesta. No se dan cuenta que los padres de esos adolescentes eran niños de triciclo y pantalones cortos cuando salió la bengala de atrás de la Iglesia de Santiago Tlatelolco.
Si a todo ello le añadimos que buena parte de la sociedad considera inmoral el mezclarse con esa chusma, y que a mucha gente inteligente se le revuelve el estómago sólo de pensar en la palabra “política”, vemos cómo se ha llegado a donde estamos. Total, la falta de renovación de los principales grupos políticos, la ausencia de sangre nueva, la supervivencia de los ineptos pero más grillos, ha dado como consecuencia lo que ocurre en la naturaleza cuando se abusa de la endogamia: seres tarados, estériles, incapaces de entender y menos trascender sus limitaciones.
Hipótesis 2: La estática: En este país maravilloso, nunca ocurre nada. Y de hecho, durante la estabilidad priista, la verdad es que era poco lo que cambiaba… en la superficie. La sociedad se transformaba, a veces a tirones, a veces a pesar de sí misma, pero los usos y costumbres del priismo siguieron incólumes. Pasó lo que ocurre cuando no hay competencia: la complacencia y el inmovilismo. La oposición hizo sus pininos en un sistema básicamente enfermo y estático y por tanto no aprendió ni ejerció la práctica política en el sentido moderno del término: la izquierda creyó que hacer política es desbaratar lo que hace el contrario; y la derecha, que consiste en imponer las buenas intenciones… porque lo son. Lo que vemos hoy en términos de parálisis legislativa (y lo que le sigue costando al país por la ausencia de reformas urgentes) es un resultado de todo ello. Los priistas aprendieron a considerar que hacer política es grillar, lo que en un sistema premoderno como el anterior a 1997 era cierto. Pero que difícilmente puede funcionar en el siglo XXI. La verdad es que en este país no se aprendió lo que es, cabalmente, el oficio político. De ahí lo que hoy se da en llamar, aviesamente, “pragmatismo”. Los improvisados en tantas partes, los trapecistas que se pasan de un partido a otro, del PRI al PRD o viceversa con singular presteza (uno de ellos en seis años llegó a presidente del partido, ¿verdad Leonel?; o se codean con los de arriba, ¿verdad Manuel Camacho?), son una mercería de botones de muestra. La ideología, fuente central de la definición política en la modernidad, aquí ha servido para dos cosas. En el PRI era tan elástica que dejó de tener sentido o identidad, y lo ha llevado a creerse sus tonterías nacionalistas que quizá servían hace medio siglo. En la izquierda, hay quienes siguen adorando a la momia decrépita de Fidel Castro como para darle las llaves de la Ciudad de México: los únicos en este mundo que siguen tomando en serio a esa antigualla apolillada. Y el PAN ha sido capaz de postular como candidatos a gentuza que ha de tener a don Manuel Gómez Morín dando vueltas en su tumba como rehilete que engaña la vista al girar. Puras vergüenzas.
Hipótesis 3: La falta de exigencia: Dice el dicho (o maldición) que todo pueblo tiene el Gobierno que se merece. ¿Nos merecemos a los mediocres que nos dirigen? Un país con nivel educativo promedio de segundo de secundaria; en el que vota la mitad de la gente que se dignó sacar su credencial; y que se cree todo tipo de complós descabellados, desde el salinista para matar a Colosio hasta el salinista para desacreditar a Lopejobradó (¿no habrá más conspiradores en este país?); ese país que se queja y no exige, reniega y no vota, maldice y no pone en la picota a los especímenes detestables que la rigen, la verdad, se merece lo que tiene. Digo, si la sociedad presionara para que no se le jugara el dedo en la boca, no se le tratara como infante, echara mano a sus recursos para enaltecer la función pública, entonces quizá (poco a poco) otro gallo nos cantara. Pero ¿cómo esperar excelsitud si la nación no sólo consiente sino que se regocija con la mediocridad? ¿Si ve impertérrita cómo unos cuantos grupúsculos nos condenan a quedarnos sin electricidad, gasolina y Seguro Social en unos años? Digo, el que se deja, que no se queje…
Bueno, ésas son tres hipótesis. Se quedan en el teclado (sólo los del sindicato petrolero, que viven en 1938, han de tener tintero en estos días) otras veintiocho. Pero con ésas tienen para pensarle un rato… y amargarse el domingo. Sorry, es mi chamba.
Consejo no pedido para holgarse en la dorada medianía: lea “El peregrino en su patria. Historia y política de México” y “El ogro filantrópico” de Octavio Paz. Siempre vale la pena recurrir a los clásicos. Provecho.
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